sábado, 9 de marzo de 2013

EL ECLIPSE DE LAS DEMOCRACIAS



Antonio Sánchez García

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Sólo un par de oportunistas consuetudinarios e inescrupulosos, como Luis Miguel Insulza o Juan Manuel Santos, pueden afirmar sin que se les arrugue el semblante que el ex teniente coronel y presidente electo de la República Bolivariana de Venezuela, el recientemente fallecido Hugo Rafael Chávez Frías, era un demócrata ejemplar. A pesar de estar perfectamente informados, pues de eso viven, de que el coronel golpista jamás tuvo los más mínimos y elementales designios de un demócrata. Entró a la política dando el aldabonazo de un cruento golpe de Estado y armado con todas las armas de la demagogia, el populismo, el engaño y el fraude convertidos en sistemas de acción se hizo con el limitado poder político de un gobierno democrático por medio de elecciones libres, justas y transparentes, que le permitieron montar paso a paso, asistido por una élite intelectual y política decadente y recompensado en su desaforada ambición por una fortuna notable que disparó los precios del petróleo a la altura de la necesidad de atraer y comprar una multitudinaria masa clientelar, un régimen de poder ilimitado, violador de todas las normas constitucionales, tramposo, fraudulento, represor y descarado. ¿Hugo Chávez un demócrata? Hay que ser un cínico, como los funambulescos personajes en cuestión, para afirmarlo como quien expresa una santa verdad. Insulza y Santos saben perfectamente que Chávez no fue jamás un demócrata. Y que ésta, la suya, no es una democracia. A menos que nos conformemos con considerar que una democracia puede cometer todas las felonías imaginables, desde encarcelar a su oposición hasta robarse los dineros públicos y castigar a quienes no se plieguen a un pensamiento único, a condición que no olvide celebrar sus rituales electorales.
La clase dirigente que hoy ocupa los mandos de gobierno en toda la región también lo sabe. Si le faltó luces para constatarlo motu proprio – no cuenta América Latina con una mayoría de políticos cultos, educados y formados en la alta escuela del servicio público – bastó seguir su periplo a través de los datos aportados por quienes sí contaban con los medios intelectuales como para poder descifrar la calaña del personaje. Un alto dirigente de la izquierda democrática chilena, que los hay, me hizo saber de la opinión que al respecto le acababa de comunicar el todavía por entonces presidente del Brasil, el sociólogo Fernando Henrique Cardoso. “Chávez es un clásico caudillo fascista, hay que cuidarse de él” - le dijo con la certeza de una vida dedicada a estudiar los fenómenos totalitarios vinculados a sociedades subdesarrolladas. Esa tiene que haber sido la opinión de Ricardo Lagos. Ni otra era la opinión de Álvaro Uribe ni la de su compatriota César Gaviria, así los dos se guardaran cuidadosamente esa opinión por las mismas razones que se la traga ese amplio círculo de mandatarios que acaban de hacer acto de presencia en sus honras fúnebres y legitimar por ese medio al espurio régimen que le sucede tras su rocambolesca agonía y muerte.
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Desde luego que está obligado a saberlo el empresario Sebastián Piñera, que inició su mandato como presidente de Chile respaldado por liberales y conservadores, sentando claras distancias con la izquierda concertacionista de su país y con su polo antagónico continental, precisamente nuestro teniente coronel (QEPD), acompañado por un intelectual como Mario Vargas Llosa, que ha hecho de la denuncia de sus atropellos y desafueros antidemocráticas razón de una gran cruzada política y moral. “Me comprometo” –me dijo personalmente pocas horas antes de asumir el mando – “a respaldar a los demócratas venezolanos y a asumir la defensa de la democracia venezolana. Créamelo”. No he visto rastros del cumplimiento de ese compromiso, ni en la reunión del CELAC en Santiago de Chile, cuando dirigiera la sinfonía compuesta por Fidel, Raúl Castro y el grupo de mandatarios suramericanos comprometidos a vida y muerte con el Foro de Sao Paulo, ni con motivo de su asistencia a esta insólita orgía funeraria orquestada por el mismo grupo y bajo la misma batuta. Ni muchísimo menos en su embajador en la OEA, de cuyo parco e irrestricto silencio frente a sus denuncias se quejara amargamente el valiente embajador panameño Guillermo Cochez, de cuya amistad me honro.
Ni qué decir de Juan Manuel Santos, conocedor hasta en sus más mínimos detalles de la complicidad e irrestricto respaldo del régimen chavista hacia las FARC, su principal aliado en la región desde la militancia de ambos en el Foro de Sao Paulo. Si dispone de primera mano de un profundo conocimiento de la naturaleza narcoguerrillera, política y militar de ese contubernio Chávez-FARC gracias al cargo de ministro de defensa que ejerciera durante el gobierno de Álvaro Uribe, los datos que le aportaran las computadoras de Raúl Reyes y las confesiones de Walid Makled, zar del tráfico de cocaína a nivel mundial, le han brindado todo el conocimiento que es factible poseer sobre el carácter forajido y autocrático del personaje que está a punto de preservar su presencia embalsamado en una urna de cristal.
Piñera y Santos no son, desde luego, los únicos mandatarios que hacen la vista gorda legitimando una autocracia absolutamente reñida con los principios de la Carta Democrática de la OEA, los compromisos de MERCOSUR y toda norma democrática para la región y el mundo entero. Pero son emblemáticos como para representar la insólita e inexplicable complicidad de mandatarios que llegaron al Poder esgrimiendo un código político y moral absolutamente reñido con las prácticas antidemocráticas del régimen del caudillo venezolano. ¿Por qué razón han optado no sólo por cerrar los ojos, lo cual, en función de los aleves principios de la Real Politik, es hasta justificable, sino por colaborar haciendo añicos los más elementales principios democráticos que quisieran representar? La respuesta depende de un contexto internacional altamente repudiable y comprometedor: la quiebra de los más elementales principios morales, el abandono de toda práctica solidaria en la defensa de los principios de la democracia liberal, un aberrante oportunismo mercantil y la hegemonía del egoísmo absoluto y el imperio de los intereses estrictamente económicos en la conformación del nuevo orden internacional. Un tema de tanto calado, que trasciende con mucho el motivo de estas modestas consideraciones.
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Y están, finalmente, los compañeros de ruta, los miembros titulares de la pandilla, los socialistas de nuevo cuño – pragmáticos, realistas, inescrupulosos, corruptos y carentes de todo principio ético y moral, pero fieles y leales al castro comunismo que los criara: Lula da Silva, Dilma Rousseff, los esposos Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo, Daniel Ortega y las personalidades, partidos y organizaciones de la izquierda marxista leninista adecuados al nuevo contexto creado por el capitalismo globalizado y la desaparición de la Unión Soviética. En esa caterva de la llamada nueva izquierda caben desde las guerrillas guevaristas hasta sobrios socialismos parlamentaristas, las FARC y la ETA, tupamaros y montoneros, peronistas argentinos de derecha e izquierda, los comunistas y socialistas chilenos y todos aquellos que han descubierto las nuevas claves: entrar al poder por la puerta electoral, chupar del capitalismo, disfrutar de sus prebendas y arrastrarlo al poder omnipotente del Estado, cohabitar con las democracias y despojarlas de todo verdadero contenido. Y eludir cualquier confrontación inútil, plegándose a los requerimientos de los Estados Unidos pero cobijando al integrismo musulmán y al talibanismo islámico. La cuadratura del círculo. Toda vez que las fuerzas armadas, la última frontera de defensa ante el asalto de la barbarie, sufren de un desgaste en sus tareas de gendarmería y parecen dispuestas a participar del mercado persa de corruptelas y traiciones, incluso de los circuitos enriquecedores del narcotráfico, como sucede en el caso de Venezuela. En la que hasta ha renunciado a ser garante de nuestra soberanía.
No se trata, desde luego, del desconocimiento de los hechos. Las violaciones constitucionales realizadas por Hugo Chávez o sus herederos se han cometido a vista y paciencia de todos los presidentes de la región. Piñera y Santos estaban presentes cuando Raúl Castro – un tirano que lleva 54 años ejerciendo junto a su hermano el mando de su tiranía – amenazó con perseguir a la oposición venezolana si no seguía sus dictados, como si él fuera – y en efecto lo es – el verdadero detentor del poder en Venezuela. Y se volvieron a encontrar entre nosotros con ocasión de estas exequias este jueves último cuando el TSJ violó descaradamente los preceptos constitucionales para favorecer al fantoche impuesto por la dupla Castro Chávez para continuar al mando de lo que ya tiene todos los visos de no ser más que una provincia cubana.
Junto a Piñera y Santos, también estaban allí el Príncipe de Asturias, el presidente de Irán y mandatarios de todo el mundo. Un mundo cada día más pervertido e inmoral, en el que una Nación puede verse reducida a la nada bajo el influjo de su único y principal producto de exportación y la desaforada e inescrupulosa ambición de un caudillo populista y demagógico. Bajo la mirada cómplice y alcahueta de quienes representan los últimos valores de una frágil realidad que se nos esfuma de entre los dedos. Es la triste, patética y lamentable realidad que todos vivimos: el eclipse de las democracias.

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