Miguel Angel Bastenier
El País
A un caudillo, Hugo Chávez, le ha sucedido un sindicato. Y no porqueNicolás Maduro, presidente encargado y candidato a sucederse a sí mismo, haya sido sindicalista, sino porque el clan dirigente del chavismo, cualesquiera que sean sus diferencias internas, entiende la necesidad de formar un sindicato de trabajadores del poder, que se asegure la jefatura del Estado para los próximos años. Pero una empresa, el Chavismo S. A., nunca puede suceder del todo a un mito. Por eso, la pugna por la dirección del movimiento bolivariano está abierta.
Los dos miembros del equipo promotor que, históricamente, tienen mayores derechos a tratar de llenar el vacío dejado por la muerte del líder venezolano, Rafael Correa, por Ecuador, y Evo Morales, por Bolivia, además de carecer de base demográfica y económica para que se los tome en serio, son más bolivarianos de ocasión de lo que sus declaraciones habitualmente denotan. El presidente boliviano cuando exalta gestas de la independencia se refiere a remotas insurrecciones indígenas con mucho mayor entusiasmo de lo que pueda hacerlo del Libertador caraqueño. Morales pretende deshispanizar Bolivia y eso excluye como proyecto de futuro todo lo que Simón Bolívar pudiera barruntar para el altiplano. Y el presidente de Ecuador se ha encontrado muy solo en lo que también concibe como epopeya nacional refundadora, consciente de que ni el indigenismo como solución a la manera de La Paz, ni la virulencia piti-yanqui de Caracas, eran sus mayores objetos de deseo. Puede que a los amigos se los elija pero a los aliados, raramente, y por ello Correa ha procurado dejar siempre abierta la puerta a Europa. Es Washington, quien con su desatención incomodada, federó a los tres bolivarianos.
Y así podría surgir, como asegura Mariano Obarrio en La Nación de Buenos Aires, una tercera y llamativa candidatura. La de Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina, que aspira a refundar también su visión de un antiguo peronismo. El país se vio, sin embargo, durante la mayor parte del siglo XX como una prolongación de Europa en el cono sur, como una nación de eurodescendientes excepto en sus límites septentrionales lindantes con Bolivia, y aunque el peronismo estableció una narrativa propia que era obrerista y perfectamente asimilable a lo europeo, todavía hoy es debatible cuan latinoamericana se siente Argentina, y cuanto es su apetito por enfrentarse a Estados Unidos.
América Latina, con mayor peso internacional y mayor conciencia de sí misma que jamás en el pasado, pero también, quizás por ello, más dividida, conoce hoy una jerarquización y un juego de equilibrios entre Estados, como el que inauguraba en Europa el tratado de Westfalia en 1648. A favor de la retirada de México de los asuntos latinoamericanos, a lo que hoy asegura que va a poner remedio el presidente Peña Nieto, Brasil encontraba un campo relativamente libre para su postureo de gran potencia, aunque de labios para afuera abrazara a la otra prima donna de la izquierda, el presidente venezolano. El servicio que Hugo Chávez ha prestado a sabiendas o no al presidente Lula ha sido impagable. El radicalismo del exteniente coronel permitía a Brasil presentarse al mundo como actor-representante de una izquierda bon enfant, con la que a Occidente tenía que interesarle tratar. Y todavía con Chávez muy en activo, el polo radical bolivariano sufría sendos tropiezos: Manuel Zelaya, derrocado por un golpe militar en Honduras (2009) y Fernando Lugo, destituido con mayores afeites de legalidad en Paraguay (2012), eliminaban a dos catecúmenos de la nómina chavista. Un radicalismo que no creciera servía como nadie a las aspiraciones geopolíticas de Brasilia.
Si la presidenta Fernández logra hacer creíble la continuidad del bloque,Dilma Rousseff podrá contar de nuevo con una izquierda a su izquierda, casi tan estrepitosa como la caraqueña, pero que, al mismo tiempo, reedita una rivalidad continental Buenos Aires-Brasilia de alto pedigrí histórico. Y la narrativa brasileña es la de mediador natural entre Occidente y ese radicalismo latinoamericano. ¿Optará a una nueva reelección y tratará de llenar ese espacio la señora de la Casa Rosada? No toda la eurodescendencia argentina estará encantada.
Si Nicolás Maduro consigue instalar al sindicato en Miraflores, se hallará sumamente ocupado poniendo orden en una economía traqueteante y en redefinir un legado urgido de mirar hacia adentro. La geopolítica en la que se movía ágilmente el gran líder bolivariano estará en almoneda. Y América Latina seguirá muy atenta ese proceso, en especial la Cuba castrista, que mal puede salir ganando con todos esos cambios.
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