Anibal Romero
Hace unos días el candidato presidencial de la oposición aseveró que, de ganar las venideras elecciones, decretará un aumento de 40% en el salario mínimo. Recuerdo que mi reacción al leer la noticia fue preguntar: ¿Y cómo lo hará, con qué recursos? Si de un lado la oposición afirma que el país ha sido colocado al borde de una debacle económica, debido a la ineficacia y el despilfarro del Gobierno, ¿qué sentido tiene, de otro lado, formular promesas que de cumplirse profundizarían la crisis financiera?
No realizo este señalamiento con ánimo mezquino hacia Henrique Capriles. Reconozco su esfuerzo y los cambios positivos que ahora pone de manifiesto. Para empezar, todo indica que ha acumulado suficiente indignación en el alma para golpear con fuerza al régimen, aunque todavía le falta un largo trecho en esa senda. Pareciera haber entendido que su postura sumisa el pasado 7 de octubre desalentó a amplias capas de votantes. Ha dicho la verdad al llamar corrupto al régimen y denunciar a su candidato como representante de los intereses imperiales del castrismo. De nuevo, sin embargo, este tema no ha sido colocado, como debería ser el caso, en el eje de la campaña electoral.
Ahora bien, lo que deseo enfatizar es que promesas como las de un aumento del salario mínimo y otras por el estilo no responden realmente a la situación que vive Venezuela, no se ajustan a la naturaleza del desafío que enfrenta la oposición, ni creo que sean las que en verdad motivan a los ciudadanos que rechazamos este régimen funesto, o a los que en el pasado le han apoyado pero podrían tal vez ser persuadidos de cambiar su actitud.
Venezuela enfrenta un reto que trasciende lo social y económico y se centra en lo político; de lo que se trata es de la lucha por valores completamente incompatibles en cuanto al rumbo que debe tomar la actividad política y el país como un todo, una lucha que exige un cambio radical hacia la libertad.
No creo que la inmensa mayoría de ciudadanos de oposición que han votado bajo el actual régimen se movilizaron en función del monto del salario mínimo, la recolección de basura, los huecos en las calles y ni siquiera la vivienda o el empleo, a pesar de su obvia relevancia. Les han motivado razones que tocan lo aún más esencial, razones que también alientan a los centenares de miles de personas en los sectores populares que han respaldado a la oposición democrática. Es un error presumir que el mero hecho de ser pobre impide ver más allá de lo puramente material y entender lo que está en juego en el país.
En este orden de ideas cabe preguntarse: ¿qué obstaculiza al candidato de oposición desplegar una campaña que sin descanso revele a los venezolanos la sombría y grotesca realidad del socialismo en Cuba? Y ya que tenemos tantos expertos en pobreza, y que el discurso sobre los pobres predomina absolutamente en el país y el mundo, ¿qué tal si la campaña opositora procura explicar por qué son ricos los países ricos y cuáles han sido en todas partes los resultados nefastos de las fórmulas socialistas?
¿Es que acaso tienen miedo de hacerlo, o es que, por desgracia, en no poca medida la dirigencia opositora comparte las ideas que defendía el difunto caudillo y todavía pregonan sus disminuidos sucesores? ¿Por qué no suscitar un debate que aborde de manera específica la realidad de Cuba y la tragedia del socialismo? ¿Fue acaso un logro de Chávez colocar a la oposición en su terreno y hacerla imitar sus esquemas ideológicos, sus tendencias demagógicas y su mensaje engañoso?
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