jueves, 16 de octubre de 2014

FAVOR NO ARROJAR COMIDA A LOS FELINOS

Carlos Raúl Hernández

Carlos Raul Hernandez
La política revolucionaria se basaba (basa) en un siniestro engaño: que para crear un mundo mejor se requería que la libertad, la vida, la familia y las propiedades estuvieran en manos de un poder total que los administrara de manera justa e igualitaria. Y eso había que imponerlo a sangre y fuego, al asalto del cielo. Sus triunfos convirtieron casi la mitad del mundo en un horror, y los seres humanos en una masa indefensa, enajenada y sufriente en manos de ángeles exterminadores. Esos infiernos se hicieron con la ley de hierro de Mao: “el poder está en la boca del fusil”. Insurrección urbana bolchevique, guerras largas asiáticas, o “foco guerrillero” cubano. Herbert Marcuse en los sesenta sistematizó la seudofilosofía del “gran rechazo” que prohibía cualquier vínculo con las instituciones “burguesas”, medios de comunicación,  elecciones y parlamentos.

Por eso las diversas versiones izquierdistas fracasaron en los países democráticos, incluso el seductor Eurocomunismo –que ya no era comunista- y sólo triunfaron contra tiranos aborrecidos por mayorías desesperadas que querían romper el yugo. En América Latina el socialismo militar putchista de Juan José Torres, Velasco y Torrijos, impresentable, tortuoso, mediocre, tuvo desenlaces lastimeros. Y sobre el balance del “hombre nuevo” maoísta o guevarista, el principal atractivo turístico de Cuba es la prostitución, ya que los hombres viven de lo que pueden intercambiar y para muchos jóvenes, privados de todo, el sexo es lo único que tienen, incluso para huir del campo de concentración. El espectáculo ínclito del socialismo son los balseros que zozobran en un mar hirviente de tiburones. Otro gran revolucionario, Adolfo Hitler, descubrió las maravillas de la “vía legal”.

Décadas de fracaso

Goebbels dijo en el Reischstag que “… si la democracia es tan estúpida que nos concede sueldos y viáticos para nuestra labor carnicera, allá ella. Somos lobos que asaltan el rebaño”. Luego del fracaso de tantas experiencias, entre ellas la lucha armada latinoamericana y la vía electoral allendista, desaparecida la Unión Soviética, Fidel Castro convoca radicales latinoamericanos para discutir qué hacer. El Foro de Sao Paulo da sus primeros pasos con Lula da Silva de anfitrión, y en 1992, año de sombras en Venezuela, recomienza la revolución, pero es en 1999 cuando cristaliza la nueva estrategia para arrasar la democracia con la gran adquisición: la constituyente. Surge de la última Corte Suprema puntofijista que bregó fallidamente  su puesto en el nuevo orden. Tal monstruosidad jurídica, consagra que una asamblea, un partido y finalmente un caudillo están por encima de la ley, libres de controles institucionales para cambiarlo todo: la vía pacífica al totalitarismo.

Antonio Negri, líder de las Brigadas Rojas italianas, lo dijo: “la constituyente es la revolución”.
Funcionó en Venezuela, Bolivia y Ecuador. ¿Funcionará ahora de reversa, el merecidotoma-tu-tomate que liberará al país del abrazo del oso? Por lo pronto es electoralmente suicida, y espanta a quienes temen una vendetta, que en vez de las lenguas hablen los cuchillos, votantes dubitativos imprescindibles para el triunfo en 2015. La ingenuidad política puede ser desastrosa y jugar con serpientes, una ociosidad incomprensible. La engañosa feromona del fast track “constituyente”, seduce alguna poca gente decente con la esperanza de “limpiar” los males y dejar todo pulcro de una vez, pero en 1990 les salió el tiro por el percutor. Las elecciones parlamentarias son en 2015 y el invento “constituyente” significaría embarcarse de inmediato en dos nuevas trifulcas durante dos años (elección de los constituyentes y referéndum aprobatorio) una vez que el CNE apruebe la convocatoria.

Constituyentes ni niños muertos

En vez de dedicarse el país entero preparar un triunfo parlamentario hacia reconstrucción económica y social, se vuelve a polarizar, a crispar, con efectos impredecibles. Entre las grandes virtudes de las elecciones parlamentarias está ser descentralizadas y deben enfocarse como procesos independientes. Los camaradas tendrán que encajar su derrota en 2015, sin la perturbación de ir jugando a Rosalinda. Jellineck dijo que la Constitución democrática es “la jaula que encierra la bestia del poder”. Por eso la constitución civilizada tiende a la permanencia, a estabilizar reglas confiables, y la “constituyente” rompe los candados de la jaula. Después de las turbulencias vividas y por vivir, ojalá algún día tengamos una Carta decente, bien escrita, y sobre todo exenta de ese tumor, esa amenaza permanente a la libertad, ese mandamiento de inestabilidad, que representa la constituyente.

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