Beatriz de Majo
Por lo pronto todo lo que es posible discernir del reciente triunfo de Dilma Rousseff en las elecciones de Brasil es que el populismo paga. Como todos los izquierdistas de nuevo cuño lo importante es que una vez que el poder es accedido, basta con llenar a las gentes de promesas y de esperanzas para mantenerse al mando, poco importa si los resultados nacionales son desastrosos.
Cuatro años más de Rousseff pudieran significar un desastre para la potencia suramericana si el rumbo no es corregido. El hecho de que el crecimiento de la economía brasilera en este año sea cercano a 0% resulta ser inaudito dentro del ámbito latinoamericano en donde Bolivia, por ejemplo, puede exhibir una expansión respetable de más de 5%, pero es que, además, la expansión económica en los primeros 4 años de Dilma fue la menor de todos los períodos presidenciales de la historia republicana.
Además del estancamiento, lo que resulta un drama cuando la sociedad es de más de 200 millones de almas a las que ofrecerles bienestar, el gobierno se reinicia con un saldo de alta inflación, una fenomenal descolgada de la inversión, una pronunciada desindustrialización, un desempleo rampante, unido a un colosal déficit externo y un dramático aumento de la deuda pública. La joya de la corona, Petrobras, se muestra en franco retroceso y convertida en un centro de corrupción inenarrable, en un momento álgido del desenvolvimiento de la industria petrolera mundial.
Contar con la mitad de la voluntad de los brasileros no es poca cosa, sin embargo. Pero la presidente le apostó a la continuidad mientras que su contendor lo que ofrecía era cambio. Un golpe de timón que le devuelva al país la primacía que ostentó en el pasado y la pujanza de su economía, no figura, pues, en la agenda del nuevo gobierno, a pesar de que antes de la votación, el país exhibía –y así lo comprobaron las mediciones de opinión– un contundente 70% de esperanzas de cambio en la conducción de la cosa pública.
Un compromiso serio en el objetivo de la creación de una “nueva clase media” vendría, sin duda, a resolver uno de los peores problemas que enfrenta el gigante que es el de albergar una de las sociedades más desiguales del planeta, pero sería imperativo que la presidenta recién electa deje atrás las políticas económicas que han provocado un descalabro económico difícil de sobreponer y deje de alentar la división entre los brasileros. Es que también en lo social y en lo institucional el país llama a ser apaciguado y a terminar con los rencores que han sido alimentados desde lo más alto del poder.
Si lo que impera a raíz de este éxito electoral es un triunfalismo mal entendido para continuar practicando en lo político y en lo económico más de lo mismo, los vientos que soplan para el Brasil no van a ser buenos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario