Fausto Masó
Requiere un talento excepcional y una voluntad de acero lograr que la oposición no gane abrumadoramente las elecciones legislativas. Pero no se desanimen, quizá lo logren. Algunos se dedican con ahínco a la constituyente, hasta están recogiendo firmas; otros rechazan la importancia de esas elecciones legislativas, y solo unos pocos tratan de apurar la celebración de primarias para escoger candidatos. La labor de estos últimos se mantiene en silencio, como si fuera bochornosa.
No hay demasiado interés en algo tan prosaico como sacar a Diosdado Cabello de la presidencia de la Asamblea. Total, ¿para qué? Mejor que Maduro siga teniendo los tres poderes y apruebe las leyes que le dé la gana. ¿Quién dijo que la Asamblea es importante? Tranquilamente se aguarda que el gobierno suspenda las elecciones, o las celebre cuando quiera, quizá la primera semana de enero. Por extrañas razones metafísicas estas elecciones son para la oposición un asunto menor.
Fue infeliz la cadena del otro miércoles, con los videos de los supuestos asesinos filmados por un aficionado invidente, lleno de imágenes borrosas. Sin duda, unos colombianos mataron a Serra, hasta ahí dijo Maduro la verdad. En esa cadena presentada por Chávez nos hubiera convencido de que el propio papa Francisco había participado en la conspiración.
Maduro se angustió cuando un corresponsal de la AP le preguntó lo obvio, el desmoronamiento de los precios del petróleo. No quería hablar del poco caso que han mostrado los países de la OPEP a la petición de Ramírez de convocar a una reunión. Supuestamente los sauditas quieren un precio bajo para torpedear a los rusos, los iraníes y a los imperialistas que les ha dado por sacar petróleo hasta de las piedras. Solo con una brutal caída de precios fracasarán estos planes perversos.
Solo queda darle un consejo a Nicolás Maduro. Traicione, entierre el legado de Chávez, olvídese de las ideas del inmortal y siga al maestro Evo, el chavista inteligente del siglo XXI. Hable como Evo en contra del imperialismo, pero también, como Evo, convenza a los habitantes de Chacao de votar por el PSUV; lo logró Evo con los electores de Santa Cruz, el Chacao boliviano. Reduzca la inflación a 3%, abra el mercado a las multinacionales, póngase de acuerdo con los japoneses para explotar el litio en Venezuela, para duplicar la producción petrolera. A continuación, eríjale 100 estatuas al padre eterno pero siga leyendo a Adam Smith. Le convendría a Maduro andar de un lado a otro con un libro que tuviera la tapa de El capital pero que en su interior fuera La riqueza de las naciones.
Evo recita de memoria el Manifiesto comunista pero destituye inmediatamente al ministro que le cite a Engels.
¿Traicionará Maduro al padre eterno? No, primero muerto que perder la vida. Seguirá a toda máquina hacia ninguna parte. Pronto no habrá dólares ni para pagar los taxis cuando viaje a Nueva York. Esta historia de amor, sufrimiento y locura, solo acabaría bien si Maduro imitara al rey Juan Carlos, que fue educado por Franco y le fue fiel al dictador hasta que abrazó a su viuda, pero salió del cementerio corriendo para llamar a gente como Felipe González y preparar la vuelta a la democracia.
Felipe vive ahora como un rey igual que Lula. ¿De dónde sacaron los reales?
Otra cosa, Fidel reconoce en un artículo que el gobierno venezolano tendrá que recortar su ayuda y el suministro de petróleo a precios subsidiados. Confiesa que habrá que levantar ciertos controles en Cuba. Los cubanos se preparan para la crisis, mientras en Venezuela al gobierno le basta con decir que alguna vez el petróleo subirá de precio.
En Venezuela la “salida” para Maduro es traicionar por todo lo grande el legado del inmortal, pero no se ha atrevido a aumentar siquiera el precio de la gasolina; como los argentinos de otra época, ordena al Banco Central imprimir billetes a todo tren.
Agárrense de las manos.
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