Fue el estado
Hector E. Schamis
Así dice una consigna escrita e iluminada en el suelo. Es una protesta llevada a cabo en el mismísimo Zócalo, la plaza central del Distrito Federal. Esa voz y la protesta se propagaron por todo el país y de allí a muchos otros lugares en el mundo: “fue el estado”. La consigna tomo las redes sociales por asalto y el hashtag #FueElestado le da la vuelta al planeta. Los tuits van de a cientos por minuto.
La frase en sí misma aturde, es un sonoro cachetazo. Captura y retrata la realidad con inusitada crudeza. Los que torturan, asesinan, desfiguran el rostro de sus víctimas para que no sean reconocidas y luego las entierran en fosas comunes lo hacen con la anuencia, la protección y la complicidad del estado. Son el estado, como vimos en el caso del alcalde de Iguala, el último notable de una larga lista de autoridades asociadas a—o capturadas por—el narcotráfico. El terror cuenta con el poder político y usa los recursos de ese poder.
Si fue el estado, entonces eso se llama terrorismo de estado, como Videla y Pinochet, solo que es peor porque en muchos sentidos es incomprensible. Aquello se podía explicar—o al menos se intentaba racionalizar—por la lucha ideológica, las disputas políticas o las estrategias de dominación hegemónica de las superpotencias. Pero, ¿y esto? ¿Cómo se entiende y se explica que los carteles persigan aterrorizar a la sociedad, si solo se trata del mercado, demanda, consumo?
Pues sí que persiguen otra cosa. No es necesariamente el ejercicio directo del poder político, pero algo parecido. Persiguen un mercado, claro, pero habitado por una sociedad dócil, pasiva, incapaz de organizarse como sociedad civil. Sean campesinos, estudiantes o vecinos, siempre es problema para los narcos la organización de la sociedad, la acción colectiva, la información compartida; en definitiva, la normatividad social en cualquiera de sus formas. La conciencia colectiva genera organización, y la organización bien puede generar resistencia. Lo entendía bien Videla, lo saben los Guerreros Unidos.
Para los narcos, la anomia social es garantía de control territorial, es decir, del mercado, ganancias. El terror entra ahora en esta ecuación, necesario para desarticular toda forma de sociabilidad, que México naturalmente posee y en abundancia. El terror entonces tiene que ser cada vez más violento, dada esa abundante sociabilidad espontanea, al punto de parecer irracional. Pero no hay irracionalidad alguna en el terror. El terror es racional, capaz de llegar hasta el punto de quiebre, siendo el punto de quiebre en el México de hoy la propia disolución del tejido social.
El terror de los narcos tiene cómplices—#FueElestado—pero en un simultaneo proceso de desarmado del orden estatal. Suena contradictorio pero no lo es. Es la privatización del estado, la parcelación del poder, la reducción del estado, lo público, a un puro instrumento al servicio de un grupo de interés privado. El tema no es desconocido en la historia de América Latina, eso no es misterio para nadie, hayan sido los beneficiarios elites terratenientes, oficiales militares o firmas multinacionales extractivas, por nombrar algunos ejemplos. Hoy son los carteles que penetran, capturan o entran en colusión con el estado, especialmente a nivel sub nacional, como en Guerrero.
A todo esto ya van para dos años de gobierno del PRI, un PRI que parece haber regresado a donde lo dejó Salinas hace veinte años—allá por 1994—ni siquiera donde lo dejó Zedillo en 2000. El PRI se ocupa de los negocios del petróleo, se enfrenta a algún sindicato parasitario y diseña ambiciosos pactos políticos que nadie conoce demasiado bien. Ignora, desafortunadamente, que el país de este siglo no tiene nada que ver con el que gobernaron durante el siglo anterior, empezando por la violencia, el terror y la capilaridad del narcotráfico.
Esta semana el mundo se enteró que el estado Islámico, ISIS, usó gas cloro en sus ataques contra las fuerzas Iraquíes. Sería bueno que se entere que México también vive bajo su propio ISIS, expresado por múltiples ISIS regionales, fuerzas que también usan armas químicas contra su población, como el ácido usado para impedir la identificación de las víctimas. Los Guerreros Unidos, un cuasi estado sin estado, con normas coercitivas que reproducen el terror y cuya muy racional barbarie necesitan matar inocentes indefensos, precisamente, para garantizar la dominación y el sometimiento de la sociedad. Son solo un caso entre muchos otros.
Claro que fue el estado. Pero lo más desesperante es cuando el estado, en la figura de la máxima autoridad, no tienen demasiado para decir y casi nada para hacer. La salvación de México, esa que Peña Nieto supuestamente lograría, depende únicamente de una sociedad civil con enorme empatía y solidaridad, pero sola, huérfana, abandonada por el estado y la política como nunca había sucedido en la historia.
Twitter @hectorschamis
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