lunes, 27 de octubre de 2014

¿Qué nos pasa?

Pedro Luis Echeverria 

Todos nos preguntamos: ¿Cómo es posible que a pesar de los grandes descalabros que ha tenido en la conducción del país el régimen imperante, sea posible que aún tenga un cierto respaldo popular como lo evidencian las distintas encuestas de opinión? Hay muchas consideraciones que explicarían tal ocurrencia; de hecho mucho se ha escrito sobre el particular. No obstante, creemos que habría que considerar también que los regímenes  de corte totalitario como el que asola al país, contienen una abundancia de zonas grises que no permiten establecer las  fronteras entre quienes son sus fanáticos seguidores y quienes lo hacen embelesados con las promesas y migajas que le ofrece el populismo desmedido del gobierno. Para caracterizar el proceso político-social que ha permitido la paulatina entronización del régimen, se afirma, con gran ligereza, que es producto de una “responsabilidad compartida”, sin  considerar las diversas motivaciones que han condicionado las actitudes de los resistentes  y de los apoyadores frente  al gobierno. En la mayoría de los casos, el terror desarrollado por los servidores del régimen, basado en un discurso que ha actuado con la imagen de una fuerza inclusiva pero que en la praxis de su acción cotidiana, por el contrario, se ha caracterizado hasta la saciedad por sus aberrantes rasgos excluyentes ha servido para desalentar a la oposición y amedrentar a quienes lo apoyan. La inclusión pregonada por el régimen, se fundamenta en la exclusión ajena y en la exigencia a sus seguidores de un servilismo aberrante, sordo y ciego.
No seriamos realistas sino comprendemos que existe una inmensa zona de diversos tipos de obligada convivencia de los ciudadanos con el poder omnímodo del régimen. Hay abundancia de situaciones y  multiplicidad de motivaciones en las personas que los llevan a adoptar actitudes que podrían ser calificadas como complicidades atenuadas. Esos tipos de relaciones con el régimen no pueden separarse del engaño, la mentira, la intimidación, de las frustraciones previas, de las formas perversamente falsas como el régimen ha pretendido erigirse en el instrumento de redención para una vida mejor, del arrebato artero a los derechos inalienables del hombre libre, de los juicios que califican a los ciudadanos en dignos e indignos, de la reclusión y exilio de los “disociados”. Todo ello, para conformar una especie de advertencia para los resistentes, que genera resignación para los pasivos receptores de los cambios políticos y una entusiasta verificación de superioridad para quienes acompañan “al proceso”.
Todavía  mucha gente  no cree  que está ocurriendo una catástrofe nacional que nos afecta a todos; no ha advertido todavía cosas tan obvias como son la imposibilidad de construir un país en la que se prescinda de un gran contingente humano por no coincidir con la visión ideológica del dictador, ni tampoco el acelerado derrumbamiento del régimen y la erosión del mito Chávez. Aun no se han percatado de la naturaleza y métodos totalitarios, cuyas características principales son el discurso populista, el engaño, la mentira, la adhesión fanática y programada de las masas, el uso exacerbado de banderas, uniformes y símbolos y el despliegue de fuerzas de choque que dan a los desprevenidos ciudadanos una sensación de gran poderío del régimen y su partido. Ello, influye poderosamente en el ánimo de las personas, facilita la aparición de  sentimientos de impotencia y la consecuente  neutralización de los principios y tradiciones democráticas en los que ha creído y vivido. Contra todo eso hay que luchar y convencernos que cuando el totalitarismo avanza, están en peligro de desaparición los derechos a pensar por nosotros mismos, a expresar libremente nuestras creencias, a tomar con nuestro libre albedrío las decisiones que atañen a nuestra vida y las de nuestro grupo familiar, no hay miedo que valga y no hay espacio posible para ser atemorizados. El tomar conciencia de lo que nos ocurre y nos seguirá ocurriendo es consecuencia del régimen que tenemos y que de no detenerlo ahora los males serán mayores, es la mejor defensa que podemos disponer ante esa terrible amenaza.
En estos tiempos signados por la violencia, la intransigencia y la confrontación, la sociedad civil no puede permitir que el gobierno acose artera, ventajosa e impunemente a los disidentes, utilizando  ilegalmente los recursos y capacidades del Estado. Calificar a los disidentes como delincuentes y atacar físicamente a las Universidades, a la dirigencia política, a los militares institucionalistas, a los periodistas, a los medios y a la libertad de prensa son algunas de las acciones ordenadas  desde Miraflores para  tratar de quebrar el talante y el espíritu de lucha de los que estamos convencidos que hay que derrotar al régimen. Debemos estar dispuestos a realizar y apoyar acciones de lucha pacífica que resistan los arteros embates gubernamentales. Las protestas , los paros cívicos, las marchas, la denuncia y la formulación de planteamientos y opciones, hacen parte, junto con la lucha electoral, de los deberes y responsabilidades que asumimos como ciudadanos empeñados en rescatar al país y evitar que transite por un sendero de enfrentamientos fratricidas de donde no saldrá ningún ganador.



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