¿Qué nos pasa?
Pedro Luis
Echeverria
Todos nos preguntamos: ¿Cómo es posible que a pesar de
los grandes descalabros que ha tenido en la conducción del país el régimen
imperante, sea posible que aún tenga un cierto respaldo popular como lo
evidencian las distintas encuestas de opinión? Hay muchas consideraciones que
explicarían tal ocurrencia; de hecho mucho se ha escrito sobre el particular.
No obstante, creemos que habría que considerar también que los regímenes de corte totalitario como el que asola al
país, contienen una abundancia de zonas grises que no permiten establecer
las fronteras entre quienes son sus
fanáticos seguidores y quienes lo hacen embelesados con las promesas y migajas
que le ofrece el populismo desmedido del gobierno. Para caracterizar el proceso
político-social que ha permitido la paulatina entronización del régimen, se
afirma, con gran ligereza, que es producto de una “responsabilidad compartida”,
sin considerar las diversas motivaciones
que han condicionado las actitudes de los resistentes y de los apoyadores frente al gobierno. En la mayoría de los casos, el
terror desarrollado por los servidores del régimen, basado en un discurso que
ha actuado con la imagen de una fuerza inclusiva pero que en la praxis de su
acción cotidiana, por el contrario, se ha caracterizado hasta la saciedad por
sus aberrantes rasgos excluyentes ha servido para desalentar a la oposición y
amedrentar a quienes lo apoyan. La inclusión pregonada por el régimen, se
fundamenta en la exclusión ajena y en la exigencia a sus seguidores de un
servilismo aberrante, sordo y ciego.
No seriamos realistas sino comprendemos que existe una
inmensa zona de diversos tipos de obligada convivencia de los ciudadanos con el
poder omnímodo del régimen. Hay abundancia de situaciones y multiplicidad de motivaciones en las personas
que los llevan a adoptar actitudes que podrían ser calificadas como
complicidades atenuadas. Esos tipos de relaciones con el régimen no pueden
separarse del engaño, la mentira, la intimidación, de las frustraciones
previas, de las formas perversamente falsas como el régimen ha pretendido
erigirse en el instrumento de redención para una vida mejor, del arrebato
artero a los derechos inalienables del hombre libre, de los juicios que
califican a los ciudadanos en dignos e indignos, de la reclusión y exilio de
los “disociados”. Todo ello, para conformar una especie de advertencia para los
resistentes, que genera resignación para los pasivos receptores de los cambios
políticos y una entusiasta verificación de superioridad para quienes acompañan
“al proceso”.
Todavía mucha
gente no cree que está ocurriendo una catástrofe nacional
que nos afecta a todos; no ha advertido todavía cosas tan obvias como son la
imposibilidad de construir un país en la que se prescinda de un gran
contingente humano por no coincidir con la visión ideológica del dictador, ni
tampoco el acelerado derrumbamiento del régimen y la erosión del mito Chávez.
Aun no se han percatado de la naturaleza y métodos totalitarios, cuyas
características principales son el discurso populista, el engaño, la mentira,
la adhesión fanática y programada de las masas, el uso exacerbado de banderas,
uniformes y símbolos y el despliegue de fuerzas de choque que dan a los desprevenidos
ciudadanos una sensación de gran poderío del régimen y su partido. Ello,
influye poderosamente en el ánimo de las personas, facilita la aparición
de sentimientos de impotencia y la
consecuente neutralización de los
principios y tradiciones democráticas en los que ha creído y vivido. Contra
todo eso hay que luchar y convencernos que cuando el totalitarismo avanza,
están en peligro de desaparición los derechos a pensar por nosotros mismos, a
expresar libremente nuestras creencias, a tomar con nuestro libre albedrío las decisiones
que atañen a nuestra vida y las de nuestro grupo familiar, no hay miedo que
valga y no hay espacio posible para ser atemorizados. El tomar conciencia de lo
que nos ocurre y nos seguirá ocurriendo es consecuencia del régimen que tenemos
y que de no detenerlo ahora los males serán mayores, es la mejor defensa que
podemos disponer ante esa terrible amenaza.
En estos tiempos signados por la violencia, la
intransigencia y la confrontación, la sociedad civil no puede permitir que el
gobierno acose artera, ventajosa e impunemente a los disidentes,
utilizando ilegalmente los recursos y
capacidades del Estado. Calificar a los disidentes como delincuentes y atacar
físicamente a las Universidades, a la dirigencia política, a los militares
institucionalistas, a los periodistas, a los medios y a la libertad de prensa
son algunas de las acciones ordenadas
desde Miraflores para tratar de
quebrar el talante y el espíritu de lucha de los que estamos convencidos que
hay que derrotar al régimen. Debemos estar dispuestos a realizar y apoyar
acciones de lucha pacífica que resistan los arteros embates gubernamentales.
Las protestas , los paros cívicos, las marchas, la denuncia y la formulación de
planteamientos y opciones, hacen parte, junto con la lucha electoral, de los
deberes y responsabilidades que asumimos como ciudadanos empeñados en rescatar
al país y evitar que transite por un sendero de enfrentamientos fratricidas de
donde no saldrá ningún ganador.
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