KARL KRISPIN
La sociedad occidental parece encandilarse a sí misma con su sobada corrección política. A nadie se le dice ciego sino invidente, desaparecieron los divertidos locos que ahora sufren psicopatías, y las muy antiguas putas se sindicalizaron bajo la burocrática tarjeta de trabajadoras sexuales. El idioma se esconde a sí mismo y aparece empaquetado con los usos de una cultura pusilánime y superficial que no reconoce lo que de duro se asoma en la realidad. Las cartas cursis se escriben en plural y comienzan con un sospechoso “tenemos el agrado de dirigirnos a usted” que inmediatamente soltará la bofetada del caso. La claridad no es usual en esta sociedad de formas cumplidoras.
Así como los individuos pecan de pacatos, las naciones lo hacen frente a lo desconocido o lo temido. Nos preguntamos a dónde llegará la beatería política de Occidente frente al Islam y la miopía de las democracias occidentales y sus políticos de la postmodernidad en su intento de construir códigos hipócritas ante la cultura musulmana. Recientemente el presidente iraní Hassan Rohani (considerado un moderado por cierto. ¿Cómo serán los ortodoxos?) visitó Francia, Italia y dispensó una visita al Papa Francisco. En la golosa París de trufas y estrellas Michelin, la delegación persa pidió que no se sirviera vino. Usualmente cuando se recibe una tarjeta de invitación, el anfitrión aclara a sus invitados cómo será el evento. Donde fueres, haz lo que vieres, reza el proverbio castellano con sus futuros subjuntivos. El Eliseo dijo que entonces no habría comida porque el vino en Francia, como en la Cristiandad, es de la esencia misma de nuestra mesa. Jesús de Nazaret lo dijo sonoramente en la última cena: “Tomad y bebed todos de él”. Luego en Italia la misma delegación solicitó que se cubriesen las estatuas desnudas “por respeto a su cultura”. Que hayan requerido se comprende, que se les haya complacido no sólo es indignante sino de subordinados y promete una escalada. Porque la próxima vez irá una legión de ayatolas a París y exigirá que le pongan un sostén a la Venus de Milo o que clausuren temporalmente los sórdidos bares de Pigalle. Los dogmáticos cojean todos del mismo lado. Pretenden imponer a los demás su conducta uniforme y segregacionista.
Que la Italia de Leonardo, Buonarotti, Berlusconi y el Ferragosto de los dulces pechos al aire haya renegado de su estirpe civilizatoria es la confirmación de que los políticos livianos de nuestro tiempo juegan a ser idiotas funcionales, que ya incluye a los analfabetas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario