FELIX SEIJAS R.
EL NACIONAL
El 6 de diciembre se cumplió un año de las elecciones parlamentarias cuyo resultado sorprendió a la nación. El asombro no fue en sí el triunfo de la oposición; eso lo presentía la mayoría. La verdadera sorpresa radicó en la magnitud de la victoria. Esas elecciones demostraron dos cosas: la existencia de una oposición mayoritaria y motivada electoralmente y el desánimo del voto oficialista que prefirió quedarse en sus casas. Ahora bien, algo que hoy sabemos es que el desenlace de aquel día sepultó cualquier posibilidad de que el gobierno accediera de nuevo a realizar algún tipo de comicios en el país -al menos no este año, y con toda seguridad jamás, si las circunstancias se lo permiten.
Y aquí estamos entonces, pensando en cuál es el balance de los 365 días transcurridos desde aquel 6-D. Para algunos el análisis resulta devastador para la causa opositora. Para ellos, durante este año, el gobierno hizo lo que quiso con la AN, acabó de manera contundente con las aspiraciones de un RR en 2016, y sentó a la MUD en una mesa de diálogo donde lo único que ha hecho es burlarse de ellos. En fin, el resultado del balance para quienes piensan de esta manera es un gobierno fortalecido y una oposición disminuida al punto de estar a nada de desaparecer.
Sin embargo, la historia tiene una lectura alternativa. Pensemos en qué le conviene a un gobierno de corte hegemónico. ¿No quisiera estar al mando sin ningún tipo de fastidio que incomode su accionar? ¿No es deseable para aquel que con alma autoritaria poder mostrar al mundo una fachada democrática que lo blinde contra cualquier crítica o molestia internacional? ¿No es conveniente ganar elecciones sistemáticamente, bien sea por las dádivas que arriman hacia ti el voto popular, o por las fallas o incompetencias de tu rival?
Toda autocracia evita en lo posible dar pasos que develen su verdadero carácter. El gobierno, poco más de un año atrás, venía de ganar elecciones presidenciales y controlaba la AN con el voto popular; en realidad, los obstáculos en su camino no eran muchos. Pues en cuestión de meses la oposición le armó una campaña que logró capitalizar en las urnas de votación la molestia de la gente por la situación económica -resultando en una victoria aplastante, de magnitudes que fueron más allá de lo jamás logrado por uno de los más grandes fenómenos electorales de nuestra historia: Hugo Chávez-. Luego, desde la AN, lo llenó de leyes obligándolo a tomar acciones al margen de la Constitución, al mismo tiempo que le lanzaba una cruzada por el RR llevándolo a transgredir una delicadísima línea: negar un mecanismo electoral contemplado en la carta magna. Finalmente, las circunstancias forzaron al gobierno a sentarse en una mesa en la cual, tarde o temprano, tendrá que incumplirle a la comunidad internacional y al Vaticano. Estas no son cosas menores.
Es cierto que las grandes expectativas que se generaron a partir del resultado del 6-D, y muchas otras que sobredimensionaban las posibilidades opositoras -al dibujar escenarios simplistas e irreales donde tienen cabida soluciones mágicas-, unidas a otras decisiones cuestionables de la coalición opositora, propiciaron un clima de desconcierto que impacta de manera negativa la confianza del electorado y, que a su vez, le baja el costo político al gobierno al desviar la atención del verdadero meollo del asunto. Aspectos como el abandonar la presión de calle y las inconsistencias comunicacionales de la Unidad -reflejo de los problemas en la dinámica interna de la MUD- han pesado sin duda en la distorsión del balance que muchos hacen sobre el tema político durante el último año.
La eficiencia en las acciones es algo que siempre les será exigido a quienes lideran la oposición. La urgencia de una población que sufre merece seriedad de parte de sus líderes, y esto es algo que no consiguen del lado de quienes gobiernan. Esperemos entonces que la alternativa democrática no les falle.
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