VELOCIDAD DE LA CRISIS Y OPOSICIÓN
TRINO MARQUEZ
El régimen ha logrado controlar
todo el aparato de Estado, con la excepción de la Asamblea Nacional. Desde el
Tribunal Supremo de Justicia hasta los modestos tribunales de provincia, el
Poder Judicial se encuentra sometido al férreo dominio del gobierno central. Lo
mismo sucede con el Poder Moral y el Poder Electoral. En el Estado rojo nada se
mueve sin el permiso o la orden directa de Nicolás Maduro o alguien del entorno
presidencial.
Quienes gozan
de mayor autonomía son los miembros del Alto Mando, que no requieren de la
anuencia del Jefe del Estado, sino del ministro Padrino López y de los cubanos,
que se infiltraron hasta en los resquicios más profundos de la institución castrense.
Desde la llegada de Maduro a Miraflores se conformó un esquema pretoriano muy
particular: no son los generales los que le rinden cuenta al primer mandatario,
sino este quien le rinde cuenta al generalato. El poder lo comparte Maduro con
sus socios militares, bajo la mirada atenta del servicio secreto cubano, el G2,
siempre vigilante a los movimientos que se dan en el tablero nacional.
En este modelo
piramidal hay un aspecto que no obedece a las leyes que rigen la verticalidad:
la crisis económica y social, dueña de su propio ritmo. La improvisada e
irresponsable medida de recoger los billetes de Bs. 100 en pleno mes de
diciembre, adoptada por Maduro, desató la furia de la gente en gran parte del
país. Desde los saqueos en Cumaná, junio de 2016, no se había visto una espiral
de violencia como la desatada en Ciudad Bolívar, Maturín, La Fría y Maracaibo, entre
otras ciudades, la semana pasada.
Son varias las
razones por las que Maduro tomó esa decisión tan disparatada. Una muy
importante era bajar el precio del dólar paralelo, lanzado hacia las nubes las
semanas previas a la adopción de la medida. El marcador más significativo de
ese dólar son los intercambios comerciales en Cúcuta. Al succionar el mercado
fronterizo y dejar sin bolívares a comerciantes y público en general, desde
luego que el dólar tenía que desplomarse. El objetivo se logró temporalmente a
costa de desquiciar la economía y sembrar el caos en la ciudadanía. El costo de
semejante desbarro fue muy alto: la población se alzó en algunas de las
ciudades que vienen padeciendo con mayor rigor la torpeza, desidia y corrupción
del gobierno.
Lo ocurrido en
Ciudad Bolívar, arrasada por el vandalismo combinado con la ira popular, podría
repetirse en otras zonas del país. Estos episodios son aborrecibles. Hay que condenarlos.
La lucha contra el régimen y la aspiración por una Venezuela mejor, nada tienen
que ver con la barbarie. Sin embargo, Maduro propicia este ambiente de anomia y
anarquía. Venezuela se encuentra en trance de disolución porque el Gobierno
alienta el desorden. Como señala el editorial de Analítica, parafraseando a Ortega y Gasset, vivimos en una nación
invertebrada.
Esta pendiente
hacia el abismo no puede ser modificada
por el gobierno. Maduro es garantía de improvisación, miseria y desbarajuste.
Está atrapado por la ceguera ideológica, la ignorancia supina de lo que ocurre
en los países más avanzados y equitativos del planeta, y la red de
complicidades tejida por la corrupción a
su alrededor.
Para un
escenario donde impere la violencia y la destrucción la oposición debe estar
preparada. La MUD, hay que decirlo de nuevo, no se ha ubicado a la altura de la
fenomenal crisis de los días finales del año. Los episodios registrados en el
interior podrían ser el anticipo de lo que nos espera en 2017, no solo en la
provincia, sino también en la capital. La MUD tiene que conectarse con el
sentido de urgencia que siente la gente, arrinconada por la indolencia y
represión del gobierno.
Roberto
Casanova escribió en Prodavinci hace
pocos días un importante trabajo, “Oposición reinventada”, en el que expone un
conjunto de ideas que podrían servir de base para impulsar la transformación de
la MUD, sin provocar los traumas que generalmente desatan los cambios
organizativos. Yo complemento su proposición sugiriendo que la Secretaría
Ejecutiva comience a ser más Secretaría Organizativa y
menos Secretaría Política. Sería una excelente contribución para armar la
maquinaria que se necesita para encarar con éxito las turbulencias que se
avecinan.
PD: A pesar de todo, ¡Feliz Navidad!
@trinomarquezc
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