domingo, 25 de junio de 2017

JUEGO AMAÑADO

Raul Fuentes

EL NACIONAL

En tiempos felices y no muy lejanos, en los que dábamos por sentado que las dictaduras eran historia pretérita, habríamos amanecido en alguna playa barloventeña, bañando de mar un ratón de minas, curbatas y culo e’puyas, y resonarían en nuestra azotea, durante horas humectadas de cerveza, el tan-tam y el taqui-taqui sanjuaneros sin que hubiésemos reparado en que el día anterior, 24 de junio, se festejaba el triunfo de la causa emancipadora en Carabobo y los milicos celebraban la fecha a ellos consagrada con desfiles, ascensos y condecoraciones –aseo, conducta y aplicación–, empapados de envejecidos escoceses que, ahora, solo pueden costear bolsillos revolucionarios, bonificados y dolarizados por el narcotráfico y la corrupción. En esos tristemente recordados días de alegría, quién iba a pensar que la historia iba a repetirse con la instauración de una tiranía cuyos cabecillas, camuflados de macacos inofensivos, resultaron crueles gorilas. Tampoco barruntábamos que la epopeya carabobeña se reduciría al protagonismo de un «angelito negro» pintado con charreteras en un mural patriotero, acaso un manumiso que, de haber participado en combates, lo habría hecho en calidad de corneta, tamborilero o carne de cañón, no de guerrero con tiempo para despedidas de culebrón.
Desconcierta que en medio de trágicos o catastróficos acontecimientos se refieran menudencias que no vienen al caso –el cuentecillo del apócrifo Negro I y su cursi adiós de postrimería es ejemplo de esa manía distraccionista–, un andar por las ramas que desdibuja los hechos y enrarece la historia: basta prestar atención a los medios informativos para constatar que, a pesar de la crisis dominante, siempre hay espacio y tiempo para trivialidades noticiosas con las que se procura impedir que las contingencias eclipsen una normalidad artificiosa, ya que tales bagatelas no pasan de ser dedos escondiendo el sol. Con este tipo de argucias y su perenne atribución de todos los males a una conjura desestabilizadora conducida por una «derecha» moldeada con su mazacote dogmático, los voceros oficiales banalizan la tragedia. Deliberadamente y con estratagemas similares con las que –de Stalin a Fidel, pasando por Mao– se silenciaron o minimizaron matanzas perpetradas en nombre de la revolución. Y cuando, por vez primera, ocurre que Reverol obvia la nómina de sospechosos habituales, ¡albricias!, para reconocer desafueros de las huestes acaudilladas por el ahora capo metropolitano, Benavides Torres, es forzoso conjeturar que algo se está cocinando en el horno cupular. ¿Se sustancia acaso un expediente para el cambio de timón? La pregunta no es retórica y viene a cuento porque ni querer queriendo pueden ignorar el encolerizado Maduro, el cuasi ratificado y desplazado Padrino, y sus pares y nones las discrepancias irreconciliables y los descontentos mayúsculos que afloran en los dos partidos o facciones –PSUV y FANB– que sirven de soporte funcional y tenaza represora al régimen.
De la denostada república civil y democrática que precedió a la bolivariana, el redentor dedujo que el fair play no era lo suyo, que poner en manos de opositores la vigilancia de la gestión pública y la administración de justicia era escupir pa’rriba y que a él no le pasaría lo que a Pérez, así que, camaradas constituyentes, ¡cuidado con una vaina! Advertencia inútil, no porque los asambleístas hicieran caso omiso de sus bravatas, sino por ajustarse tanto a ellas que el traje a la medida no le sirvió cuando los esteroides lo inflaron. ¡Reforma, quiero reforma! ¡El del güiro soy yo!, clamó y consultó al soberano. Este lo despachó con la seña del mudo, ¡miii! No lo podía creer: victoria de mierda y derrota pírrica (sic), rumió ante el primer puñetazo recibido en una pelea que no concluyó porque lo salvó el tañido de la Parca. Su pupilo subió al ring, mas bailar salsa no es lo mismo que boxear en la arena política. Por eso el manager cubiche, óyeme tú, no te mandes, déjate de pendejadas que el pueblo es mucha gente y si a Chávez se le volteó a ti te revuelcan. ¡Mosca! Por eso Maduro no somete a consulta la (im)pertinencia de su engendro. De hacerlo tiene todas las de perder, pues ¿quién en su sano juicio respaldaría ideas tan anacrónicas y excluyentes como el voto censitario?
Miguel Otero Silva contaba que en la cárcel había enseñado a un compañero de infortunio a jugar ajedrez. Un sindicalista avispado que pronto dominó el escaqueado para urdir complejas celadas. En una partida en la que un enroque se reveló como garrafal error, el autor de Fiebre se pasó de listo y «desenrocó», diciéndole al contendor que había olvidado instruirlo acerca de ese «movimiento táctico casi en desuso». Una trastada morrocoyunamente azul de la que MOS confesó sentirse avergonzado y, por ello, como dicta la decencia, se disculpó. La anécdota sale a relucir para contrastarla con la desvergüenza de un gobierno impúdico que cambia las reglas de juego cada vez que se siente en desventaja, desvergüenza contagiada a una caterva de jueces cuya amoralidad queda al descubierto en el juicio exprés adelantado para defenestrar a la fiscal. Tamaña desfachatez pone de bulto su duplicidad. Con ese background no se puede, lo hizo Delcy, la retrechera en Cancún, acusar a países democráticos de venderse a Estados Unidos, mientras se negocian los votos mercadeados por minúsculas naciones insolventes –¿cuánto hay pa’ eso?, how much?, combien?–, miniaturas geopolíticas que, en términos demográficos, representan apenas 5% del continente. ¿Aquí sufragio restringido? ¡Yo te aviso! Y la mujercita tuvo el desparpajo de cantar victoria… ¡Pirro!
La constituyente comunal derramó el vaso de la paciencia nacional y potenció el volumen de una protesta que, invocando el artículo 350 de la Constitución vigente, insta a desconocer al TSJ, al CNE y al mismísimo Maduro, en una semana huracanada, y de nerviosos lances en el tablero castrense, que comenzó con la capital tomada por escuadrones de esbirros y delincuentes organizados en colectivos, y finaliza, a paso de ganso, sin resaca de tambores, enlutada por la partida del gran Pompeyo y las prácticas de tiro, ¡bang, bang!, efectuadas por la pretoriana Guardia Nacional, utilizando como blanco a los manifestantes, y con una población apostando por la desobediencia civil para poner fin a la carnicería roja y a la acumulación de cadáveres sobre los que la dictadura fundamenta su mandato. Es cuestión de dignidad ciudadana impedir la estafa prostituyente del 30 de julio. Aunque para ello debamos incendiar el cielo.
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