FRANCISCO SUNIAGA
Pompeyo ―el Márquez nunca le hizo falta― fue sin lugar a dudas un personaje mitológico. Fue, al lado de Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, uno de los titanes de la política venezolana del siglo XX, artífice de los años de estabilidad democrática y progreso económico entre 1958 y 1998.
Después de dirigir la resistencia de su partido contra Marcos Pérez Jiménez e inmortalizar a Santos Yorme, se rebeló contra la exclusión de su partido impuesta por el Pacto de Punto Fijo y apoyó la lucha armada contra la democracia. En medio del contexto de la Guerra Fría, quizás no había entendido el papel que le correspondía a la izquierda. Pero corrigió su error y fue artífice de la llamada “rectificación”. Gracias a esa decisión de abandonar la guerrilla, el proceso pacificador del país promovido por el gobierno de Caldera fue posible.
Proceso de paz (auténtico) que marchó de la mano con la renovación de la izquierda venezolana, iniciada en 1968 tras la invasión a Checoslovaquia, y la fundación del Movimiento al Socialismo (MAS). Pompeyo, en aquel momento Secretario General del Partido Comunista de Venezuela, fue determinante en la decisión de romper con la ortodoxia impuesta desde Moscú. Le dio al socialismo un rostro criollo y demostró que la izquierda venezolana también podía ser por hecho y derecho parte de la democracia.
Asumió el liderazgo del MAS con responsabilidad y lealtad hacia el sistema democrático. Bajo su dirección convirtió a la izquierda en una fuerza fundamental para la estabilidad y funcionamiento del sistema político, a la que se le confió la tarea de gobernar. Con Pompeyo era fácil, era la mejor versión de la izquierda venezolana, la democrática.
Cuando el nubarrón chavista apareció en el horizonte, luchó con todas sus fuerzas contra la idea de atar el carro del socialismo a la venezolana al carro de un teniente coronel golpista. Pudo más, sin embargo, la ambición de quienes solo buscaban el poder por el poder mismo. Cuando se concretó su derrota, se fue en silencio del partido que había fundado junto con Teodoro Petkoff y otros tantos hombres buenos.
Pero no se rindió, fue un incansable opositor al régimen chavista y fue un factor fundamental para cohesionar a las fuerzas que se le oponen, fue un adalid de la unidad democrática. El pasado 20 de junio, a los 95 años, abandonó el mundo de los vivos. Quedan sus ideas y su ejemplo de lucha por darle a Venezuela una democracia verdadera.
Su muerte, aunque ya no era un político activo, deja un gran vacío, pues a pesar de su avanzada edad era una referencia para la democracia y, en particular, para la izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario