viernes, 23 de junio de 2017

¿Viene la democracia totalitaria? – Responde Juan Carlos Rey




En esta entrevista (parte I) realizada vía correo electrónico, el politólogo Juan Carlos Rey (nacido en San Sebastián, España, 1936) habla de la eventual Asamblea Constituyente que pretende instaurar Nicolás Maduro. La conformación del quiénes tienen derecho a voz y voto en esta nueva ANC le recuerda al profesor y ensayista el corporativismo fascista.
En opinión de Juan Carlos Rey ─hombre que ha estudiado a fondo la historia de los partidos políticos en Venezuela, así como el militarismo, el populismo y el resentimiento─, la única salida pacífica posible al actual conflicto que vive el país, aun siendo poco probable, sería confiar en los resultados de las elecciones nacionales. La única. Rey, ligado desde su creación al Instituto de Estudios Políticos de la UCV y, más tarde, al IDEA (Instituto de Estudios Avanzados), responde preguntas sobre la actualidad venezolana a partir del artículo aparecido en el diario El País (Madrid) hace varias semanas, firmado por dos especialistas en Derecho Constitucional, quienes, en su oportunidad, asesoraron la Constituyente de 1999: Roberto Viciano Pastor y Rubén Martínez Dalmau.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
P: ¿Conoce a los dos especialistas en Derecho Constitucional que firman la nota aparecida en El País? ¿Qué opinión le merecen?
R: Aunque no los conozco personalmente, estoy al tanto de sus actividades profesionales, tanto académicas como de asesoría. Desde el punto de vista académico, creo que son dos profesores que aunque dominan los aspectos e técnico-jurídicos del constitucionalismo, no creen en los valores propios de una democracia representativa, y comparten el rechazo de esta forma de gobierno, que es característico del chavismo, por lo que no tuvieron inconveniente en prestar su asesoría en el diseño de un modelo distinto de democracia, la llamada democracia participativa y protagónica, que se intentó desarrollar, con muchas ambigüedades y contradicciones (nadie sabía exactamente lo que significaba), en el texto de la Constitución venezolana de 1999. En este sentido, la asesoría que prestaron a la Constituyente cuando se discutió y elaboró la nueva Constitución fue más allá de lo puramente técnico, pues rechazaban, al igual que el chavismo, el modelo de democracia representativa.
P: ¿Piensa que esencialmente tienen razón?
R: En la nota publicada en El País el 26 de mayo de 2017, los dos profesores sustentan la opinión de que el decreto 2.830 del 1 de mayo de 2017 (Gaceta Oficial 6.295 extraordinaria de esa fecha), en donde Maduro convoca a una Asamblea Constituyente, viola la Constitución de 1999, ya que de acuerdo con los artículos 347 y 348 de la misma, el Presidente carece de competencia para hacerlo, pues el texto constitucional vigente sólo reconoce el derecho a ejercer la iniciativa en esa materia —es decir, para iniciar un proceso en el que el pueblo decide, mediante referéndum, si se va a convocar o no a una Asamblea Constituyente—, pero Maduro, como jefe de Estado, carece de poder para hacer tal convocatoria directamente. En efecto, según el artículo 347, convocar a una Asamblea Nacional Constituyente es un acto que compete exclusivamente al poder constituyente originario —es decir, al soberano— que reside intransferiblemente en el pueblo, y que por tanto sólo este, el pueblo, puede ejercer directamente, mediante un referéndum. Se trata de una tesis que yo comparto, al igual que la inmensa mayoría de los juristas que han analizado el problema.
En la Gaceta Oficial del 23 de mayo de 2017 se publica el decreto presidencial mediante el cual Maduro establece las bases comiciales de la Asamblea Nacional Constituyente y regula su conformación y funcionamiento. Se trata de un decreto doblemente inconstitucional, no solo por reiterar la falta de competencia en la materia que aquejaba al decreto anterior, sino, además, por violar los derechos constitucionales que tienen los ciudadanos venezolanos al sufragio universal e igual, condicionando su ejercicio y encuadrándolo en unas estructuras creadas por el gobierno al margen de la Constitución, que nos recuerdan al corporativismo fascista.
Según la nota publicada en El País, los dos profesores acusan a Maduro no solo de violar la Constitución sino de ilegitimidad desde el punto de vista ideológico. Pues, según ellos, existe una contraposición entre el régimen que implantó Hugo Chávez, cuyas virtudes alaban sin reserva (y que yo no comparto), y el gobierno de Nicolás Maduro, cuyas maldades subrayan y que nada tiene que ver con el proceso de cambio revolucionario que inició Chávez. En vez de ver en Maduro al heredero y continuador de la política del “comandante eterno”, que es lo que este se propuso al designarlo como su sucesor, y lo que el propio Maduro pretende ser, los dos profesores consideran que ese gobierno nada tiene que ver con el proceso de cambio revolucionario que inició Chávez, y consideran que el madurismo es una traición al chavismo.
Y ante la rotunda e imparable pérdida de popularidad y de legitimidad que sufre su gobierno, acusan a Maduro de pretender “arrasar con los avances democráticos de la Constitución de 1999 y redactar un texto constitucional que responda a los intereses de quienes ahora gobiernan y quieren seguir gobernando”.
P: Tal como está la situación en Venezuela, ¿es propicio pensar en una Constituyente, pero llamando a consulta previa al pueblo mediante voto universal?
R: Los problemas actuales de Venezuela no se solucionarían mediante una Asamblea Constituyente, aunque fuera convocada mediante el voto universal. Es más, considero que a tenor de la Constitución vigente nunca debería convocarse una Asamblea Constituyente: se convertiría en un poder literalmente totalitario, pues se supone que encarnaría el poder constituyente originario, de modo que según lo dispuesto en el artículo 349 de la Constitución, sus poderes no tendrían límites jurídicos materiales o temporales pues los poderes constituidos (es decir, todos los otros poderes constitucionales) “no podrán en forma alguna impedir las decisiones de la Asamblea Constituyente”.
Es posible que ciertos sectores del gobierno de Maduro, conscientes de su grave pérdida de apoyo, lo cual permite prever su derrota en unas elecciones regulares, hayan pensado valerse de este recurso como una “huida hacia adelante“.
Por una parte, ante las acusaciones de que el gobierno no respeta la democracia, la respuesta es que mediante la convocatoria de la Asamblea está activando el poder constituyente originario que se encarna en esa Asamblea, con lo cual Maduro da la mejor prueba de su apego a la democracia, aunque no a la democracia representativa, sino a la democracia participativa y protagónica, ejercida por el propio pueblo (aunque actúa a través de esa Asamblea como si esta fuera el poder constituyente originario).
Y ante la acusación de que los nuevos criterios para participar en las elecciones han sido diseñados de manera que los partidarios de Maduro obtengan la mayoría de puestos en la Asamblea, los maduristas pueden o podrían replicar que frente a los criterios formales de participación comicial, propios de una democracia representativa, con los nuevos que ahora se introducen se están profundizando los valores a los que debe responder la democracia protagónica y participativa consagrada en la Constitución.
En resumen, con la convocatoria a la Asamblea Constituyente y la regulación de sus elecciones y funcionamiento, el Presidente estaría profundizando los valores de la nueva forma de democracia consagrada en la Constitución y desarrollando ideas que Chávez quiso realizar, pero que la muerte le impidió llevar a cabo. Sin embargo, lo cierto es que la culminación exitosa de ese proyecto significaría la instauración de una democracia totalitaria.
P: ¿Qué salida, distinta a la Constituyente pero pacífica, ve usted hoy en Venezuela?
R: Entiendo que la palabra “salida” en su pregunta se refiere a algún posible cambio del actual gobierno o del tipo de políticas que lleva a cabo. No considero probable que el actual gobierno, libremente, sin presiones, haga ninguna de esas dos cosas, aunque podría hacerlas bajo la amenaza o el uso de la violencia o fuerza a una escala relativamente moderada, que no llegue a ser una guerra civil. A falta de este recurso, la única “salida pacífica” posible, aunque poco probable, sería confiar en los resultados de las próximas elecciones nacionales.
P: Suponiendo que el chavismo caiga, ¿puede resumir en pocos puntos qué le tocaría hacer al nuevo Estado para re−institucionalizar el país?
R: No puedo hacerlo en abstracto, pues para intentarlo con algunas posibilidades de éxito habría que tener en cuenta un conjunto de factores, tales como las circunstancias de la caída del chavismo, la ideología de los nuevos gobernantes, los apoyos y oposiciones con los que cuenten, los recursos disponibles e incluso las circunstancias internacionales. Se trata de un cúmulo de factores que condicionan lo que los gobernantes quieren y, sobre todo, lo que en realidad pueden hacer.
P: En periodos de debacle social y política, ¿qué tipo de partidos políticos han salido fortalecidos, históricamente? En este caso, ¿cuáles ve usted mejor preparados para sacar provecho de esta coyuntura?
R: En ese tipo de periodos los partidos que históricamente se han visto fortalecidos han sido los extremistas, de derecha o de izquierda (caso emblemático, los nazis y los comunistas en Alemania tras la Primera Guerra Mundial). No veo en la Venezuela actual ningún partido preparado para sacar provecho de la coyuntura. Como he explicado detalladamente en varios de mis escritos, pienso que uno de las principales factores de la crisis de nuestra democracia representativa, que favoreció el ascenso del chavismo, fue la falta de responsabilidad política de los partidos, sobre todo de los dos principales que habían tenido responsabilidades de gobierno, y para superar esa situación creo que sería preciso recuperar la teoría y la práctica de los partidos y gobiernos responsables. Pero no me parece que los partidos tradicionales —me refiero a los que existen desde antes de la irrupción del chavismo— tengan la capacidad y la voluntad para siquiera intentarlo. En cuanto a los nuevos partidos, no soy muy optimista sobre su disposición a hacerlo. En todo caso, los que ponen sus esperanzas en ellos deben recordar la advertencia del historiador José Gil Fortoul: “Los partidos no surgen de la noche a la mañana al conjuro de unas cuantas voces elocuentes, ni se transforman las costumbres nacionales en sólo unos meses de entusiasmo patriótico (…). Los partidos políticos son siempre y en todas partes efecto de largas luchas y largas tradiciones colectivas”.
P: Se habla mucho, en las redes sociales y artículos de opinión, acerca de las dimensiones de esta emergencia nacional. Se habla en términos de “esta es la primera vez que…”. ¿Puede precisar tres elementos que nunca se habían presentado en crisis políticas del siglo XX en Venezuela, y sí están presentes en la actual?
Carezco del tiempo y de la información necesaria para hacer un estudio comparado de las diversas crisis de Venezuela durante el siglo XX, que me permitiría contestar adecuadamente su pregunta. Pero pese a tal carencia, me atrevería a conjeturar que bajo el gobierno de Maduro se ha producido una penuria, por la falta y el encarecimiento de los alimentos, medicinas y productos o servicios básicos, como nunca antes se había tenido memoria en Venezuela. Si a esto le sumamos el pavoroso incremento de la violencia y la falta de seguridad de la población, que se siente bajo la constante amenaza de perder sus vidas y propiedades, se comprenderá fácilmente que una situación tal erosiona gravemente al régimen político existente y amenaza su pervivencia. Y no es de extrañar que muchos venezolanos consideren inevitable que una progresiva acumulación de actos de resistencia activa, por parte de la población, va a ocasionar el inminente colapso y remoción del gobierno. Sin embargo, ese tipo de explicaciones no son sencillas. El rechazo de un orden social y político que acompaña a las grandes conmociones sociales, es difícil de estudiar. Frente a la idea primitiva y simplista que lo atribuye a un empeoramiento progresivo de las condiciones de vida, los mejores sociólogos han subrayado la idea, que va en contra de la intuición, de que tal rechazo no siempre va acompañado del empeoramiento de sus condiciones de vida. Sociólogos como Runciman, con su noción de relative deprivation, o Boudon, con su idea de la “lógica de la frustración relativa”, han llamado la atención sobre los factores subjetivos y relativos de los que dependen las aspiraciones de los hombres y su reacción ante los cambios en su situación. Frente a la creencia simplista de que la satisfacción directa de las demandas formuladas por la gente generará apoyos al gobierno, se encuentran el “efecto túnel” estudiado por Runciman o el “factor esperanza” por Pablo González Casanova. Se trata de factores subjetivos que crean confianza en algunas personas, aunque ellas no se hayan beneficiado directamente por ciertos cambios.
Las relaciones entre la situación social y económica en que una persona efectivamente se encuentra —que en principio puede ser medida a través de indicadores objetivos tales como los bienes de que dispone— y la evaluación subjetiva que esa misma persona hace de tal situación, que se expresa en su sentimiento de bienestar o malestar, no coinciden, y es muy importante tener en cuenta en cada caso esa posible diferencia. Sin duda que para que haya bienestar se requiere la satisfacción de las necesidades biológicas y sicológicas básicas, tales como alimentación, ropa o habitación, cuyos cambios se pueden medir con criterios relativamente objetivos (por ejemplo, mediante la construcción de un índice de pobreza absoluta), pero hay necesidades que dependen de factores históricos, culturales e incluso personales. Entre tales factores son fundamentales los que responden a criterios éticos y de justicia, morales o políticos, que se pueden crear y modificar por la experiencia y el aprendizaje, que varían entre las diversas clases sociales. Lo cual puede ayudarnos a explicar las diferentes reacciones de las diversas clases sociales ante cambios aparentemente comunes, pero que son sentidos como distintos según el balance que los grupos sociales hacen entre lo que efectivamente reciben y sus expectativas sobre lo que tienen derecho a recibir.
En todo caso, tratar de prever la posible estabilidad o inestabilidad de un sistema político basándose sólo en los datos de cambios puramente objetivos, es cosa insegura, pues no se toman en cuenta factores esenciales.
P: En algún encuentro me comentó de manera amplia el extenso libro del intelectual Ignacio Ramonet sobre Chávez. ¿También la intelectualidad está poniendo distancia con Maduro?
R: Creo que entre los intelectuales que fueron originalmente chavistas se deben distinguir varias categorías. Están, en primer lugar, aquellos que han abandonado sinceramente el chavismo porque lo consideran esencialmente errado y han acogido principios fundamentales en los que se basa la democracia representativa, tales como el pluralismo político y social, la división de poderes y otras formas de limitar el poder de los gobernantes, etc. En segundo lugar están los que han sido y continúan siendo chavistas y quieren conservar el chavismo, evitando que desaparezca, arrastrado por el desprestigio e inevitable ruina del madurismo. Con tal fin tratan de diferenciarlo, y en el extremo considerarlo como una traición al chavismo. Por último están los defensores del madurismo que consideran a Maduro como el continuador de Chávez, que desarrolla y profundiza los planes que este se proponía llevar a cabo. Las reflexiones anteriores pueden ser válidas tanto para los chavistas civiles como para los militares. Soy incapaz de estimar el porcentaje de cada una de esas categorías, pero me parece evidente que aumentan la primera y la segunda y disminuye la tercera.
P: ¿El culto a Chávez tiene alguna posibilidad de volverse religión o su desprestigio a esta ahora ya es fatal y definitivo?
R: Como he escrito en otra ocasión, hay que distinguir entre el chavismo como religión popular, por ejemplo del tipo Negro Primero —que ya en gran parte lo es— y el chavismo como una Iglesia provista de una organización jerárquica, a cuya cabeza está la persona designada por el propio fundador, que dispone del supremo poder y define cuál es la doctrina verdadera. Aunque el chavismo puede prosperar como religión popular, creo —por razones que he examinado en otro lugar— que no tendrá oportunidades de desarrollarse como una Iglesia institucionalizada. [Al respecto, Rey recomienda su texto “Los tres modelos venezolanos de democracia en el siglo XX”, un capítulo de La democracia venezolana y sus acuerdos en los cincuenta años de su convenio con la Santa Sede (Caracas: Konrad Adenauer Stiftung – Universidad Católica Andrés Bello, 2015, págs. 9-34, especialmente p. 33)]
P: ¿Ve posibilidades inminentes de guerra civil (aunque uno de los bandos, desarmado, no pueda formar parte beligerante de conflicto armado alguno)?
R: Durante el siglo XIX, cuando Venezuela no contaba con un verdadero Estado (entendido, en el sentido de Max Weber, como una organización que reclama para sí, con éxito, el monopolio de la violencia física legítima) y tampoco existían ejércitos profesionales y permanentes, las guerras civiles eran habituales, pues proliferaban bandas armadas que se enfrentaban en busca de riquezas o del poder. En 1903, con el fin de la llamada Revolución Libertadora (la última de nuestras guerras civiles), y con la creación de un Estado moderno y de un ejército profesional y permanente, las guerras civiles desaparecieron del panorama político venezolano. Pero esto no quiere decir que sea absolutamente imposible que vuelvan a aparecer, aunque para ello sería necesario que el ejército se fracturara y se formaran dos (o más) facciones dispuestas a enfrentarse entre sí en un conflicto por el exterminio total del enemigo, lo cual hasta ahora no ha ocurrido. Durante el siglo XX los militares fueron en Venezuela un poder decisivo, capaz de cambiar los gobiernos existentes mediante “golpes de Estado”, aunque fingiendo hacerlo en cumplimiento de supuestos mandatos constitucionales e históricos. Pero por encima de posibles discrepancias dentro de las fuerzas armadas, que sin duda existieron, privó en ellas una solidaridad corporativa, que les llevó, en vez de enfrentarse en un conflicto armado “todo o nada”, a “contar los cañones”, es decir, por encima de preferencias ideológicas y libres de fanatismo, declarar ganador a la parte que tuviese más recursos para lograrlo, sin llegar a una real confrontación y asegurando una salida digna al perdedor, a veces con un puesto diplomático en el extranjero. En todo caso, en la Venezuela actual, creo que cualquier posible cambio de gobierno por una vía distinta de la institucional sólo podrá hacerse por obra de los militares, mediante un golpe de Estado, aunque sin llegar a ser una verdadera guerra civil.
P: ¿El “estigma Uslar Pietri” ha sido superado por el venezolano, quien ahora confía más en los partidos?
R: Uslar no fue, en principio, enemigo de los partidos. Por el contrario, siendo ministro y principal consejero del presidente Isaías Medina Angarita (5 de mayo de 1941-18 de octubre de 1945) defendió la existencia de partidos como necesaria para la democracia. Pero el partido que él propugnaba era de élites, sin democracia interna y funcionando en un sistema de democracia restringida o tutelada. Cuando, después de 1958, Uslar participó en la nueva democracia, fue uno de los principales críticos de la denostada partidocracia, pero los partidos que él repudiaba eran de masas, como Acción Democrática, cuyo modelo (según Uslar tomado del partido leninista ruso) había sido copiado por todos los partidos modernos venezolanos.
Por otra parte, aunque parece que ya se va superando la partidofobia, pues incluso los más jóvenes reconocen la necesidad de la existencia de partidos, creándose varios nuevos, mucho me temo que tienden a reproducir muchos de los defectos tradicionales. Hasta donde sé, ninguno de los nuevos ha elaborado una teoría y desarrollado una práctica que nos permita considerarlo como una organización políticamente responsable, en el sentido completo y exacto de este adjetivo.
P: ¿El chavismo, con asesoramiento cubano, estuvo 17 años preparándose para esto que parece ser la “guerra total”?
R: Aunque puede haber algunos sectores del chavismo que bien sea por fanatismo o por temor a tener que responder de los graves delitos que se les podrían imputar, estarían dispuestos a defender el régimen a cualquier precio, pienso que se trata de una minoría incapaz de desatar y sostener una “guerra total” en el verdadero sentido que el adjetivo “total” tiene en la historia del pensamiento estratégico. Aunque hubo ocasiones en las que Chávez incitó a sus seguidores a preparase para tal tipo de guerra para defender su revolución, pienso que la mayoría de los gobernantes cubanos, así como de los militares venezolanos, más que fanáticos chavistas, son pragmáticos y realistas, y no estarían dispuestos a convertir la defensa del régimen en una “guerra de religión”.
Pero, ¿cómo reaccionaría la “masa” chavista? (me refiero a la “turba” o “populacho”, como en ocasiones la llamó Chávez) y ¿qué hacer en tal caso? Probablemente este sería el problema más grave a resolver.
[A propósito del concepto guerra total, Rey recomienda leer su artículo “Militarismo y caudillismo: pilares del régimen y de la república bolivariana” en https://ucv.academia.edu/JuanCarlosRey].

No hay comentarios:

Publicar un comentario