domingo, 4 de junio de 2017

PIMIENTA EN MACONDO

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         RAUL FUENTES

EL NACIONAL

El pasado jueves, 1° junio de 2017, tal como fue jubilosamente anunciado y celebrado por los medios que privilegian la cultura pop, se cumplieron 50 años del lanzamiento de SgtPepper’s Lonely Hearts Club Band, tenido por la crítica especializada como el álbum más aclamado e influyente en la historia de la música popular. Se escuchan, pues, de nuevo y con insistencia de lanzamiento, las voces e instrumentos de The Beatles, la mítica banda británica –«más famosa que Jesucristo» (John Lennon dixit)–, interpretando temas que, por sus peculiaridades melódicas y desenfado lírico, siguen cautivando a viejos y jóvenes. A ese memorable disco pertenece “Lucy in the sky with diamonds”, canción compuesta por el tándem Lennon-McCartney, que describe, desde el título mismo –psicodelia en estado puro–, un alucinante viaje entre mandarinos (tangerine trees), bajo un cielo de mermelada (marmalade skies), flores de celofán (celophane flowers), tortas de malvavisco (marshmallow pies), taxis de papel periódico (newspaper taxis) y otras fantasías inspiradas, según los autores, en Alicia en el país de las maravillas, y, de acuerdo con sus detractores, en delirios inducidos por el ácido lisérgico (LSD).
Pertenezco a una generación que fue entusiasta de quienes musicalizaron la explosión de paz, amor y rebeldía de los portentosos años sesenta del pasado siglo; los años del poder de las flores, de la revolución de mayo y de la primavera de Praga, pero evocar el diamantífero cielo de Lucy no ha sido para rendirles culto, sino porque vivimos en un paraíso artificial regido por el narcotráfico en el que es mucho más fácil conseguir estupefacientes que medicinas (nos aseguraba un amigo que para los consumidores de perico hay  express delivery service gratuito y ñapa de Cannabis sativa, pero las farmacias ya no despachan a domicilio), y, también, porque no podemos pasar por alto la inusitada invocación de homéricas raíces aborígenes –no solo los nazis forjaban genealogía heroicas–, engendradas por el complejo de inferioridad del paracaidista imperecedero y, sobre todo, por la indigestión histórica con que sustentaba su ardorosa defensa de una leyenda negra vindicativa del lema racista y excluyente, atribuido a los indios caribes, ¡Ana Karina Rote!, con la pretensión de devolvernos nuestra condición de amos y señores de un precolombino edén perdido y recuperado gracias a la revolución.
Ana Karina Rote, aunicon paparoto mantoro itoto manto. Estas palabras y su significado –«Solo nosotros somos gente, aquí no hay cobardes ni nadie se rinde y esta tierra es nuestra»– eran, hasta hace relativamente poco tiempo, desconocidas y arcanas para las mayorías. Gracias a un turfman que bautizó a una yegua con las tres primeras, los asiduos a La Rinconada y los devotos del 5 y 6, que eran muchos, supieron de su existencia y sentido. También por mediación de un talentoso músico venezolano de origen alemán e inspiración selvática, el recordado Vitas Brenner, que así llamó un obstinato con base en percusión y efectos electro-acústicos incluido en el LP Hermanos (Gaviland, 1974). Sin embargo, correspondió al chavismo, y a los militares que participan de la simbiosis dictatorial, propagar con rango de advertencia y valor de amenaza explícita la prepotente consigna que catalogaron de «canto épico guerrero», y forma parte de un etnocentrismo novelero, exacerbado, anacrónico y sin justificación alguna en una nación donde la población indígena es mínima y, pese a ello, está sobrerrepresentada en el Poder Legislativo.
De Chávez se puso en entredicho su cordura: solo un magín desarreglado explica su soberbia y desvaríos, mas el redentor está muerto y Maduro, autoproclamado su más fiel seguidor, está dispuesto a romper el cordón umbilical que lo ata al proyecto del barinés, y enterrar su «legado» como parte de una estrategia de supervivencia política. Sería interesante, y útil de cara al futuro, para evitar reincidencias en aberraciones similares a las que facilitaron el anclaje en el poder de la oligodictadura populista, que algunas de las asociaciones científicas venezolanas que agremian a los estudiosos de la psique patrocinase un simposio para determinar, aunque solo fuese en teoría, cómo funciona una sesera como la del heresiarca y apóstata Nicolás, pues, a juzgar por su desfigurada percepción de la realidad y su confusa oralidad, pareciera padecer de algún desperfecto en la máquina de pensar. Quizá sus engranajes no rotan con la debida sincronía o se aislaron algunas tuercas, clavijas y tornillos; acaso un cable se soltó y, sin control, sube y baja a modo de polea loca. De ser así, convendría ponerlo bajo la custodia de Jorge Rodríguez y, como medida cautelar, ataviarlo con una de esas camisas de mangas tan largas que pueden amarrarse en la espalda de quien las viste.
También sería provechoso entender el proceso de conversión colectiva en feroces tribus caribes experimentado por los cuerpos represivos del gobierno, cuyos miembros actúan cual salvajes vistos únicamente en películas de Tarzan y comiquitas de El Fantasma. Desprovistos de arcos y flechas, pero armados hasta los dientes con sofisticados y mortales artilugios disuasorios, prodigan bombazos, perdigonazos, metrazos y balazos a discreción que, en estos dos meses de protesta ciudadana, han ocasionado el deceso de sesenta personas, jóvenes en su mayoría, así como lesiones y heridas a otras dos mil y tantas. Con esas bajas, además de destrozos materiales y arbitrarios secuestros, pretenden acobardar a los demócratas que, en sintonía con su maniquea cosmovisión y su primitivo imaginario, son reputados de enemigos por naturaleza. Solo ellos, caribes redivivos, serían gente: para afirmarlo, ejecutan macabras danzas de la muerte en sangrientas orgías y, cada vez que pueden, se llenan la boca aseverando que «El grito combativo de nuestros pueblos indígenas se hizo canto de la PATRIA con CHÁVEZ» (las mayúsculas son de un tuitero, no mías, porsia). Tal vez ese canto se acompañe con el lavagallos y el yopo que ponen en trance a los chamanes. O con pataditas a un mal enrolado chucho de marihuana o hachís, algo de crack y unos pases de cocaína. ¿Por qué no, si esas hordas están comandadas por narcogenerales incondicionales de un gobierno incapaz de reparar siquiera un hueco? Coreemos al sargento Pimienta: I’m fixing a hole where the rain gets in Sí, arreglamos el hoyo a fin de que la lluvia no nos impida festejar que los Buendía celebraron, el 30 de mayo, medio siglo de la aparición de 100 años de soledad; por eso, sobrevolaron el cielo de Macondo se encapotó con enjambres de mariposas amarillas.

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