TRINO MARQUEZ
El chavismo-madurismo ha tenido
que tragarse la descentralización, especialmente la elección directa de
gobernadores y alcaldes, como si se tratase de aceite de ricino. Al caudillo no
le quedó más remedio. Cuando asomó la posibilidad de volver al antiguo régimen
en el cual el Presidente de la República designaba a dedo y removía a su antojo
a los mandatarios regionales, hasta los dirigentes de su propio partido se
sublevaron. Llegó a hablar de la “descentralización neoliberal”, para referirse
al proceso iniciado cuando la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado
(Copre) lideró un conjunto de reformas institucionales que permitieron la
elección a través del voto universal, directo y secreto de los gobernantes de
los estados y municipios.
Hugo Chávez contraatacó
con la “nueva geometría del poder” y el Estado Comunal, adefesios que borraban
de un plumazo las conquistas que los ciudadanos de la provincia habían alcanzado,
ante unas élites partidistas negadas a
renunciar al privilegio de nombrar como mandatarios estatales a sus amigos,
compadres y familiares. El referendo del 2 de diciembre de 2007 -cuando Chávez sometió
a votación la reforma de la Constitución del
99- lo perdió, en gran medida, porque los gobernadores del Psuv se
resistieron a realizar campaña para aprobar unos cambios que al final iban a
decapitarlos.
Actualmente,
forzado por la circunstancias, Nicolás Maduro se vio obligado a convocar la
cita electoral de octubre. Desde luego que no lo anima el deseo de fomentar la
descentralización, ni realzar la autoridad de los gobernadores que serán
electos dentro de pocos días. Maduro ha continuado la tradición autocrática
iniciada por Chávez. Es más: la ha exacerbado. Ambos han sido los presidentes
más centralistas que han gobernado la nación, desde Juan Vicente Gómez. En este
plano, incluso, superan al Benemérito. Los presidentes de los estados de
aquella época -así se les llamaba a los gobernadores, gozaban- de mayor
autoridad y autonomía que los actuales mandatarios regionales.
Lo
que está en juego el 15 de octubre, por lo tanto, no es rescatar la
descentralización. La vocación presidencialista y centralista del régimen forma
parte de su esencia autoritaria y militarista.
No existe ningún modelo totalitario que promueva la autonomía funcional
y política del Estado. Para relanzar la descentralización como proyecto
orientado a profundizar la democracia y elevar la eficacia del sector público,
aparece como condición sine qua non salir del madurismo, súmmum del populismo
autoritario.
Entonces,
¿dónde se encuentran las bondades de acudir a las urnas electorales el 15 de
octubre? La elección popular de los gobernadores y alcaldes, junto a la
elección directa del Presidente de la República y el voto universal de las
mujeres, fueron las reformas políticas más importantes del siglo XX. Cada una
significó una victoria frente a las fuerzas retrógradas que se oponían a las
trasformaciones que acompañaron la modernidad en Occidente. En el campo de los
derechos civiles, constituyeron puntos de quiebre. Cambios históricos. Venezuela
no debería retroceder a una época ya superada, como aspiran Maduro y su corte.
Si por ellos fuese, la escogencia de los mandatarios regionales no pasaría de
ser un ritual para complacer a la comunidad internacional y aplacar las
presiones de los liderazgos regionales dentro del Psuv.
Sin embargo,
la gente de la provincia, cuando se organizó y luchó para conseguir elegir a
sus propios gobernantes, no estaba pensando en ritualizar esa elección y
convertir sus gobernantes en comparsas del Presidente de la República y de los
mandamases del gobierno nacional, sino en figuras combativas que representaran
las aspiraciones de la provincia ante el Estado central. Los abanderados del
Psuv encarnan ls intereses de la burocracia indolente y cleptómana del alto
gobierno. Balarán como mansas ovejas cuando les hable el pastor desde
Miraflores.
Lo que aspiran
los habitantes de los estados es que sus gobernantes sean capaces de denunciar
los maltratos que padece la provincia y
demande que se satisfagan las necesidades de sus pobladores. No da lo mismo
que, por ejemplo, en Miranda gane Carlos Ocariz a que triunfe Héctor Rodríguez.
Este ha sido un dirigente oficialista que ha ganado sus galones apegado a la
más estricta ortodoxia oficialista y a la obsecuencia que se les exige a los
militantes ante las barbaridades cometidas por el régimen.
Miranda y
todos los demás estados necesitan líderes regionales que asuman, en medio de
las enormes dificultades actuales, la defensa de sus territorios y encarnen el
viejo sueño de convertir el voto popular en instrumento para elegir líderes
comprometidos con el elector local, no con la autocracia instalada en
Miraflores.
Votar
representa una manera de homenajear y reafirmar la descentralización.
@trinomarquezc
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