viernes, 13 de octubre de 2017

La razón electoral

  Resultado de imagen para luis perez oramas
   Luis Pérez Oramas

PRODAVINCI

Hoy concluye la campaña electoral más extraña y comprometida, también comprometedora por sus posibles consecuencias, de la historia reciente. Precisamente cuando las fuerzas democráticas y civiles de la nación, variopintas y a veces contradictorias como debe esperarse en un espacio donde la libertad prevalece, han alcanzado el apoyo popular necesario para comenzar a desplazar la autocracia corrupta, la falacia revolucionaria y la dictadura disfrazada de asambleísmo ilegítimo; precisamente entonces los venezolanos hemos entrado en una crísis ‘hamletiana’ sobre la eficacia, utilidad o legitimidad del voto.
Todo indica que a estas alturas la tentación abstencionista se contará, junto al oficialismo, del cual es cómplice a ritmo de malcriadeces y rabias soberbias, entre las fuerzas minoritarias y anacrónicas que insisten en mantener a Venezuela amordazada.
Pero vale la pena volver a recordar lo que significa votar, notablemente en circunstancias difíciles, entre trampas oficiales y otras astucias del régimen, y bajo tutela autoritaria.
Votar es, simplemente, hacer ejercicio de un derecho legítimo ——como decir nuestra opinión, o profesar una fe religiosa— en el espacio público que la modernidad nos ha dejado como legado.
Es más: votar es tomar posesión legítima de ese espacio público, que es acaso el único aporte históricamente diferenciado de la modernidad. Porque antes de la modernidad casi todo existía, pero no esta idea de un espacio que es de todos y que, por ello, no puede ser de nadie en particular.
Nadie niega que ese espacio público puede estar, y de hecho está, comprometido, mediado, hipotecado, abusado por apropiaciones ilegítimas, por manipulaciones de toda índole. Aún más en un régimen que desprecia la libertad y el imperio de la ley. Pero nadie puede negar que existe aún y que la manera más eficaz de liberarlo de tales hipotecas, o en su defecto la manera más sonora de denunciarlas, es tomando posesión de él a través del ejercicio de los derechos que le son proporcionales, el primero de los cuales es el derecho a votar.
Una especie de síndrome angelista, acompañado del purismo de los ángeles exterminadores, de la soberbia de los que siempre llevan la razón (y es pura), blandido como un estandarte beato por los puros e inmaculados de la política —esa secta peligrosa, cuando no tonta— se ha infiltrado en el comprensible hartazgo, en el lógico cansancio, adolorido, de los venezolanos. Nos dicen: votar es legitimar el régimen. Yo me pregunto: ¿Y no votar no es, aún más, garantizar la permanencia de un régimen ilegítimo?
La certeza mayoritaria de que Venezuela sólo desea salir del régimen chavista-madurista, traducida en votación masiva e incontestable, aunada a la experiencia logística que la oposición ha acumulado para garantizar el adecuado reconocimiento del voto, más allá de todas las asquerosas triquiñuelas del Tribunal Electoral más abyecto y parcializado de nuestra historia, significan una fuerza suficiente para producir dos efectos que no se excluyen: copar con victorias de oposición las gobernaciones y/o denunciar con la incontestable evidencia de la participación masiva el eventual sistema de fraudes y obstáculos que el gobierno intentará poner en acción para desconocer la voluntad de los venezolanos.
Votar es, pues, equivalente a salir a la calle nuevamente, con efectos más contundentes y duraderos de los que puede tener cualquier manifestación. Porque el golpe que puede recibir el régimen con el voto masivo que lo desprecia no se compara al de ninguna masa de gente gritando consignas, a riesgo —como dolorosamente sabemos— de la integridad corporal y de la vida.
Yo quisiera, por ello, decir algo sobre esta obsesión de algunos por reducir la política a la calle, o en su defecto al silencio de la abstención. En tiempos de populismo, de lado y lado, lo propio es hacer política de calle. Las inmensas manifestaciones de gente harta de ser abusada fueron imágenes conmovedoras, y son a menudo recursos contundentes de presión social. Pero ninguna manifestación, por multitudinaria que pueda ser, se equivale con una mayoría electoral claramente manifestada en el voto.
Las multitudes pueden ser engañosas. Yo recuerdo una anécdota que debo a mi padre, político en los tiempos de la república civil que el chavismo aniquiló: en 1968, durante aquella campaña electoral en la que se eligió, por primera vez en la historia de Venezuela, al candidato de un partido opositor, y en la cual se definía la presidencia entre Rafael Caldera, Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto Figueroa el mitin de clausura más concurrido, y según mi padre el más impresionante que él personalmente había visto, fue el de Prieto. Mi padre, con su reserva lacónica, solía concluir con una frase lapidaria: “pero sabemos, numéricamente, que en la avenida Bolívar no caben más de 100 mil personas.”
Se nos olvida, al ver las inmensas manifestaciones catalanas donde pueden concurrir medio millón de personas, que son 5 millones de catalanes los que deben manifestar su opinión. Y por enormes que hayan sido nuestras martirizadas manifestaciones de calle, nuestra guerra injusta de la fuerza contra la libertad, se nos olvida también que somos 25 millones de venezolanos quienes no podemos ser contenidos en avenidas o alamedas. Sólo contados, electoralmente.
Por ello la razón electoral, el coraje de votar, como quien continúa la lucha desigual contra un monstruo, es el único recurso que tenemos para mostrar y demostrar que convenciendo hemos vencido, y que el régimen ha perdido, con el favor del pueblo, su lugar en la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario