LUIS VICENTE LEON
Pedro Penzini preguntó cuántas gobernaciones podría ganar la
oposición y mi respuesta inició con un dimensionamiento teórico: “Si las
elecciones tuvieran participación plena y fueran transparentes y
competitivas, la oposición podría ganar entre dieciocho y veintiún
gobernaciones”.
¿Significa esto que esa es mi proyección para el domingo?
Absolutamente no. La teoría y la práctica podrían ser dramáticamente
distintas. La primera razón es que no se cumplen las condiciones para el
dimensionamiento anterior. En las últimas encuestas, el nivel de
abstención reportado es mucho más elevado que el usual y esa abstención
potencial proviene fundamentalmente de personas que si votaran lo harían
por la oposición. A medida que aumentan los índices de abstención, la
oposición pierde fuerza electoral, se reduce su brecha de ventaja y
aumentan las probabilidades de que el chavismo se cuele en zonas donde
no representa la mayoría.
Los riesgos principales se van a presentar en dos tipos de estados.
Los primeros son aquellos donde la diferencia entre las dos fuerzas
políticas es pequeña y la abstención cruza la barrera de sensibilidad
electoral, es decir, los opositores que no votan, cualquiera sea su
argumento, aniquilan la ventaja numérica y entregan el triunfo a su
adversario. El segundo grupo de riesgo es el de los estados donde la
abstención reduce también la brecha, aunque no llega a voltearse
naturalmente el resultado, pero la merma de ventaja, especialmente en
estados pequeños, abre las oportunidades de que las acciones de la
maquinaria chavista, condimentada por manipulaciones institucionales,
termine por cerrar la brecha en votos y producir un triunfo chavista
inducido.
Ninguna de estas dos variables se puede proyectar con certeza. En una
campaña tan corta como esta, se producen movimientos extremos muy
rápidos, como el observado en la campaña presidencial del 2013, en la
que el candidato Nicolás Maduro arrancó con veinte puntos de ventaja y
termina fulminando toda la brecha en apenas un mes. Si bien nuestras
últimas mediciones indican que cerca del 40% de los electores están
absolutamente seguros de votar, es perfectamente predecible que en el
último tramo de campaña, los opositores descontentos decidan ceder y
votar, aunque sea con un pañuelo en la nariz, entendiendo que al no ir
con una posición abstencionista unitaria en toda la oposición, su acción
deja de tener sentido simbólico para convertirse en una guillotina que
destruye el único mensaje que se puede enviar en este elección: la
demostración de la mayoría opositora y el ejercicio del derecho que se
defiende: el voto. Si esa abstención se reduce y la participación
termina siendo elevada, las brechas a favor de la oposición se
amplifican casi proporcionalmente, permitiendo mostrar mejor la fuerza
real de la oposición y complicando enormemente cualquier intento de
manipulación electoral, que no podría estar encubierta en la apatía,
logrando un resultado más cercano al teórico.
En todo caso, no estamos hoy en capacidad de decir cuál de estos
escenarios ocurrirá, pero sí podemos adelantar una primera proyección
general. La incertidumbre no parece ser si la oposición ganará o no la
mayoría de las gobernaciones. Eso es lo más probable. La pregunta es si
su triunfo será contundente o veremos algo muy moderado, lejos de las
expectativas de la población opositora y la comunidad internacional y
con algunas sorpresas estrambóticas en estados que nadie pensaría que el
chavismo podría ganar, volviendo a generar frustración y
debilitamiento. Un típico caso donde el triunfo numérico podría no ser
un triunfo político.
La conclusión es hípersimple. No votas, no ganas…y viceversa.
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