domingo, 8 de octubre de 2017

QUIEN GANA LAS REGIONALES?

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        LUIS VICENTE LEON

Pedro Penzini preguntó cuántas gobernaciones podría ganar la oposición y mi respuesta inició con un dimensionamiento teórico: “Si las elecciones tuvieran participación plena y fueran transparentes y competitivas, la oposición podría ganar entre dieciocho y veintiún gobernaciones”.
¿Significa esto que esa es mi proyección para el domingo? Absolutamente no. La teoría y la práctica podrían ser dramáticamente distintas. La primera razón es que no se cumplen las condiciones para el dimensionamiento anterior. En las últimas encuestas, el nivel de abstención reportado es mucho más elevado que el usual y esa abstención potencial proviene fundamentalmente de personas que si votaran lo harían por la oposición. A medida que aumentan los índices de abstención, la oposición pierde fuerza electoral, se reduce su brecha de ventaja y aumentan las probabilidades de que el chavismo se cuele en zonas donde no representa la mayoría.
Los riesgos principales se van a presentar en dos tipos de estados. Los primeros son aquellos donde la diferencia entre las dos fuerzas políticas es pequeña y la abstención cruza la barrera de sensibilidad electoral, es decir, los opositores que no votan, cualquiera sea su argumento, aniquilan la ventaja numérica y entregan el triunfo a su adversario. El segundo grupo de riesgo es el de los estados donde la abstención reduce también la brecha, aunque no llega a voltearse naturalmente el resultado, pero la merma de ventaja, especialmente en estados pequeños, abre las oportunidades de que las acciones de la maquinaria chavista, condimentada por manipulaciones institucionales, termine por cerrar la brecha en votos y producir un triunfo chavista inducido.
Ninguna de estas dos variables se puede proyectar con certeza. En una campaña tan corta como esta, se producen movimientos extremos muy rápidos, como el observado en la campaña presidencial del 2013, en la que el candidato Nicolás Maduro arrancó con veinte puntos de ventaja y termina fulminando toda la brecha en apenas un mes. Si bien nuestras últimas mediciones indican que cerca del 40% de los electores están absolutamente seguros de votar, es perfectamente predecible que en el último tramo de campaña, los opositores descontentos decidan ceder y votar, aunque sea con un pañuelo en la nariz, entendiendo que al no ir con una posición abstencionista unitaria en toda la oposición, su acción deja de tener sentido simbólico para convertirse en una guillotina que destruye el único mensaje que se puede enviar en este elección: la demostración de la mayoría opositora y el ejercicio del derecho que se defiende: el voto. Si esa abstención se reduce y la participación termina siendo elevada, las brechas a favor de la oposición se amplifican casi proporcionalmente, permitiendo mostrar mejor la fuerza real de la oposición y complicando enormemente cualquier intento de manipulación electoral, que no podría estar encubierta en la apatía, logrando un resultado más cercano al teórico.
En todo caso, no estamos hoy en capacidad de decir cuál de estos escenarios ocurrirá, pero sí podemos adelantar una primera proyección general. La incertidumbre no parece ser si la oposición ganará o no la mayoría de las gobernaciones. Eso es lo más probable. La pregunta es si su triunfo será contundente o veremos algo muy moderado, lejos de las expectativas de la población opositora y la comunidad internacional y con algunas sorpresas estrambóticas en estados que nadie pensaría que el chavismo podría ganar, volviendo  a generar frustración y debilitamiento. Un típico caso donde el triunfo numérico podría no ser un triunfo político.
La conclusión es hípersimple. No votas, no ganas…y viceversa.

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