miércoles, 4 de octubre de 2017

Rasgos populistas del Gobierno venezolano en el siglo XXI partiendo de la tesis de Werner Müller

  Derkis Arevalo M.




El populismo se ha convertido en un sistema de dominación y división de sociedades, al mejor estilo del apartheid en la Sudáfrica del siglo XX. Un método de perversión, sumisión y de separación de una clase sobre otra.
En la agenda mundial el populismo está cobrando cada día mayor fuerza, no sólo en los gobiernos democráticos con tendencias ideológicas de derechas e izquierdas, sino también en sus respectivas alas radicales, denominadas como “ultras”, originando fracturas, retrocesos y debacles.
La hipercatálisis política, social, económica e institucional que atraviesa Venezuela no es mera casualidad, es producto de un conjunto de decisiones populistas desacertadas que se adoptaron desde los inicios del nuevo milenio, con la entrada en vigencia del Gobierno del militar Hugo Chávez Frías. Él impulsó un sinnúmero de reformas al sistema de gobierno que, metódicamente, fueron socavando la estructura burocrática del Estado Nacional. Así, resultó afectado el modelo de una República Federal descentralizada con mecanismos de planificación centralizada en la gran mayoría de los sectores estratégicos, ejes fundamentales para el desarrollo socio-económico de un país que cuenta con una sustancial reserva mundial de petróleo.
En el libro ¿Qué es Populismo?(2016), el profesor alemán Jan-Werner Müller, de la Universidad de Princeton, describe de forma histriónica once características de los gobiernos populistas, cuyos desenlaces son sistemas totalitarios y autoritarios para sostener el poder político. Entonces, partiendo de la tesis de Werner Müller, “los populistas siempre hacen daño al sistema democrático reivindicando que ellos son los únicos que representan a la mayoría”.
A continuación se interpretan los atributos que han llevado praxeológicamente al Gobierno venezolano a ser calificado como un sistema populista; cuestionado y tildado de régimen dictatorial, autoritario y totalitario por organismos internacionales. Se parte de los rasgos profundizados por el investigador europeo, haciendo las comparaciones y observaciones sobre cómo Venezuela recorrió –y recorre– las sendas del populismo, como mecanismo de dominación de una élite sobre el resto de la sociedad.
El antielitismo. Se culpa a la élite política, económica, o simplemente urbana, de colocarse de espaldas a las necesidades del pueblo. En Venezuela, el Gobierno por más de una década culpa a sus adversarios de todo los problemas de la nación, calificándolos como clase oligarca. Ahora, los que ostentan el poder son la nueva y única élite que, a espaldas de las necesidades del pueblo, tienen un estándar de vida digno de la elitista burguesía mundial (gran parte de las familias de los jerarcas viven en el extranjero).
El exclusivismo (sólo “nosotros”). Quienes detentan el poder son los auténticos representantes del pueblo, los “otros” son los enemigos del pueblo. En Venezuela es el discurso sistemático. Sin la revolución bolivariana (chavismo-madurismo) el país no tendrá paz, progreso, ni estabilidad. El adversario natural, la oposición, es apátrida, terrorista, enemiga y culpable. El Gobierno no acepta medirse en elecciones libres, directas y secretas. Se vale del Poder Electoral para armar un sistema corporativo de elecciones –como la fraudulenta, desde su génesis, Asamblea Nacional Constituyente– o sencillamente utilizar la nueva herramienta de inhabilitaciones para impedir a líderes optar a un cargo de elección popular.
El caudillismo. Se cultiva el aprecio por un líder que es el gran intérprete de la voluntad popular, alguien que trasciende y supera a las instituciones, cuya palabra se convierte en el dogma sagrado de la patria. En Venezuela, todo, absolutamente todo, gira en torno a la figura de Hugo Chávez. Influye en cada una de las estructuras del Estado, originando en una parte de la población idolatría (iconografías). Hoy en día han sido derrocadas por la misma población, inclusive aquellos que un día le apoyaron. No obstante, los jerarcas se alejaron de las ideas de su líder, cuya toma de decisiones dependía de la voz del pueblo. Hoy esa voz es corporativa, al mejor estilo de Benito Mussolini.
El adanismo (por Adán). La historia comienza con ellos. El pasado es una sucesión de fracasos, desencuentros y puras traiciones. En Venezuela, la quinta república fue el nacimiento de una nueva era. En contraste con la cuarta república que duró cuatro décadas, en la actual se han profundizado de manera alarmante los errores del pasado: corrupción, pobreza, división, odio, miedo, impunidad, desfalco, destrucción masiva de los recursos y riquezas existentes.
El nacionalismo. Una nefasta creencia en la propia superioridad que conduce al proteccionismo o a dos reacciones aparentemente contrarias. En Venezuela, el chavismo-madurismo es el único que tiene un proyecto país que ha llevado al progreso de la patria. Sus discursos son sólo eso, declaraciones utópicas (masificadas por el control de los medios públicos de comunicación). Por ejemplo, se creó una lista de opositores al régimen, llamada “Tascón”. Cualquier ciudadano que concursara para algún cargo público era automáticamente rechazado si estaba en ella (exclusión).
El estatismo. La acción planificada del Estado, y nunca el crecimiento espontáneo y libre de la sociedad y sus emprendedores, es lo que, supuestamente, colmará las necesidades del pueblo amado, necesariamente pasivo. En Venezuela, las consecuentes adquisiciones forzosas de empresas privadas productivas, que pasaron a ser administradas por el Gobierno, originaron la destrucción del aparato productivo nacional. Casos emblemáticos: Cemex, Agroisleña, Café Madrid, Fama de América. Hoy se encuentran quebradas, sin producción, y ahora son una carga para el Estado.
El clientelismo. Concebido para generar millones de estómagos agradecidos que le deben todo al gobernante que les da de comer y constituyen su base de apoyo. En Venezuela, el Gobierno elige, decide  y otorga beneficios, tales como: alimentación, vivienda, salud, telefonía, mediante la figura del Carnet de la Patria, excluyendo a quienes no lo posean, sencillamente por pensar distinto a su postulado.
Foto: Reuters
La centralización de todos los Poderes. El caudillo o la cúpula dominante controlan el sistema Judicial y el Legislativo. La separación de Poderes y el llamado check and balances son ignorados. En Venezuela, el Poder Ejecutivo dicta al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), Contralor General, Poder Electoral y Defensoría del Pueblo cómo actuar. En 2017 hubo ruptura del orden constitucional por parte del TSJ, que asumió competencias constitucionales del Poder Legislativo, que tiene legitimidad de origen y de desempeño. Igual sucede con el endeudamiento externo, que requiere aprobación de la Asamblea Nacional y fue reemplazado por el Poder Judicial. La comunidad internacional no acepta estos artificios. Es así que cuando los resultados electorales no favorecen al Gobierno busca todos los caminos para ejercer su poder y dominación, aunque ello vulnere el pacto social.
El control y manipulación de los agentes económicos. El banco nacional, o de emisión, se vuelve una máquina de imprimir billetes al enloquecido dictado del Ejecutivo. En Venezuela, el Banco Central de Venezuela (BCV) perdió autonomía y se utiliza para la impresión de dinero inorgánico que demanda el Poder Ejecutivo para mitigar el crónico déficit fiscal.
El doble lenguaje. La semántica se transforma en un campo de batalla y las palabras adquieren una significación diferente. “Libertad” se convierte en “obediencia”, “lealtad” en “sumisión”. En Venezuela, la imposición del Gobierno sobre los medios de comunicación le permite tener el control de los contenidos, en los que la semántica es la manipulación. Por ejemplo, meses atrás la fiscal general de la República, por encima de sus ideales políticos, exhortó a los distintos Poderes del Estado a tomar las sendas del hilo constitucional y respectar el pacto social, rápidamente fue catalogada por sus camaradas como traidora y desleal.
La desaparición de cualquier vestigio de cordialidad cívica asociada a la tolerancia y la diversidad. Se utiliza un lenguaje de odio que preludia la agresión. El enemigo es siempre un “gusano”, un “vende patria”, una persona entregada a los peores intereses. En Venezuela, la expresión de aversión al Gobierno –por su desgastado discurso, violación a las leyes, inacción e inercia en las políticas públicas– fue la protesta pacífica en las calles, lo que provocó intimidación, violencia, represión, persecución, odio y rabia, de parte de quienes deberían garantizar la seguridad ciudadana: la Guardia y la Policía nacional.
Todos estos elementos han socavado, deteriorado y llevado a la debacle al sistema democrático venezolano alcanzado en el siglo pasado. De manera tal que el Gobierno sí tiene todos los rasgos del populismo y se ha convertido en un sistema de dominación y división de la sociedad, que pone en un segundo plano el bienestar común para la satisfacción social. El acento está en el sostenimiento del poder a toda costa.

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