sábado, 7 de octubre de 2017

Una última mirada al tema de las elecciones regionales en Venezuela


Leonardo Vivas P. 

(Dedicado a Chipilo Pulido, genio de la amistad y las relaciones humanas)

Sentado en el patio de atrás con mi perro Bandido, viendo como el verano se trasmuta en otoño, me dio por pensar en los argumentos tanto de los abstencionistas uña en el rabo (que quedan pocos) como de los que los acompañan desde el escepticismo estoico. No quiero referirme a los argumentos en detalle pues soy enemigo del fastidio que pueda procurar a quien tenga el desparpajo de pasearse por estas líneas. Más bien voy a presentar lo que creo desde la pasión de quien, como todos los que se oponen al estado de cosas en Venezuela, quiere que se avance.
Lo primero es que respeto profundamente—más bien diría admiro—a quienes desde el país siguen cargando la cruz de la disidencia y la contestación frente a un país que se hunde cada día un poco más en el fango. Puedo incluso tener críticas para quienes se hayan desbordado en actos inconcebibles de violencia, pero comprendo que la desesperación conduce a todo. Digo todos porque yo no quiero distinguir entre quienes llamen a votar y quienes no, aunque combata a los segundos, a veces con demasiada pasión. Pero a todo al que tiene empuñada su voluntad para ayudar a salir del oprobio, aunque sea en su fuero íntimo, le confiero valor.
Naturalmente que también hay legiones de venezolanos en el exterior que han contribuido de manera extraordinaria a hacer conocer como dictadura lo que ayer era celebrado con aplausos en casi todos los escenarios, a ayudar a los compatriotas en dificultades o simplemente a hacer sonar su voz. Pero sabemos que hay una diferencia de grado entre estar aquí o estar allá en el país y se me hace muy difícil condenar apresuradamente a quienes han estado en la primera línea de oposición al gobierno desde hace largos años, sobre todo calificándolos de traidores u otras lindezas.
Se ha afirmado con simplismo que la llamada a elecciones acalló la protesta y eso es incierto. La elección de la ANC constituyó una derrota en la fase de la lucha confrontacional con la cual tirios y troyanos estuvimos de acuerdo. Pero no pudimos y esa derrota, más el cansancio por métodos de lucha que se radicalizaron al extremo, llevó a la desesperanza de la cual estamos saliendo lentamente. Afortunadamente, las elecciones regionales, más allá de las trompadas estatutarias o de primarias, permitieron rehacer un cuerpo opositor que estaba por el suelo. Y ahora, frente a la posibilidad de vencer a un enemigo despiadado y arbitrario al extremo, se reconstituye de nuevo la voluntad política. Es cierto que hubo un cambio de lógica política (de la protesta abierta a las elecciones) que se dio de manera abrupta y con argumentos débiles, pero la vida política es así: no ocurre como quisiéramos sino conforme aparecen los hechos en la vida pública. Y las elecciones (aunque sólo fueran las regionales) por las que tanto bramamos durante meses, se presentaron como un hecho cumplido por el gobierno en su afán de ganar tiempo y posicionarse en un escenario que no le era favorable.
Sobre las razones por la cuales hay que votar no voy a abundar. Ya mucha gente más calificada que yo lo ha dicho y repetido hasta el cansancio. Lo que sí es cierto es lo que muchos demócratas no admiten: que las elecciones son un extraordinario momento de movilización popular, que agita la pasión democrática donde más hace falta: en la menor escala de las regiones, donde cientos de miles de conciudadanos no han tenido la ocasión ni de manifestar ni de demostrar su apoyo a la causa. Se juzga una elección como un hecho menor, casi como algo que huele mal, porque se elige a alguien que manifiesta deseos de ser representante del pueblo. Los que conocen del pensamiento político francés reciente sobre este tema (Rosanvallon dixit) sabrán que el rechazo de la representatividad ha estado presente desde la revolución francesa con el jacobinismo, hasta la anti-política de más reciente cuño. No, señoras y señores, buscar la representatividad en una elecciones regionales es la esencia del hecho electoral. La democracia del “pueblo”, dicho así como una esencia orgánica distinta a la gente que vive en ciudades de verdad, es un imposible. En fin...
Finalmente unas breves palabras sobre moderados y radicales. La existencia de ambos es una realidad en la oposición venezolana y dadas las circunstancias no creo que vayan a dejar de existir (a lo mejor es indispensable que eso ocurra para poder salir de la dictadura). Dada la naturaleza de la lucha contra el autoritarismo chavista que mostró sus dientes muy temprano, que ha involucrado grandes movilizaciones, lucha electoral (revocatorios + elección de representantes del pueblo) y más recientemente lucha internacional por muchos medios), hay una fracción que yo calificaría de revolucionaria que quiere desplazar al régimen principalmente a través de la movilización popular. A muchos de sus miembros no le satisface simplemente una transición de cualquier tipo (mucho menos electoral), quieren sacar de cuajo ese cáncer en el cual se ha convertido la oligarquía dominante, desde el dominio político hasta si se quiere sus bases culturales. El otro sector, que por comodidad llamaremos moderados, no está convencido que la movilización popular es suficiente (de hecho, en algunos momentos han sido reacios a propulsarla) y prefiere ir ganando espacios, como en una guerra de posiciones, hasta que en un momento culminante una elección presidencial (u otro hecho no previsto) inicie el cambio de sistema. Una característica de este segundo sector que me toca directamente es que en su mayoría los ex-militantes de la izquierda venezolana, curada de espanto de las revoluciones, tienden a agruparse en su torno. Por ello insiste en la recuperación de la lucha electoral, cada vez más apagada en el país y donde sabe que reside su mayor fortaleza. Combinar sabiamente estos dos ingredientes (moderados y radicales) a la postre traerá la victoria. Si se separan irreductiblemente (como ha lucido posible recientemente) la derrota es o segura o mucho más difícil.

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