domingo, 15 de octubre de 2017

 DE PUERTA EN PUERTA

RAUL FUENTES

La puerta es siempre la clave/ de la leyenda.
/ Rosa de dos pétalos/ que el viento abre/ y cierra.
Federico García Lorca

Cuando en Venezuela suceden eventos como el pautado para hoy, salen a relucir el tercermundismo institucional y la hipocresía de las autoridades. Tercermundismo, porque en una sociedad moderna el sufragio no debería ser pretexto para movilizaciones castrenses; hipocresía, porque el árbitro, al fijar parámetros de ecuanimidad, hace alardes de una imparcialidad que está muy lejos de practicar. Ello compele a quienes en estas páginas y en otros medios expresan su opinión, a contenerse ante el ¡mida sus palabras o aténgase a las consecuencias! de una rectoría electoral tutelada por militares. Y los condenaría a divagar, por ejemplo, sobre el equilibrio de los líquidos y el peso de la masa del aire según Pascal y la raíz cuadrada del principio de razón suficiente en Schopenhauer; o, gajes del oficio, a comentar que, bajo los auspicios de la Organización Mundial de la Salud, se celebra este domingo el Día Mundial del Lavado de Manos, festejo que nada tiene que ver con Poncio Pilato (o Pilatos), aunque podría motivar a algún desaprensivo ciudadano (¿?) a emular al prefecto de Judea para enjuagarse los dedos sin haberlos entintados en la mesa de votación. Con un «me lavo las manos como Pilatos» justificaría su desatención al contrato social y su renuncia a un derecho inalienable. En lo que a mí respecta, no pretendo dictar cátedra de moral y cívica, pues, los hermeneutas oficiales tienen una muy particular manera de interpretar textos que no comprenden, y corre uno el riesgo de ser sancionado por transgredir disposiciones que, violando el derecho del individuo de expresar libremente sus ideas, imponen cauteloso silencio sobre simpatías y antipatías políticas mientras se desarrolla la jornada comicial. Dejemos a los incombustibles compatriotas encerrados en las cuatro paredes de su egocentrismo y llamemos a otras puertas. Que de puerta en puerta nos vamos.
En una de las tantas tontopedias virtuales en las que abrevan internautas de ignaro saber, leo una desangelada definición de puerta que la despoja de magia y misterio: «Elemento que sirve para separar estancias, facilitando tanto su aislamiento como el acceso entre ellas». ¡Qué simplismo! Nada se dice de su condición de enlace con ámbitos desconocidos. Evoco las míticas ciudades amuralladas que Marco Polo, fabula Ítalo Calvino, describía para asombro de Kublai Kan, emperador de los tártaros, cuyas colosales puertas eran asediadas por comerciantes, juglares y aventureros atraídos por lo que se contaba de sus prodigios; pienso en la puerta de Isthar que hizo construir Nabucodonosor en honor a la diosa del amor, la fertilidad y el sexo, y fue tenida, antes de que se erigiera el Faro de Alejandría, entre las 7 maravillas del mundo antiguo; asimismo, vienen a mi mente las 12 puertas de Jerusalén y las de Brandenburgo, en Berlín; las de Saint Denis y Saint Martin, en París; la de Machu Picchu, en Perú, y la madrileña Puerta del Sol, a la que, en hombros de taurófilos entusiastas, arriban matadores que salen por la Puerta Grande de Las Ventas después de una memorable faena. Todas esas puertas imagino. También las del bien y el mal: resplandecientes vanos flanqueados por serafines que conducen a estancias celestiales y lóbregas oquedades custodiadas por demonios que comunican con el inframundo.
La porte de l’Enfer llamó August Rodin a un grupo escultórico, inspirado en Ovidio, Dante y Baudelaire, que vació con la colaboración de Camile Claudel, de la que se fundieron 8 originales que se exhiben en museos de Francia, Estados Unidos, Suiza, Japón, México y Corea del Sur. Por ellos podría aparecer Lucifer o, si se siguen las instrucciones sugeridas por el Lemegeton Clavicula Salomonis y el Libro de Thot o los conjuros del árabe loco Abdul Alhazred, descender a su morada y leer, cual Dante, la terrible inscripción del umbral: «¡Perded toda esperanza los que entráis!», advertencia que convendría colocar en nuestras alcabalas y terminales para que quienes nos visitan no se hagan ilusiones.
Hay en Florencia una Porta del Paradiso, debida al talento del orfebre y escultor renacentista Lorenzo Ghiberti. Ignoro si por ella se podrá pasar, como Alicia a través del espejo, a ese mundo de maravillas que ha de ser el jardín de los justos y virtuosos. Probablemente no, pues es sabido que las llaves del cielo son celosamente guardadas por san Pedro, quien, en lo concerniente al derecho de admisión, es más riguroso e inflexible que el cancerbero de la legendaria discoteca neoyorquina Studio 54; más intransigente es, empero, su patrón. Quizá por eso, Iñaki de Errandonea, S. J. –soberbio jodedor y alter ego de Miguel Otero Silva–, incluyó en Las Celestiales una cuarteta reveladora de su talante: «Cuando el portal de la Gloria/ lo toca un muerto de izquierda/ se asoma Dios en persona/ para mandarlo a la mierda». El ilustre compilador acota que ese «Dios que pone de patitas en la calle» a las almas ñangarosas no puede ser el Señor de los cristianos. Si le hubiese tocado padecer el chavismo otra habría sido su apostilla.
Entre un viejo y acaso olvidado bolero –La puerta se cerró detrás ti/ y nunca más volviste a aparecer–, que cantaba Lucho Gatica, hasta un jacarandoso son, también pasto de la desmemoria –Ábreme la puerta mi negra/ que me estoy mojando–, entonado por murguistas y guaracheros de origen diverso, pasando por una sentimental balada interpretada por Gigliola Cinquetti –Alle porte del soleAl confine del mare–, el cancionero popular abunda en alusiones a puertas que se abren o cierran a la alegría y la tristeza. Existen puertas por la que muchos entran, mondos, orondos, redondos y lirondos, cantando victoria, y salen derrotados con el rabo entre las piernas. Hay ejemplos que nos atañen. Chávez prometió abrirnos las puertas del edén para que nadásemos en el mar de la felicidad y nos guió a las del averno para que zozobrásemos en las aguas de la penuria. Tenía que ser así: había pactado con un demonio caribeño. El diablillo rojo que le sucedió continúa empedrando con aviesos propósitos, camuflados de buenas intenciones, el fatídico sendero por el que marchamos, almas que lleva mandinga, hacia el despeñadero de la indigencia. Cerremos a cal y canto las puertas del ayer y abramos de par en par las del mañana para lavarnos las manos sin echar en saco roto, y Milan Kundera mediante, que «la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido».
rfuentesx@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario