viernes, 13 de octubre de 2017

INSISTIR

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                  LEONARDO PADRON

Pasa cuando te enamoras de una mujer. El objetivo es clarísimo: conquistarla. Entonces intentas que se fije en ti. Te pones animoso, terco, audaz. Apelas a tus mejores recursos. Ensayas las estrategias que conoces y las que te sugieren tus amigos. Te pones intenso un día y paciente el otro. Le escribes un poema, incluso si odias la poesía. La llenas de flores y espejismos (evita los peluches). Haces flexiones de ingenio. Buscas sorprenderla. Te obsesionas. En definitiva: insistes.
Pasa cuando persigues tu vocación en la vida. A veces abres la puerta equivocada y te regresas. Y sigues abriendo puertas. Y buscas cómo instalarte, cómo cultivarla, cómo hacerte de tu vocación. No importa si es la actuación, el derecho o la carpintería. Y seguro habrá obstáculos, momentos de duda, bajones en el ánimo. Pero insistes.
Pasa cuando tienes hambre. O cuando necesitas un techo. Pasa cuando el mundo tiene cara de gol en contra. Insistes. Siempre insistes. Sí, hay los que se desesperan, claudican, se rinden. Pero, en general, el ser humano insiste. Es parte de su naturaleza.

También pasa cuando estás bajo una dictadura. Es un régimen que produce opresión, claustrofobia, asfixia. Tu instinto te llevará a buscar el oxígeno de la libertad. Nada fácil. Vas a sufrir todo el inventario posible de atropellos. Serás agraviado, injuriado, humillado. Podrás ir a la cárcel, al exilio o a la clandestinidad. Incluso muchos perderán la vida en el intento. Pero una dictadura afecta a una sociedad entera. Y entonces la insistencia tiene el tamaño de un país. Nada menos.
Y sí. Hay que volver a hablar de lo mismo. Toca hacerlo. El país está en vísperas de un evento electoral que la oposición ha exigido durante un año entero. El domingo 15 de octubre hay elección de gobernadores no porque el régimen quiera, sino porque no tenía otra opción. Tibisay Lucena hubiera preferido un domingo más aburrido en su amplia casa de La Florida, plácidamente resguardada por sus escoltas. Seguro hubiera elegido estar derramada en su cama, rezongona, viendo en Netflix “House of Cards”, “Game of Thrones” o “Marsella”, series que la harán sonreír a propósito de los laberintos nauseabundos del poder. Sería perfecto no tener que pensar en el vestido que se va a poner, en la peluquería, en los memes que le harán, en la burlita intraficable de la gente que ha aprendido a odiarla durante tantos años de baranda e irreversibilidad. Y no tener que calarse al hermanito Rodríguez llamándola a cada instante: “Elimina todos los circuitos electorales que puedas. Cambia unos cuántos centros de votación. Si son doscientos los que necesitamos cambiar, se cambian. Confúndelos. Desanímalos. Hazte la loca con las sustituciones en el tarjetón, ahí el TSJ nos ayuda. Al rector Rondón no le aceptes ni un sobrecito de Splenda. Ignora a la prensa. Haz como siempre: cara de póker, mirada recóndita. Recuerda que ellos cada vez son más. ¿Qué va a decir el mundo si esa gente gana, no sé, 18 gobernaciones? Que efectivamente no quieren más revolución, que se hartaron de nosotros, y ahí sí nos fregamos, Tiby. No más escoltas, no más privilegios, no más poder. Volveremos al pasado. A esa pequeña patria nuestra que es el resentimiento. Y quizás la cárcel, Tiby. Hay mucho rastro en el camino. ¿Quién sabe cuántas carpetas se llevó Luisa “La Traidora” Ortega y todavía no las ha sacado a la luz pública? Sigamos en lo nuestro: simulando que el enemigo no somos nosotros. Que la villana es la MUD. Ellos vaciaron la calle, aunque nosotros fuimos los que disparamos. Shhhh. ¿No los ves cómo se dicen de todo en las redes sociales? Porque están molestos, porque se sienten defraudados, porque saben que vamos a vacilárnoslos otra vez. Vamos bien, Tiby. Deja la flojera. Pide tu cita en la peluquería”.
Es una escena posible. Palabras más, palabras menos. Ellos insistirán en su estrategia. Cada vez más obvios y delictivos. ¿Qué nos queda a nosotros? ¿A los millones de venezolanos que no podemos más con tamaño desastre? Lo mismo: insistir.
Ya a los líderes opositores bastante que les hemos dicho lo que se merecen, pero no votar por ellos es votar por la dictadura. Esa dictadura que nos destrozó la normalidad. Nos apagó el país. Nos convirtió en miseria y lástima ante el resto del mundo. ¿Y entonces? ¿Nos quedamos callados un domingo que podemos volver a la calle sin darles el pretexto de asesinarnos? Votar también es calle y resistencia. No solo colgarse un escudo de cartón, marchar diez kilómetros y pintarle una paloma al helicóptero del SEBIN cuando sobrevuela sobre nuestra rabia. Resistir es insistir. Volver a la democracia significa cortejarla de nuevo. Con todas las herramientas posibles. Desde nuestra noción de civilidad. Desde nuestro derecho. Desde el voto. Allí, donde somos millones. Donde somos muchos más que ellos.
Votar es apelar a nuestro instinto de supervivencia. No se trata de votar para cambiar unos nombres por otros. Vota por ti. Por los tuyos. Vota por tu estado. Por las calles donde creciste. Vota por la nostalgia y por la indignación que sientes. Vota por el país que mereces. No es un premio a las incoherencias y debilidades de la MUD. Es un castigo a la dictadura. Es un rugido de rechazo a tanta mediocridad. Un gesto multitudinario. Vota contra la sumisión que es el silencio. Vota contra la tragedia que es hoy Venezuela. Vota para avanzar. Para conquistar a esa amante esquiva y difícil en la que se ha convertido la libertad. Vota para insistir.
Ese es hoy el verbo crucial para todos los venezolanos: insistir.

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