LEONARDO PADRON
Pasa cuando te enamoras de una mujer. El objetivo es clarísimo:
conquistarla. Entonces intentas que se fije en ti. Te pones animoso,
terco, audaz. Apelas a tus mejores recursos. Ensayas las estrategias que
conoces y las que te sugieren tus amigos. Te pones intenso un día y
paciente el otro. Le escribes un poema, incluso si odias la poesía. La
llenas de flores y espejismos (evita los peluches). Haces flexiones de
ingenio. Buscas sorprenderla. Te obsesionas. En definitiva: insistes.
Pasa cuando persigues tu vocación en la vida. A veces abres la puerta
equivocada y te regresas. Y sigues abriendo puertas. Y buscas cómo
instalarte, cómo cultivarla, cómo hacerte de tu vocación. No importa si
es la actuación, el derecho o la carpintería. Y seguro habrá obstáculos,
momentos de duda, bajones en el ánimo. Pero insistes.
Pasa cuando tienes hambre. O cuando necesitas un techo. Pasa cuando
el mundo tiene cara de gol en contra. Insistes. Siempre insistes. Sí,
hay los que se desesperan, claudican, se rinden. Pero, en general, el
ser humano insiste. Es parte de su naturaleza.
También pasa cuando estás bajo una
dictadura. Es un régimen que produce opresión, claustrofobia, asfixia.
Tu instinto te llevará a buscar el oxígeno de la libertad. Nada fácil.
Vas a sufrir todo el inventario posible de atropellos. Serás agraviado,
injuriado, humillado. Podrás ir a la cárcel, al exilio o a la
clandestinidad. Incluso muchos perderán la vida en el intento. Pero una
dictadura afecta a una sociedad entera. Y entonces la insistencia tiene
el tamaño de un país. Nada menos.
Y sí. Hay que volver a hablar de lo
mismo. Toca hacerlo. El país está en vísperas de un evento electoral que
la oposición ha exigido durante un año entero. El domingo 15 de octubre
hay elección de gobernadores no porque el régimen quiera, sino porque
no tenía otra opción. Tibisay Lucena hubiera preferido un domingo más
aburrido en su amplia casa de La Florida, plácidamente resguardada por
sus escoltas. Seguro hubiera elegido estar derramada en su cama,
rezongona, viendo en Netflix “House of Cards”, “Game of Thrones” o
“Marsella”, series que la harán sonreír a propósito de los laberintos
nauseabundos del poder. Sería perfecto no tener que pensar en el vestido
que se va a poner, en la peluquería, en los memes que le harán, en la
burlita intraficable de la gente que ha aprendido a odiarla durante
tantos años de baranda e irreversibilidad. Y no tener que calarse al
hermanito Rodríguez llamándola a cada instante: “Elimina todos los
circuitos electorales que puedas. Cambia unos cuántos centros de
votación. Si son doscientos los que necesitamos cambiar, se cambian.
Confúndelos. Desanímalos. Hazte la loca con las sustituciones en el
tarjetón, ahí el TSJ nos ayuda. Al rector Rondón no le aceptes ni un
sobrecito de Splenda. Ignora a la prensa. Haz como siempre: cara de
póker, mirada recóndita. Recuerda que ellos cada vez son más. ¿Qué va a
decir el mundo si esa gente gana, no sé, 18 gobernaciones? Que
efectivamente no quieren más revolución, que se hartaron de nosotros, y
ahí sí nos fregamos, Tiby. No más escoltas, no más privilegios, no más
poder. Volveremos al pasado. A esa pequeña patria nuestra que es el
resentimiento. Y quizás la cárcel, Tiby. Hay mucho rastro en el camino.
¿Quién sabe cuántas carpetas se llevó Luisa “La Traidora” Ortega y
todavía no las ha sacado a la luz pública? Sigamos en lo nuestro:
simulando que el enemigo no somos nosotros. Que la villana es la MUD.
Ellos vaciaron la calle, aunque nosotros fuimos los que disparamos.
Shhhh. ¿No los ves cómo se dicen de todo en las redes sociales? Porque
están molestos, porque se sienten defraudados, porque saben que vamos a
vacilárnoslos otra vez. Vamos bien, Tiby. Deja la flojera. Pide tu cita
en la peluquería”.
Es una escena posible. Palabras más,
palabras menos. Ellos insistirán en su estrategia. Cada vez más obvios y
delictivos. ¿Qué nos queda a nosotros? ¿A los millones de venezolanos
que no podemos más con tamaño desastre? Lo mismo: insistir.
Ya a los líderes opositores bastante que
les hemos dicho lo que se merecen, pero no votar por ellos es votar por
la dictadura. Esa dictadura que nos destrozó la normalidad. Nos apagó
el país. Nos convirtió en miseria y lástima ante el resto del mundo. ¿Y
entonces? ¿Nos quedamos callados un domingo que podemos volver a la
calle sin darles el pretexto de asesinarnos? Votar también es calle y
resistencia. No solo colgarse un escudo de cartón, marchar diez
kilómetros y pintarle una paloma al helicóptero del SEBIN cuando
sobrevuela sobre nuestra rabia. Resistir es insistir. Volver a la
democracia significa cortejarla de nuevo. Con todas las herramientas
posibles. Desde nuestra noción de civilidad. Desde nuestro derecho.
Desde el voto. Allí, donde somos millones. Donde somos muchos más que
ellos.
Votar es apelar a nuestro instinto de
supervivencia. No se trata de votar para cambiar unos nombres por otros.
Vota por ti. Por los tuyos. Vota por tu estado. Por las calles donde
creciste. Vota por la nostalgia y por la indignación que sientes. Vota
por el país que mereces. No es un premio a las incoherencias y
debilidades de la MUD. Es un castigo a la dictadura. Es un rugido de
rechazo a tanta mediocridad. Un gesto multitudinario. Vota contra la
sumisión que es el silencio. Vota contra la tragedia que es hoy
Venezuela. Vota para avanzar. Para conquistar a esa amante esquiva y
difícil en la que se ha convertido la libertad. Vota para insistir.
Ese es hoy el verbo crucial para todos los venezolanos: insistir.
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