ELIAS PINO ITURRIETA
EL NACIONAL
He descrito en otras oportunidades la vivencia de un diputado de
nuestro primer Congreso, Luis López Méndez, acosado por los desafíos de
su tiempo. Habló ante la Cámara el 3 de julio de 1811, para señalar sus
dudas sobre la situación política que se vivía y sobre los retos que le
acosaban. Pienso una cosa en la mañana y en la tarde tengo ideas
distintas, me levanto cada mañana desechando los pensamientos que me
entusiasmaban al meterme en la cama, para experimentar un vaivén que
seguramente compartirán mis compañeros de parlamento. No busquen
claridad en una cabeza caracterizada por la confusión, concluyó en medio
de la pesadumbre. Algo semejante afirmó en la sesión anterior otro
representante, quien confesó su inhabilidad para actuar como vocero del
pueblo en un ambiente tan enigmático como el que se vivía y frente al
cual se reclamaban salidas de urgencia.
Es bien probable que algo semejante sintamos los venezolanos de la
actualidad, especialmente los líderes de los partidos y quienes
escribimos para el público. Si no acertamos hasta ahora en el remiendo
de los entuertos, ¿acertaremos después? Los que no tuvieron ayer la
llave de las soluciones, ¿la tienen hoy? Los criticones de cada semana,
¿vendremos ahora con reproches realmente nuevos y lúcidos? Las preguntas
convienen en el comienzo del año, cuando el simple movimiento del
almanaque sugiere la posibilidad de tiempos flamantes y arreglos
inesperados. Sin embargo, el problema radica en que no dependerán de
individuos recién nacidos, sino, en la mayoría de los casos, de las
mismas personas cansadas y chambonas del mes pasado y del año pasado.
La historia no cambia porque terminó un calendario hecho por la
autoridad y empezó otro. El movimiento del reloj es una ilusión porque
quienes lo llevamos en la muñeca somos los sujetos de antes, con
idéntica carga de problemas e incertidumbres. En realidad los
cronómetros personales solo aseguran que somos más viejos y
probablemente más estériles, pese a que la promesa de lo venidero afirme
lo contrario. La promesa depende de unos protagonistas que dan vueltas
en la misma noria todos los días, como recordaba en amargas letras el
poeta León Felipe: “Los mismos tiranos, los mismos hombres, los mismos
poetas”… creo que escribió. Nadie transita otros caminos, nadie abandona
la monotonía de las rutas establecidas, quiso decir. Solo hay cambios
de superficie para que prosiga la misma procesión, también dijo. Si
consideramos que las sociedades no saltan, no marchan a lo loco, tienen
sentido esas letras que insisten en cómo el pasado se empeña en evitar
la llegada del futuro.
Pero el caso del diputado que abrió esta primera columna de 2018
asegura también lo contrario. López Méndez comunicó su incertidumbre en 3
de julio de 1811 y así se anotó en las actas de la sesión, sin que
nadie lo contradijera, pero la independencia de Venezuela se declaró dos
días más tarde, apenas con la disidencia de un voto. El hombrecito
lleno de cavilaciones se armó de valor y tomó una decisión en la cual lo
acompañó la abrumadora mayoría de sus colegas que antes habían callado
ante la fuerza de las dudas, que habían discutido hasta la saciedad
sobre los riesgos de divorciarse de España tal vez porque los ataban
como a él, porque los convertían en juguetes de una realidad amenazante
que confundía las ideas e impedía la contundencia de las conductas
decisivas. ¿Habían cambiado esos hombres que, después de ser esclavos
del temor, después de experimentar una situación propia de
principiantes, de bisoños, de gente sin experiencia en las lides de la
política, se convertían en padres de la patria? Las mudanzas personales
bruscas no existen, salvo en casos excepcionales.
La actual situación de Venezuela nos obliga a dejar las vueltas en
la noria habitual. Es difícil, como se ha sugerido, porque los escollos
y los hombres de 2017 son los mismos de 2018, o quizá más terribles en
su amenaza y en su desacierto, respectivamente. Pero el prócer indeciso
de 1811 no era como los titanes que reverenciamos hoy en las estatuas,
como los gigantes que ahora idealizamos, sino un individuo lleno de
miedos y silencios. Verlo así, recordarlo en medio de la angustia ante
enemigos que parecían colosales, y calcular el tamaño del paso que por
fin tomó, puede ser un buen comienzo de año.
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