LAUREANO MARQUEZ
¿Qué pasará el día después, cuando la debacle pase —porque pasará—,
cuando las fuerzas demoledoras encuentren el freno que en este momento
no alcanzamos a vislumbrar, pero que no puede no ser? Entonces vendrá
ese día en el que nos levantaremos, primeramente, a contemplar las
ruinas del huracán que pasó, a lamentar que lo que fue edificado con la
paciencia del tiempo tuviese las fallas que facilitaron su destrucción.
Ese día, cuando la calma sobrevenga, conoceremos la magnitud de los
daños y caeremos en cuenta de que eran superiores a lo que imaginábamos;
y nos dolerá más saber que la tragedia fue humana, que el huracán
fuimosnosotros. Entonces, habrá que recoger todo lo roto, botar los
escombros (reciclar, para que no me caigan los ambientalistas) y
reconstruir la casa común con la mente puesta en que debemos reforzarla
para que una devastación igual no nos sorprenda de nuevo.
Cuando pienso en ese día y hago mentalmente el inventario de las
mentes prodigiosas que la fuerza civil de nuestra tierra ha producido en
todos los sectores, me lleno de esperanza. La reedificación será
retadora, será monumental. Aun en este momento en que la tormenta se
siente en toda su ferocidad, hay que poner la mente en el futuro, en el
futuro y en las mentes brillantes con las que contamos.
Hay venezolanos extraordinarios en nuestra tierra y regados por el
mundo. Gente que sabe de petróleo, de economía, del gobierno de las
naciones, porque lo han estudiado durante toda la vida, preparándose
para un llamado que nunca se ha producido. Médicos nuestros que dan
clases de cómo salvar corazones; sopranos que cantan en calles
abandonadas del sur; niñas que con la magia de las cartas cuentan
nuestra tragedia y nos conmueven. Hay jóvenes venezolanos estudiando en
todas las universidades de este diverso planeta. Ellos vendrán cuando se
les convoque. Será maravilloso verlos venir, ver los retratos de los
piecitos que vuelven, caminando sobre Cruz–Diez. Y los recibiremos y
habrá pancartas, calles, flores y canciones. Y no habrá que vender la
conciencia para cantar. Será una reconstrucción hermosa por lo
largamente anhelada, llena de creatividad e iniciativa, como le
enseñaban a uno en primaria.
En el fondo, el gran reto de esa reedificación nacional será el que
movía la angustia de Bolívar en Angostura: la creación de una ciudadanía
consciente, respetuosa de las leyes; la erradicación de eso que él no
llamó así porque uno no sabe si existía la expresión en ese tiempo, pero
que nosotros englobamos bajo el concepto de la “viveza criolla”, que
incluye muchas cosas y no solo el “vil egoísmo que otra vez triunfó” y
el afán de enriquecerse a costa de todos, sino también esa actitud
mental de usar todo lo público —leyes incluidas— para sacar provecho y
ventaja sobre los ciudadanos honestos. Moral y luces siguen siendo
nuestras primeras necesidades. Reeducarnos para no seguir construyendo
edificios endebles y prevenir tragedias.
En este difícil momento, que quedará registrado como de los más duros
y difíciles de nuestra historia, pienso en ese día, en el día después.
Creo que nuestras mentes brillantes deben estar puestas no en la inútil
discusión de qué arquitecto va a desarrollar el proyecto —tenemos muchos
y muy buenos—. En lo que hay que pensar es en los planos, que es lo que
requiere echarle coco.
La tormenta me atormenta; pero, en este duro momento, pensar en los
retos del día después entusiasma, porque uno sabe que tenemos con qué.
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