viernes, 19 de enero de 2018

Unámonos que el país se disuelve*

Alfredo Michelena
“Venezuela es como un cuero seco. Si la pisas por un lado se levanta por el otro”, decía Guzmán Blanco al referirse a los continuos levantamientos de caudillos militares regionales que no dejaban al país en paz. Vienen a mi memoria historias de mi abuela materna, quien me contaba cuando su hermano Pancho andaba alza’o y como por la hacienda pasaban gente del gobierno y de la revolución acabando con todo. Cuentos que también escuché de mi otra abuela, pero ya no en el Guárico sino en el oriente donde mi bisabuelo fue a probar fortuna como ganadero. Unos pagaban con bonos de la revolución y otros del gobierno, pero al final las familias quedaban quebradas. “Gentes de buena familia venidas a menos”. Me fascinaban sus cuentos de escapes de la guerra en la  búsqueda de refugio por las trochas obscuras llenas de peligros. Era mi época de soñar con caballeros andantes y héroes a caballo. Pero, para esa generación, fueron años de terror.
El tirano Gómez logró domeñar ese cuero seco y el petróleo trajo riqueza a una Venezuela que había sido devastada primero por la guerra de independencia y después por el caudillismo  militar. Pobres pero honrados. Esa generación y la nuestra crecieron en paz, desarrollo y democracia.
Pero el país, como el caballo de nuestro nuevo escudo, galopa para atrás. En los primeros once días de este año se han reportado 107 saqueos en 19 estados. El asalto a transportes de comida es ya un hecho usual. Pronto tendrán que hacer como en Colombia cuando se organizaban caravanas de vehículos custodiadas por la Policía Nacional para evitar los asaltos  guerrilleros.
Vivir en un país con hambre y escasez es aterrador y si a esto le agregas la inseguridad, las bandas armadas, la desaparición del Estado como árbitro, y un régimen que solo promete profundizar lo que está haciendo, la explosión social se vuelve una constante. No solo son los asaltos de comida sino la huida por las fronteras de millones de venezolanos que se juegan la vida en el intento. Baste recordar la triste muerte de unos balseros que quisieron llegar a Curazao. O la demoledora entrevista colgada en las redes sociales de un grupo de jóvenes  que, saliendo de Cúcuta, tenían tres días caminando y se dirigían hacia Argentina, sin un peso en el bolsillo.
Hay desespero y desesperanza. Queremos y necesitamos una solución rápida. Pero una cosa es lo que queremos y otra lo que podemos lograr. Muchos culpan a los líderes de oposición de no haberlos sacado de este desastre, pero muchos ni marchan ni votan. Dos tercios del país le ha hecho la cruz a la MUD y 40% son “ni-ni” a estas alturas del partido. Es la desconfianza hacia los líderes: la antipolítica que nos trajo a este “cul de sac” y que  no nos va a sacar de él. Claro que al final la responsabilidad es de un liderazgo que comete errores, se divide y no logra conectar.
Basta ya de llamarnos traidores a unos y a otros. Asumamos la humildad de que no sabemos cuál de las estrategias será la que dará resultados. Creemos un frente amplio donde quepamos todos. Y sino apoyamos, al menos  seamos constructivos que Venezuela se nos está disolviendo.
* de mi columna semanal en El Nuevo País Bitácora Internacional

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