Estimado Ricardo:
He leído con atención tu reciente artículo “El día D para Venezuela”.
Con el respeto y el afecto que siempre te he tenido debo diferir de tu
planteamiento central: solucionar el problema político venezolano
mediante la asistencia militar de una coalición de países
latinoamericanos, norteamericanos y europeos, solicitada por un nuevo
gobierno designado por la legítima Asamblea Nacional (previas las
destituciones del Presidente y del Vicepresidente de la República).
Aunque coincido con otras de las ideas que mencionas en tu artículo.
Advierto, de entrada, que también difiero del plan que sigue la Mesa
de la Unidad Democrática. Con el objeto de presentar de la manera más
clara mi planteamiento, me permitiré utilizar un esquema. Como todo
esquema, éste simplifica el tema pero lo ordena para fines analíticos.
Luego podré identificar algunos matices importantes.
Dos pares de opciones ayudan a precisar las estrategias que los
demócratas tenemos planteadas para acabar con la dictadura que hoy
destruye al país y causa tanto sufrimiento. El primer par de opciones se
refiere a hacer o no el trabajo de organización y movilización social.
El segundo a usar o no la vía electoral. Si intersectamos este par de
opciones tendremos cuatro estrategias posibles, tal como el gráfico lo
ilustra.
Cuadro 1: Opciones estratégicas
Vía electoral | Vía no electoral | |
Organización social | Día B | Día C |
No organización social | Día A | Día D |
No me queda claro si lo que llamas el “Día D” para Venezuela incluye o
no la movilización social. Y este no es un tema menor. Si la incluyese
tu propuesta se ubicaría entonces en el cuadrante ocupado por el “Día
C”.
De cualquier modo, el “Día D” (o el “Día C”) me parece tanto
indeseable como inviable, interna y externamente. Internamente
supondría, con alta probabilidad, la guerra civil entre quienes estarían
de acuerdo con la mencionada ayuda armada internacional y quienes,
calificándola de invasión, la adversarían. Aunque resultasen victoriosos
los primeros este conflicto se convertiría en una herida social que
será difícil curar y que marcará negativamente nuestro futuro político y
el de América Latina. Internacionalmente es difícil imaginar que los
gobiernos democráticos amigos lleguen a estar de acuerdo con esta
iniciativa militar conjunta.
Paso a referirme ahora al “Día A”, estrategia principal de la
oposición organizada en torno a la Mesa de la Unidad Democrática y
buscada, hasta donde se sabe, en las conversaciones que se adelantan en
la República Dominicana. Esta estrategia, que tampoco hace alusión a la
movilización social, pretende lograr la convocatoria a elecciones libres
y justas para sustituir a la dictadura socialista. Las experiencias
electorales recientes y la naturaleza del régimen nos permiten afirmar
que el “Día A” es también una estrategia poco realista. Coincido contigo
en que “…es un desafío a la credulidad pensar que un régimen dispuesto
a matar de hambre a millones de personas para mantenerse en el poder,
va a ceder ese poder en elecciones libres”.
Queda entonces la estrategia del “Día B”, la estrategia que defiendo.
Esta se propone superar la falsa dicotomía entre la protesta social y
la participación electoral. Estos no son mecanismos mutuamente
excluyentes. De hecho, es posible imaginar que la próxima elección
presidencial se convierta en la mayor protesta social que los
venezolanos hayamos realizado. Sostengo que en una dictadura cada evento
electoral puede ser visto como una emboscada democrática a la minoría
usurpadora, como un acto masivo de protesta pacífica. Votar y luchar no
son medios antagónicos, a menos que la lucha se reduzca,
equivocadamente, a las acciones de calle. La gran falla de la dirigencia
opositora ha estado, creo, en no haber sabido o podido articular ambos
medios. Al respecto, la movilización social que permitió la consulta
ciudadana el 16 de julio del año pasado fue una experiencia magnífica
que no debemos olvidar. El problema de acción colectiva que los
demócratas venezolanos vivimos desde hace ya algún tiempo es, sin duda,
un asunto de primer orden que no debe dejarse solo a los políticos.
La estrategia del “Día B” no supone, necesariamente, el colapso del
régimen. Una dictadura – o una parte de ella – que entienda que enfrenta
a una oposición nacional e internacional con apoyo social masivo y que,
por tanto, asuma su inviabilidad, podría verse forzada a acordar
condiciones para abandonar el poder. En este escenario la negociación
además de posible es, para evitar mayores costos sociales, también
deseable,
Un problema grave, Ricardo, es que tu propuesta del “Día D” no solo
es poco realista sino que, en la práctica, puede contribuir a
descalabrar a la estrategia del “Día B”. A partir de aquélla, el choque
de opiniones entre quienes descartan la vía electoral y quienes desean
intentarla de nuevo, tan funcional desde la perspectiva de la dictadura,
no hará sino profundizarse. La movilización social que el “Día B”
requiere será entonces seriamente afectada. Así, el poco realismo del
“Día D” terminará haciendo también poco realista a la estrategia del
“Día B”. Quedaremos entonces, divididos y varados, en medio de la nada.
Sin contar con que el discurso antiimperialista de la dictadura
socialista se verá fortalecido. Una invasión que no ocurrirá solo
servirá, para siempre, al régimen. Como en Cuba.
Veamos, sin embargo, algunos matices del tema, trascendiendo el
esquema un tanto rígido que vengo utilizando. La estrategia del “Día D”,
para ser efectiva, no tiene que ocurrir literalmente. Basta con que
constituya, sin mucha alharaca pública, una amenaza creíble. Dices que
ella puede servir para “…mejorar la probabilidad de que las
negociaciones que se están llevando a cabo en la República Dominicana
lleguen a un resultado exitoso”. Estoy de acuerdo. ¿Por qué disociarla
entonces de la participación electoral? La estrategia del “Día D” podría
convertirse en el componente internacional de la estrategia del “Día
B”. La “tormenta perfecta” para la dictadura emergería de la
coincidencia entre una protesta social convertida en participación
electoral y la posibilidad verosímil de una asistencia militar en caso
de fraude.
No descarto, a pesar de todo, la estrategia del “Día D”. ¿Qué
pasaría, por ejemplo, si la dictadura decide no convocar la elección
presidencial ante la posibilidad de perderla? En este momento, sin
embargo, el reto es organizarnos, nacional e internacionalmente, para el
“Día B”.
Quiero finalizar esta carta pública compartiendo la angustiante
pregunta con que cierras tu artículo: “¿Cuántas vidas más serán
destrozadas antes de que arribe la salvación?” Es una interrogante que
todos los demócratas debemos hacernos a diario. El asunto es, sin
embargo, que la solución que sugieres no nos acerca al final de la
pesadilla.
Te envío mis mejores deseos para este nuevo año junto a mi abrazo afectuoso,
RC
roca023@gmail.com
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