Lula: la caída más dura de un mito de la izquierda de América Latina
ALBERTO ARMENDARIZ
LA NACION
RÍO DE JANEIRO.- Las páginas de la Historia corren rápido en el Brasil actual y en especial para
Luiz Inacio Lula da Silva
. El expresidente obrero, figura casi mítica de la izquierda
latinoamericana, que el 1º de enero de 2011 dejó el poder con un récord
de 87% de popularidad y un país en plena bonanza económica,
puede ahora ser arrestado en cualquier momento para cumplir una pena de 12 años y un mes de cárcel por corrupción.
Su eventual detención tiene en vilo a los brasileños,
divididos como nunca antes sobre la suerte que merece el máximo líder
del Partido de los Trabajadores (PT). Los sondeos de cara a las
elecciones de octubre señalan que Lula goza de una intención de voto del
37% -a pesar de que la legislación electoral no permite que un
condenado en segunda instancia compita en los comicios-, al mismo tiempo
que es rechazado por un 40% de los encuestados. ¿Insistirá el PT con su
candidatura polarizante aún cuando Lula quede detrás de las rejas?
¿Logrará el exmandatario superar estos desafíos al parecer insalvables a
los que lo expuso la
Operación Lava Jato?
No sería la primera vez que, contra todos los pronósticos, Lula logra
vencer las formidables adversidades que le ha presentado la vida.
De padres campesinos analfabetos, y séptimo de ocho
hermanos, Lula nació el 27 de octubre de 1945 en Caetés, un pueblo en la
zona más pobre del interior del estado de Pernambuco. La miseria, el
hambre y el abandono de su marido alcohólico llevaron a la madre, Lindu,
a trasladarse con sus hijos hasta Guarujá, en el estado de San Pablo.
Allí, muy cerca de donde se encuentra el departamento tríplex frente a
la playa que hoy lo condena, Lula se educó y empezó a trabajar desde
niño como vendedor de tapiocas y naranjas en el vecino puerto de Santos.
De adolescente y
mudado para San Pablo, realizó un curso de tornero mecánico y consiguió
un empleo en una fábrica de tornillos. En 1960 ingresó al gremio de
metalúrgicos de San Bernardo del Campo, en la periferia sur de la
ciudad, donde inició una larga carrera sindical. Como carismático líder
de ideas marxistas, en plena dictadura militar (1964-1985), encabezó el
mayor movimiento obrero de la historia de Brasil. Promotor de grandes
huelgas de hambre, llegó a estar preso durante 31 días.
Por aquellos años se casó dos veces y tuvo hijos de tres
mujeres. Su segunda esposa, Marisa Letícia Rocco Casa (1974-2017), sería
quien se convertiría tres décadas después en primera dama y jugó un
papel fundamental en la oscura adquisición del tríplex de Guarujá de la
constructora OAS por la que Lula fue condenado en segunda instancia.
En 1980, con la embrionaria apertura del
régimen, fundó el PT, entonces de línea socialista troskista, pero que
luego haría las paces con el capitalismo para definirse más como una
fuerza de centroizquierda. Con las primeras elecciones directas, en
1989, Lula se lanzó como candidato a la presidencia que le arrebataría
en las urnas el joven conservador Fernando Collor de Mello. No se dio
por vencido e intentó otras tres veces más: sin éxito en 1994 y en 1998
(en ambas oportunidades ganó el socialdemócrata Fernando Henrique
Cardoso), finalmente salió victorioso en los comicios de 2002.
Para entonces, Lula había cambiado bastante.
Había dejado de ser un descamisado que buscaba la revolución para
presentarse de traje y corbata con un discurso de "paz y amor", que
buscó despejar temores y amigarse con los mercados y la clase media a
través de una famosa "Carta al pueblo brasileño".
Gracias a la estabilidad económica conquistada
durante la administración de Cardoso, el gobierno de Lula pudo
desarrollar vigorosos programas de inclusión social que sacaron a unos
30 millones de brasileños de la pobreza. Una política económica ortodoxa
combinada con el boom de los precios internacionales de las materias
primas empujó el impresionante crecimiento de Brasil, que llegó a
convertirse en la sexta economía mundial. El país ganó destaque
internacional como "Brasil potencia" y Lula se transformó en una
celebridad global, uno de los gobernantes más respetados, influyentes y
queridos del planeta.
Su exitosa administración en dos períodos (2003-2006 y 2007-2010) estuvo, sin embargo, manchada por el escándalo del
mensalão, sobre la compra de votos en el Congreso en 2005, que ya
preanunciaba los problemas de corrupción que vendrían más adelante. El
caso lo obligó a deshacerse de varios cercanos colaboradores del
gobierno y del PT, mientras él aseguraba que no había estado al tanto de
las irregularidades.
El 1º de enero de 2011, en la cima de su poder, Lula entregó la banda presidencial a su ahijada política,
Dilma Rousseff
, exministra de Minas y Energía y luego jefa de Gabinete suya.
Durante el gobierno de su sucesora el exmandatario estableció un
instituto con su nombre que usó para mantener su prestigio a través de
conferencias y seminarios, muchos de ellos pagados por empresas
involucradas luego en la red de sobornos y desvíos en Petrobras que
destapó la Operación Lava Jato, entre ellas
Odebrecht
y OAS.
En marzo de 2016, con el gobierno de Dilmaya
tambaleándose, el juez federal Sergio Moro, de Curitiba, puso la lupa de
la Lava Jato sobre Lula y lo obligó a declarar en el caso del tríplex
de Guarujá. Fue el comienzo del fin del mito. Rousseff intentó blindarlo
con el cargo de jefe de Gabinete, pero la designación despertó la ira
de gran parte de la población.
El resto de la historia reciente es conocida. El
12 de julio, el juez Moro condenó a Lula a nueve años y medio de
prisión por corrupción y lavado de dinero en el caso del tríplex, en
tanto que el expresidente está procesado en otras seis causas
relacionadas con la Lava Jato, por crímenes que incluyen tráfico de
influencias e intento de obstrucción de la Justicia. Lula apeló el fallo
de Moro, pero el 24 de enero, el Tribunal Regional Federal, en Porto
Alegre, ratificó la sentencia y aumentó la pena a 12 años y medio de
prisión.
La última carta de la defensa de Lula para evitar la cárcel era el
habeas corpus preventivo ante el Supremo Tribunal Federal. Ahora,
ya negada, Moro podría dar la orden de detención en cualquier momento.
La decisión promete tener un fuerte impacto en las elecciones de
octubre, en la vida de Lula y en la historia de Brasil.
Por:
Alberto Armendáriz
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