CARLOS RASQUIN M.
La
grandeza se refiere a cualidades magníficas y espléndidas de la naturaleza,
creaciones o construcciones formidables o características sobresalientes de
humanos excepcionales. Sin embargo, el psicoanálisis ha encontrado una estación
particular, que acompaña a individuos cuya estructura de personalidad está
organizada en un grave trastorno, en el cual el narcisismo inicial que todos
transitamos se instala como condición central y dominante, estableciendo un
modo de funcionamiento, denominado trastorno narcisista de la personalidad,
caracterizado por un egocentrismo desbordado, que puede establecerse ante sí
mismo y ante los demás, como si ese sujeto estuviese dotado de poderes y misiones
superiores, que lo convierten en un ser que convoca al culto y la subordinación
de su entorno a tan indiscutibles cualidades y propósitos.
Cuando
un personaje de esta índole se presenta como líder político ante una población
urgida y confundida, puede convertirse en un líder carismático y mesiánico. Así
es percibido y seguido.
Hace
varios años, un grupo de especialistas en salud mental coincidimos y publicamos
reportes sobre esta condición de personalidad de Hugo Chávez, advirtiendo de
los riesgos y complicaciones para la salud pública en general.
Un
comunicado del Ministerio de Salud prohibió a especialistas y medios, la
emisión de opiniones de este tipo sobre el Presidente u otros gobernantes, bajo
amenaza de sanciones.
En
un artículo del año 2002 (Tal Cual
4-2-2002), comenté que este problema difícilmente podría ser encarado por una
junta de expertos en salud mental y que era una tarea del ejercicio político de
la comunidad, validar o excluir al personaje, a través de los medios
institucionales de elección o desaprobación.
Lamentablemente,
la realidad ha sido que un poco más de la mitad del electorado ha ratificado al
líder en cuestión, siendo el 7 Oct. y el 16 Dic. los últimos episodios de tal
ratificación.
Esto
hace al problema, un asunto individual…y colectivo. No sólo Chávez se presenta
como la mejor solución para el país, sino que una multitud lo respalda.
Todo
esto contrasta con el desastre y deterioro generalizado de las condiciones de
vida, la salud institucional y la verdadera condición productiva material y
espiritual del país.
Chávez
ha prevalecido apoyado en un discurso grandioso de ser la reencarnación del
Libertador y conductor de un proceso redentor, siempre por venir, que es la
revolución siglo XXI. Para instrumentar ese proceso, asaltó, saqueó y dispuso
de PDVSA; alentó, como nunca, el espejismo y mito nacional (viejo síntoma de
grandiosidad colectiva), de que con la renta petrolera se puede todo, en un
gobierno que padece e impone una borrachera petrolera de arrogancia,
inmediatismo, mendicidad y corrupción generalizada y descarada.
El
epílogo de este siniestro capítulo de nuestra historia, es la más cruda
evidencia de las miserias de esta locura de grandiosidad, que sigue arrastrando
al primer actor, a su entrono, sus seguidores y envuelve al resto del país.
Aquejado
de una calamidad grave de salud, que puede tocar dolorosamente a cualquier mortal,
la grandiosidad de esa equívoca fantasía colosal, se erige, negando todas las
evidencias de la dramática realidad, colocando el curso de una nación en el
absurdo e innecesario eje de una persona, punto “fuerte” y débil del populismo
mesiánico.
Es
insólito como el país queda secundarizado y se focaliza la atención en el
sostén y seguimiento del líder fabulado como único e imprescindible.
Es algo
contra natura, inhumano y delirante. La conducta sensata y pertinente para él y
la comunidad, que se trate como un paciente grave, se le reconozca y atienda
como tal y reciba la atención médica y familiar de un ser adolorido y afligido.
Por el contrario, siguen jugando a que es omnipotente y será el jefe del
bienestar del 2013.
Me
pregunto, qué consistencia y persistencia tendrá un movimiento político,
centrado en la grandiosidad y magnificencia de un único ciudadano.
Carlos
Rasquin.
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