PLATÓN Y LA SOCIEDAD DE MERCADO
ALEJANDRO MADRIGAL L.
Creo haberle leído a Platón contar como le divertía
pasearse por los mercados de Atenas para ver “toda la cantidad de cosas que
vendían y que él nunca iba a necesitar”. Imagínense a ustedes a este personaje
resucitando en el Florida Mall de Orlando o cualquiera de los grandes templos
norteamericanos ofrendados al dios Consumo.
La historia es que, por razones de la enorme
distorsión económica de la Venezuela actual y a pesar de una severa crisis
económica que el año 2012 nos ha dejado en lo personal, decidimos aprovechar el
increíble bajo precio del dólar norteamericano que otorga el aberrante sistema
de control de cambio imperante en la patria del moribundo comandante y nos
fuimos de compras de fin de año al estado de Florida, como todo venezolano que
se respete y que no tiene pruritos en ser visto de la mano de Mickey.
Lo primero que me di cuenta al darle unos cuantos
billetes verdes a cada chamo para que compraran sus regalos y ropa, fue la cara
de desesperación de ambos, cuando después de estacionar en el International
Premium Outlet de Orlando, se lanzaron a la conquista de las increíbles ofertas
y objetos inverosímiles, que probablemente “nunca necesitarían”. Y es que a la
abismal diferencia de precios provocada por un bolívar excesivamente
sobrevaluado, se unen todos los trucos de mercadotecnia que con enorme
sofisticación la sociedad de consumo norteamericana penetra los sentidos de los
espíritus inocentes (incluyendo el mío).
Después de dos días seguidos de sobredosis de
capitalismo salvaje me vi en la necesidad de sentarme a charlar con ambos
retoños y tratar de sacarlos del estado de intoxicación que, sin duda llevaría
a la adicción al mercantilismo materialista que caracteriza a las sociedades
decadentes. Lo cual conduciría, a su vez, al riesgo de aborrecer al socialismo
del siglo XXI, que con tanto esfuerzo y dedicación ideológica estamos empeñados
en construir en la patria de Bolívar.
Les expliqué, por ejemplo, que el insensible
sistema capitalista simplemente hacía uso de los instintos mas primitivos del
hombre, es decir de los restos del cerebro de dinosaurio que nos impulsa a ser
territoriales y egoístamente competitivos, para entonces impulsarnos a consumir
y asi exhibir ante la “competencia” nuestras mejores galas. Les dije que de
esta manera, la sociedad de consumo ha logrado construir sociedades exitosas,
pero probablemente insostenibles en el tiempo, al basar la generación de
riqueza en la depredación de recursos naturales finitos que terminaría al final
con el planeta. Apelé a su sensibilidad para intentar convencerlos de que si
todos los habitantes de La Tierra tuvieran el mismo nivel de consumo que el
norteamericano medio, hace tiempo hubiéramos perecido en guerras por el dominio
de los recursos naturales. Les conté como, en su afán de preservar el “american
way of life” los norteamericanos no han dudado en invadir países e inventar
guerras como la de Irak a fin de dominar los recursos energéticos del planeta,
mutilando niños inocentes. Les recordé como la hipocresía en la defensa a
ultranza del sistema democrático por parte de los gobiernos gringos se evidencia
cuando no dudan en mantener y apoyar regímenes títeres de sus intereses como la absurda
monarquía saudita o derrocar a gobiernos democráticos pero inconvenientes como
el de Allende en Chile, para dar paso a episodios oscuros como la dictadura de
Pinochet. Les hablé de como los Estados Unidos se había opuesto a la Firma del
Protocolo de Kioto, mediante el cual los países del orbe se comprometen a
reducir las emisiones de dióxido de carbono, responsables del calentamiento
global, aduciendo para ello razones económicas: ello significaría un sacrificio
impensable para el modo de vida del norteamericano medio, para el cual el
transporte público es francamente degradante.
Creo que mis intentos fueron vanos, pues al dia
siguiente el número de bolsas, producto del consumismo, seguía incrementándose
así como el embelesamiento por los costosos automóviles que desfilaban ante sus
ojos, lo cual anulaba cualquier intento de racionalidad.
Evidentemente, las reflexiones sobre el modelo
liberal que impulsa la sociedad de consumo forman parte del planteamiento mas
trascendental que cualquier habitante pueda enfrentar hoy dia. Para muchos, de
ello depende la supervivencia de la raza humana; el recalentamiento global
podría acabar en una generación con la mayor parte de conglomerados costeros,
enormes islas de basura plástica se forman en los océanos, toneladas de comida
se botan diariamente en una ciudad como Las Vegas, mientras millones de
familias africanas sufren con el llanto de niños que mueren de hambre.
Para otros, es este modelo exitoso y perverso es el
responsable de la mayor parte de los avances científicos y sociales que han
permitido aumentar en los últimos cincuenta años, casi todos los índices de
desarrollo humano. Sería imposible imaginar la humanidad hoy día sin las
herramientas tecnológicas que nos permiten el acceso inmediato a las mas
insólitas fuentes de conocimiento humano, lo cual a su vez nos permite avanzar
en campos como la lucha contra las enfermedades y la producción de alimentos.
Cabe preguntarse si estos avances hubieran sido posible en una sociedad donde
el espíritu competitivo y mercantilista estuviera ausente. Sería interesante
simular un mundo dónde nunca hubiera existido Microsoft, Nestlé, Pfizer o
Boeing. O un mundo sin las universidades norteamericanas, incubadoras entre
otras cosas, de la dictadura de premios Nobel a la cual nos tiene sometido los
Estados Unidos.
Mis pensamientos se van a una insólita visita
realizada en los años ochenta al actual Centro Pan Ruso de Moscú, dónde en esa
época se exhibían los logros tecnológicos de la extinta Unión Soviética. Yo
venía de occidente, por supuesto, y no pude dejar de reír con ironía al
observar la pobreza de aquella exposición dónde se mostraba el último grito de
la tecnología comunista, incluyendo la indudable fortaleza espacial de la
patria de Yuri Gagarin. Salí de allí reflexionando sobre el modelo planetario
si todos los países del orbe hubieran adoptado el razonable y justo modelo de
exaltación del bien común sobre los intereses individuales, de anulación del
individuo competitivo y materialista para dar paso al hombre nuevo de las
comunas, al habitante de un estado todopoderoso que reparte por igual los
bienes colectivos, sin importar el esfuerzo de cada individuo por superar los
obstáculos propios de la carga que la naturaleza ha puesto en cada una de
nuestras espaldas.
El planeta puede sufrir consecuencias impensables
en unas cuantas décadas, por culpa de la depredadora sociedad de consumo. Pero
también puede acabarse por la colisión con un meteorito. En este último caso,
¿no sería la tecnología desarrollada por la misma sociedad de mercado la que
acudiría en nuestra ayuda? ¿No son los países que practican el libre mercado,
aquellos que más investigaciones dedican al problema de la depredación
ecológica? ¿No son individuos inmoralmente ricos, gracias al mercado, como Bill
Gates, los que le están metiendo el pecho a problemas como la pobreza en
Africa?
Todas están son preguntas pertinentes en un momento
de nuestra historia como nación en la que estamos inmersos en una enorme
disyuntiva filosófica, constantemente bombardeada por una enorme maquinaria de
propaganda oficial que toca con mucha habilidad las fibras de la emocionalidad
de un pueblo que busca mejores caminos.
Me pregunto qué opinaría Platón de todo esto.
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