martes, 11 de junio de 2013

ASUNTO DE DOS


Francisco G. Basterra

La primera gira del nuevo emperador rojo por el continente americano con escalas en el Caribe, Trinidad y Tobago, Costa Rica y el emergente Méjico, concluye con dos jornadas de encuentro, en mangas de camisa, en un rancho de 200 hectáreas en el desierto de Mojave, California, de Xi Jingping, presidente de China, con Barack Obama, presidente de la única superpotencia realmente existente y ejerciente. Se ha buscado la lejanía de la pompa oficial de Washington para que Obama establezca una relación personal con su único par mundial que dirige un país donde habita el 20% de la humanidad. En EE.UU. domina el discurso de la “amenaza china” y el presidente estadounidense es consciente de que la relación entre los dos países definirá este siglo. Washington no acaba de definir una estrategia clara en su relación con Pekín: la contención de China ya no es posible; la acomodación ante el gigante asiático, ofrecer zanahorias y esperar que todo vaya bien, puede que sea inevitable pero rechina a los estadounidenses; la política de tejer compromisos económicos, comerciales y hasta militares aguardando a la democratización política no ha dado resultado. A EE.UU le quedaría la aceptación de aprender a mirar a China, a la actual no a una nación democrática, como el poder dominante en Asia Oriental, de la misma manera que la Gran Bretaña imperial aceptó el rol preeminente de Estados Unidos en el hemisferio occidental. Males menores para un presidente declinista que, sin embargo, proclama que no hay un sustituto del liderazgo americano.
Xi llega a la cita de California, la primera que efectúa a EE.UU como jefe del Estado, al frente de un país que ha salido indemne de la Gran Recesión, incubada en Estados Unidos. Las escalas anteriores a California muestran la firmeza del modelo de capitalismo de estado chino y su empuje mundial frente al anémico comportamiento de la economía estadounidense y el estancamiento de Europa. China Inc. compra la primera empresa alimenticia del mundo, la estadounidense Smithfield Foods; busca minerales en Groenlandia con mano de obra propia a la que paga, con el permiso de Dinamarca, por debajo de los salarios locales, y construye sobre el hielo autopistas y ferrocarriles. Saca oro de las minas africanas en Ghana, gestiona el puerto del Pireo en Atenas y logra de Nicaragua una concesión por 100 años en la construcción del nuevo canal que unirá el Pacífico con el Caribe. Un pulpo global con intereses nacionales e inmigración china que alerta a los estadounidenses.
Ocurre lo mismo que se vivió en los años 80 del pasado siglo cuando Japón compraba grandes empresas norteamericanas y edificios emblemáticos en Nueva York. Cuando barría el libro Japón, número 1, del profesor de Harvard Ezra Vogel, que defendía la superioridad del modelo económico y político nipón frente a EE.UU. Viví en Washington la mezcla de miedo y fascinación que provocaba el ascenso japonés. Luego vino una gran burbuja, la deflación y dos décadas perdidas para el imperio del sol naciente. ¿Una lección no aprendida de la tendencia a exagerar los acontecimientos? O quizá China ya ha abandonado la máxima de Deng, “esconder la luz y cultivar nuestra fuerza”, para aplicar el precepto de vencer sin combatir, del general chino Sun Tzu.
El giro de Estados Unidos hacia Asia irrita a la nueva dirección china, que persigue una relación entre iguales y preservar un cinturón estratégico que incluye los mares del este y el sur de China, hasta Japón, Filipinas y Malasia, garantizando su discutida soberanía sobre el rosario de islas e islotes ricos en recursos naturales. Xi demostrará firmeza ante el Japón del nacionalista Shinzo Abe, aliado clave de Washington. El objetivo de Pekín es incrementar su espacio estratégico en el Pacífico Occidental para que las armas nucleares estadounidenses no pasen a través del Mar Amarillo y el Mar de China Oriental. El líder chino entregará la baza de Corea del Norte a Obama, cuyo programa nuclear no defenderá al coste de la inestabilidad de las relaciones con Washington. Para Xi la relación entre China y Estados Unidos se encuentra en “una encrucijada crítica” y pretende explorar en California un nuevo tipo de relación entre grandes potencias. Obama denunciará el ciberespionaje de piratas chinos sobre los programas militares avanzados de EE.UU y el supuesto robo de patentes y de secretos comerciales, que le costaría a la economía norteamericana 300.000 millones de dólares al año. Nadie espera que la cita en la naturaleza de California arroje resultados concretos inmediatos. Se trata de reflexionar sobre un problema histórico: ¿Qué ocurre cuando un poder establecido y uno emergente se confrontan? Los chinos recuerdan la Guerra del Peloponeso, relatada por el historiador Tucidides, originada por el miedo de Esparta ante la poderosa Atenas. ¿Quiénes serían hoy los atenienses y quiénes los espartanos?

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