EDITORIAL DE EL PAÍS
16 JUNIO 2013
Los expertos en Irán recomiendan no hacer grandes pronósticos electorales, y los comicios presidenciales celebrados el viernes les dan de nuevo la razón. El contundente triunfo del clérigo moderado Hasan Rohaní, que con un 50,7% de los votos evita una segunda vuelta, y el inmediato reconocimiento de los resultados por parte del régimen han sorprendido casi tanto como la elevada participación.
En efecto, a pesar de su campaña vigorosa, Rohaní no parecía tener excesivas posibilidades frente a la bien engrasada maquinaria de los conservadores alineados con el líder supremo, el ayatolá Ali Jameneí. Por otro lado, el desencanto de la población tras los comicios que dieron en 2009 el triunfo a Mahmud Ahmadineyad —ensombrecidos por las sospechas de fraude y la brutal represión de las protestas— hacía temer una fuerte abstención. La participación, en cambio, llegó al 72%.
Sin embargo, tal vez no haya tanta sorpresa. Las piezas, de hecho, encajan en el tablero político iraní. El triunfo de Rohaní refleja el hartazgo de la población con los ocho tormentosos años de Gobierno del ultraconservador Ahmadineyad, marcados por el declive económico y el aislamiento internacional. Las sanciones comerciales y financieras impuestas por la ONU, EE UU y la UE para frenar el programa nuclear, unidas a una desastrosa gestión económica, han empujado a Irán a la recesión. La inflación (que según estudios independientes roza el 40%) y el desempleo rampante han empobrecido a las clases medias.
La respuesta ha sido el masivo respaldo al candidato conciliador, que habló de levantar las restricciones en Internet, de liberar a los presos políticos, de relajar la persecución de la policía moral y de tender la mano a la comunidad internacional: no hay que olvidar que Rohaní, de 64 años y educado en Reino Unido, fue el encargado de pactar en 2003 la suspensión del programa de enriquecimiento de uranio, reiniciado luego por Ahmadineyad.
Varios elementos hacen pensar que a Jameneí le convenía este resultado. El líder supremo es consciente de que la ruta de Ahmadineyad estaba llevando al país a la catástrofe. El triunfo de Rohaní le da la llave para despresurizar una situación social insostenible. Eso puede explicar que esta vez haya habido una clara voluntad de transparencia en el recuento, que faltó en 2009. Y que, frente a la coalición de moderados y reformistas fraguada poco antes de los comicios, Jameneí no se decantara por ninguno de los candidatos afines. El propio líder alentó la participación y las autoridades extendieron el horario de votación, cuando era obvio que la abstención habría beneficiado a los conservadores.
No hay que lanzar aún las campanas al vuelo, pero el perfil pragmático de Rohaní abre unas perspectivas alentadoras. Los cambios en Teherán pueden tener una influencia positiva tanto en la negociación nuclear como en la búsqueda de una salida política en Siria. Las sanciones están dando resultados, y Occidente debe aprovechar esta oportunidad.
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