LA CORRUPCIÓN: ENTRE LA DESLEALTAD Y EL
DERRUMBE
Emilio Nouel V
"La corrupción pone de manifiesto la falta de aceptación de
"La corrupción pone de manifiesto la falta de aceptación de
reglas
importantes de la democracia. El sistema democrático
es
vulnerable a la corrupción porque no acaba de generar
suficiente
confianza".
Alberto Calsamiglia
Viniendo de quien viene, ese llamado reciente
a combatir la corrupción no puede producir mas que risa, comentarios burlones y
descreimiento absoluto, sobre todo, por saber lo que sabemos, a pesar de los
rojos que puedan sacrificar para aparentar.
Y aun más carcajadas suscita la creación de una policía
secreta anticorrupción, la Maduropol,
según el amigo José Luis Farías.
Nunca antes en la historia patria, desde que el “Autócrata
Civilizador”, símbolo máximo del gobernante corrompido por excelencia,
regía los destinos de esta tierra de gracia, la descomposición moral y
administrativa gubernamental había alcanzado las cotas a que ha llegado en los
años recientes.
Los casos de personajes que hace diez años eran casi
pobretones de solemnidad y que han devenido en potentados y magnates de los
negocios y las finanzas a la sombra del Estado petrolero, no son pocos; muchos
están dentro del gabinete ministerial y su entorno. Historias tan estrafalarias
como grotescas protagonizadas por los nuevos ricos, hoy animan las tertulias
familiares y de amigos a lo largo y ancho del país.
En Venezuela se ha producido, pero con mayor rapidez, lo
que en la China, con los llamados “príncipes”, descendientes de los líderes de
la revolución comunista, convertidos en la actualidad en grandes
multimillonarios. En nuestro caso, PDVSA, principalmente, ha sido la fuente de
enriquecimiento de los “boliburgueses”. Contratos de transporte,
seguros, suministros, divisas y emisiones de bonos han vuelto a unos cuantos
grandes magnates, propietarios de lujosos inmuebles dentro y fuera del país,
joyas y vehículos, caballos de carrera, medios de comunicación y pare usted de
contar antes de que se vaya en vómito.
Ciertamente, la corrupción en el poder no es un fenómeno
nuevo, ni los venezolanos somos los únicos que la padecemos. Es una lacra
universal. En todas las latitudes se cuecen habas, países desarrollados y
emergentes. Ninguno se salva, tampoco ningún sector político.
Soy de los convencidos de que es imposible acabar con ella
de forma total, pero hay formas técnico-legales de llevarla a niveles mínimos
"tolerables" para la sociedad. Somos seres humanos, por tanto,
imperfectos. Siempre, y hasta el Juicio Final, habrá quienes que de una u otra
manera sucumbirán a la tentación del tráfico de influencias, el fraude, el
soborno, la extorsión y el peculado. Y
no solamente en el ámbito público. En los negocios privados también se da el
fenómeno, aunque con la ventaja de que no se hace con los dineros de todos.
En el fondo, la corrupción comporta, contiene, una
deslealtad con la organización a la que se pertenece. Esto muy bien lo ha
señalado Albert Calsamiglia, experto en este asunto.
Cuando se ostenta un cargo en una institución pública o
privada, ser desleal significa infidelidad con ella y sus integrantes. Es
traicionarla, engañarla; es ser falso, hipócrita y no transparente, porque se pone
delante el beneficio individual en detrimento de aquella, todo bajo un manto
secreto.
Pero también es mostrarte ingrato con la que te ha dado una
posición y confiado un encargo para que lo cumplas de acuerdo con ciertas
reglas, porque, a fin de cuentas, con ello se favorecerán todos sus miembros.
Cuando se es servidor público, la deslealtad opera contra
toda la sociedad; es ella la que se perjudica, en especial, los más
necesitados. Está más que demostrado que el dinero que se va por los
desaguaderos de la corrupción gubernamental, es dinero arrebatado a las obras y
planes sociales dirigidos a quienes están desamparados en nuestra
sociedad. Son menos escuelas, liceos y universidades públicas; hospitales;
obras de infraestructura y servicios de seguridad. No son los ricos los
afectados.
La palabra corrupción, de por sí, es algo terrible y
también terrorífico, aunque de tanto usarla, como dice Alain Etchegoyen, la
hemos banalizado. Ella alude a una muerte cercana, a una destrucción que se
acerca. En una situación de corrupción hay algo que se ha roto, dañado, y ha
comenzado a descomponerse. No es la muerte, es el movimiento hacia ella.
Los filósofos, como Montesquieu, decían que la corrupción
evidencia cómo se está degradando un gobierno o perdiendo una república.
En nuestro país, lo que hemos visto y estamos observando es
una pandemia de inmoralidad gubernamental que está quebrando, rompiendo, los
cimientos de un régimen político que se dirige hacia su propia destrucción. Los
riesgos de anomia y caos políticos son enormes. Y todos, sin excepción, podemos
ser arrastrados y tragados por ese proceso demoledor.
Las fuerzas democráticas, conscientes de esta grave
situación, tienen el deber de arbitrar las fórmulas políticas para sacar
adelante el país antes de que lleguemos a ese desastre que se perfila a la
vuelta de la esquina. Los más conscientes y decentes partidarios del
oficialismo deberían igualmente tomar cartas en este asunto. La primera víctima
será la democracia.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario