HÉCTOR ABAD FACCIOLINCE
Ustedes habrán notado que cuando un caballo orina, todos los otros caballos se ponen a orinar; habrán visto que si la vecina bosteza, uno bosteza también; que en los programas de humor ponen risas enlatadas para que uno se ría igual; y que basta un loco en la casa para que a otros miembros de la familia empiecen a aflojárseles los tornillos. Algo parecido ocurre con los países.
En tiempos de Chávez y Uribe la locura de allá se nos contagió acá (y viceversa) y las relaciones bilaterales se convirtieron en un zafarrancho tal que terminaron rotas. Las de Chávez y Uribe parecían peleas de cantina, más que de jefes de estado. Ahora, por el hecho de que Maduro esté viendo pajaritos, apariciones y venenos que le quieren inocular desde Colombia para matarlo despacio, no nos podemos dejar enloquecer por su paranoia.
Para empezar, no es verdad que la oposición venezolana (el 50% de la población) sea un grupo de oligarcas, terroristas, fascistas y asesinos. Si la mitad de los venezolanos fueran ricos, Venezuela sería un país del primer mundo. Si fueran terroristas, allá estarían peor que en Siria; si fueran fascistas, no irían a elecciones, y si fueran asesinos, los índices de homicidios estarían todavía peor. Eso de graduar de aliados del terrorismo a todos los que piensan distinto a uno es un vicio que Chávez copió de Uribe (o viceversa) y que en Venezuela sigue su curso. Aquí, por lo menos, no se le oye a Santos decir eso ni del Polo, ni de la Marcha Patriótica y ni siquiera de Uribe, así su oposición sea insensata.
Peor para Maduro si quiere vivir en una polarización demencial que puede desembocar en violencia. A Venezuela se le aplica muy bien este proverbio yiddish: “¿De qué sirve la cordura si gobierna la locura?”. Al paso que vamos, no es que Colombia necesite a Venezuela para alcanzar la paz, sino que Venezuela va a necesitar a Colombia para poder reconciliarse. Si nosotros acudimos a ellos porque Chávez y sus secuaces eran y siguen siendo cercanos a la guerrilla, así mismo ellos tendrán que acudir a nosotros si nuestro gobierno tiene alguna cercanía con la oposición. Con una ventaja ética de nuestra parte: Capriles y sus aliados son demócratas, y en cambio las Farc sí han cometido y cometen actos de terror. Capriles no es un alzado en armas, ni secuestra, ni mata, ni vuela oleoductos, que es lo que han hecho y hacen las Farc acá. Además aquí las Farc, si mucho, recibe la aprobación del 3% de los colombianos; y allá Capriles es apoyado por la mitad de la población.
La susceptibilidad de Venezuela por esta visita es inaceptable. Colombia siempre ha recibido —y al más alto nivel— a los líderes de la oposición política de cualquier país. A Clinton cuando gobernaba Bush, a González cuando gobernaba Aznar, a Aznar cuando gobernaba Zapatero, y recibiría a Rubalcaba ahora que gobierna Rajoy, sin que a esos países se les ocurra poner el grito en el cielo. China, con todo su poder, no ha podido impedir que en casi todo el mundo se reciba al Dalai Lama como a un jefe de estado. Ahora Venezuela no puede imponer la idea loca de que recibir al jefe de una oposición legítima, numerosísima y democrática, es un acto inamistoso (una puñalada por la espalda) del gobierno vecino. Eso, para decirlo francamente, además de ser una locura, es una idiotez. Y ojo, que no solo la locura se contagia: la bobada también.
Para el proceso de paz sería benéfico que lo que se decida no pase por la tutoría de Venezuela. Los miembros de las Farc son colombianos y ya están mayorcitos. Deberían decidir ellos si quieren firmar la paz, con o sin la bendición de los padrinos de al lado. Si el proceso de paz se firma sin Venezuela, mejor. Y si las conversaciones se rompen ahora, malo para el país, pero peor para las Farc.
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