BRASIL, CONSTITUYENTE Y VENEZUELA
Apremiada por una calle caldeada a
extremos inusuales e inesperadamente, la presidente de Brasil, Dilma Roussef,
entre otras medidas, anunció un plebiscito, no un referéndum, en el que se
pediría a los brasileños su parecer acerca de reformas políticas o de una
eventual constituyente.
Como se sabe, en estos días que
corren, el país vecino ha sorprendido a propios y extraños con enormes
manifestaciones que reflejan un malestar larvado, apenas percibido por pocos, y
que por lo visto, va más allá del problema del incremento del precio del
transporte.
Un debate entre diversos analistas se
ha abierto al respecto, el cual persigue escudriñar las causas de esta reacción
social, de esta suerte de “cisne negro” político. Surgen comparaciones
con la primavera árabe, otras protestas latinoamericanas o las también
recientes en Turquía. Pero, sin duda, Brasil tiene su especificidad, aunque
haya similitudes con eventos parecidos. Muchos coinciden en que es un estallido
de sectores sociales medios que ven su calidad de vida desmejorada por la
ralentización del crecimiento económico del país, la inflación, la reducción
del consumo, la subida de los intereses bancarios y la corrupción desbordada,
todo lo cual contrasta con los enormes gastos de las obras para el mundial de
futbol y las Olimpíadas.
Lo cierto de todo este fenómeno es
que la señora Roussef ha entrompado el asunto, “la voz de las calles”,
planteando, entre otras medidas, una reforma política que atacaría el problema
de fondo que, para ella, tendría la democracia brasileña. El medio sería la
convocatoria plebiscitaria, cuya constitucionalidad estaría en discusión, a una
constituyente.
Apuesta fuerte ésta, preñada de
riesgos, incertidumbre y oscuridades, a la que ya le han salido al paso
sectores políticos e institucionales de ese país.
Fernando Henrique Cardoso, ex
presidente brasileño, por cierto, artífice del modelo económico exitoso de ese
país, ha señalado que realizar reformas políticas mediante mecanismos
plebiscitarios es propio de “regímenes autoritarios”, y se decanta por
un referéndum.
Para los venezolanos y otros países
del hemisferio, este mecanismo, en los últimos tiempos, tiene una carga
negativa. Se le identifica con un modelo político-ideológico que se ha querido implantar
por los representantes el chavismo continental. Conocemos los resultados que ha
traído consigo esta fórmula de supuesto recambio. Estas constituyentes han
perseguido hacer borrón y cuenta nueva en el estatus quo de varias naciones.
Muy cierto también es que con esta experimentación se ha logrado colar el autoritarismo más nefasto. Este modus operandi busca derribar las estructuras de la democracia liberal representativa, para instaurar una democracia participativa, que en el fondo no ha sido otra cosa que autoritarismo colectivista.
En estos días, en Venezuela se ha
hecho el mismo planteamiento constituyente, sin que exista, por supuesto, un
clima como el brasileño, aunque sí haya una crisis política crónica, potenciada
a raíz de unas elecciones cuestionadas, y cuya solución no está resuelta por el
máximo tribunal.
Nuestro amigo Enrique Colmenares
Finol, desde hace algunos años, ha sido tenaz abanderado de esta idea en
nuestro país. Desconozco si su propuesta sigue siendo la misma o ha sufrido
ajustes. He oído que sobre sus amplios y acucioso trabajos al respecto, se está
impulsando de nuevo la propuesta.
A él le he manifestado que en teoría,
dados los desaguisados y entuertos del chavismo, es difícil estar en contra de
la idea de hacer reformas político-institucionales, constitucionales, que les
permitan al país salir del atolladero y poner la proa hacia senderos sostenidos
de crecimiento, desarrollo y bienestar social.
Que el problema, en todo caso, es la
viabilidad, la factibilidad, de poner en práctica esa propuesta en las
condiciones políticas actuales, sobre todo, cuando vivimos en una permanente
presión por los procesos electorales constantes, los cuales, querámoslo o no,
nos distraen.
Esto sin dejar de mencionar que sobre
una propuesta como ésa, no existe un consenso entre las diversas fuerzas
políticas de la oposición democrática. Hay reservas sobre ese mecanismo, por
los riesgos que comportaría; el remedio podría ser peor que la enfermedad en un
sociedad dividida en dos partes numéricamente casi iguales. Otros lo consideran
innecesario, porque habría otras tareas políticas prioritarias, antes de pensar
en implementar una idea que consideran valiosa y/o necesaria.
En cualquier caso, estamos, ¡de
nuevo!, frente a otro reto electoral importante. ¿Se dedicarían las fuerzas
políticas a la promoción de una constituyente teniendo enfrente ese desafío? Si
la constituyente es una propuesta válida para Venezuela ¿es posible avanzar en
dos frentes a la vez?
Volviendo a Brasil. Es muy probable
que la idea constituyente no cuaje allí, no parece haber mucho interés en la
sociedad y los sectores políticos e institucionales.
¿Podrá la señora Roussef conjurar las
protestas y encauzar la situación? Me inclino a pensar que sí. Ya veremos qué
entrega a cambio.
Emilio NOUEL V.
@ENouelV
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