Carlos Raúl Hernandez
Ningún país está en paz con su conciencia porque lo atormentan las almas de las carretadas de cadáveres enterrados en sus cimientos. La narrativa de cualquier nación es una cadena de mitos que pretenden brindar a las siguientes generaciones una especie de optimismo del pasado, un sentimiento de unidad, y exorcizar espectros ancestrales, malos recuerdos. Los franceses, por ejemplo, bajan la persiana ante Vichy y destacan el papel heroico de la Resistencia, el “ejército de sombras” lo llamó Camus. Mejor recordar el heroísmo y la intensidad de Rick, Ilse y Lazlo enCasablanca que los del ejército de tierra o la aviación. Pero la Historia Universal, y la de cualquier país es una secuencia de miserias y grandezas, tal como la de un ser humano individual y de pronto surge un movimiento que enrostra a los grupos dirigentes actuales crímenes cometidos hace siglos.
De un mantuano rico al servicio del colonialismo inglés, crearon un Bolívar zambo, “anticapitalista” y “antioligárquico”, y los únicos cuarenta años que el país no estuvo en guerra o bajo la suela de un tirano, es el oprobiosopuntofijismo, una especie de purgatorio previo al paraíso revolucionario en el que todo el mundo es feliz. Un pillastre como Cipriano Castro se hace merecedor de una plaza -minúscula, dormitorio de malvivientes, y embasurada- pero después de todo un homenaje a su grandeza. Y a un titán, José Antonio Páez lo develan “traidor”. Visiones del pasado hechas desde otro “presente” y sin fines protervos, contribuyen a la idealización de la memoria, con sus logros, legados, modelos a seguirse. Discursos sobre las Décadas de Tito Livio, de Maquiavelo, escrito a comienzos del siglo XVI, relata las virtudes de la República romana, pero sus errores y malandanzas se conocen en la prensa de la época, los protagonistas Cicerón, Cátulo, Lucrecio. Cicerón encarnó la lucha por la decencia y pagó con su pellejo.
Gavilla moral
La caída de la democracia está reciente y la sangre húmeda. Pero en periódicos amarillentos vive lo ocurrido, retratados los pigmeos que por las fallas de la democracia liquidaron la democracia, y pretenden hoy justificar su crimen, su regocijo con el eructo autoritario que salía de las alcantarillas golpistas. Entre papeles salta la contradicción entre intelectuales y agiógrafos, entre los que arriesgaron lo que tenían por la defensa de la vida civilizada y los que calculaban su “oportunidad” con el caudillo. Gavilleros morales que se lanzaron con saña bestial sobre la presa. Muchos cambiaron su posición y hoy luchan dignamente. Otros, los vivos, quieren tener razón ayer con el chavismo y hoy contra él.
El Viernes Negro de 1983 fue la señal de que el modelo de industrialización sustitutiva se agotaba y había que transformarlo. En 1989 Carlos Andrés Pérez emprende dramáticamente las rectificaciones: descentralización con elección popular de gobernadores, Reforma municipal para elegir alcaldes y fortalecer el Municipio, reforma económica y reforma del Estado. Pérez intentó lo mismo -y mejor- que Brasil, México, Uruguay, Chile, Colombia, Argentina, Dominicana, Panamá, Centroamérica, que los hizo saltar al progreso. Pero Venezuela llevaba la señal de Caín. Líderes sociales, económicos, comunicacionales, políticos y culturales menos aptos del continente, sabotearon las reformas, conspiraron contra las instituciones y labraron la ruina del Presidente y su programa. El retorno al pasado.
Dos complots principales enlazaron un matrimonio entre la maldad y el cretinismo, para que naciera este Anticristo. La eterna conspiración de la izquierda, aplastada en los 60 por AD y Copei, retoma la ofensiva con el respaldo de una intelectualidad de pacotilla, gacetilleros y seudo pensadores. Inventaron la patraña del neoliberalismo y para degradar el equipo de excepcionales expertos del gabinete. Moisés Naím, Miguel Rodríguez, Imelda Cisneros, Gerver Torres, Ricardo Hausman, Roberto Smith y varios otros que debieron beberse fondo blanco el vinagre servido por mequetrefes de los pantanos semi-intelectuales, del seudo saber torcido.
Dos conspiraciones
Los conspiradores de la derecha iluminada tenían sus motivos. Varios cabeza de chorlito veían sus apetitos de poder frustrados por AD y Copei, populares y poderosos. Despreciaban sus dirigentes por razones de clase, color de piel, por no ser Ph.Ds, y creían necesario que “un gerente gobernara al país”. Capitostes de poderosos medios de comunicación, empresarios y luminarias domésticas se sentían ungidos, pensaron llegado el momento de quitar el obstáculo. Y pactaron con Satanás para lograrlo.
Izquierda y derecha sellaron su alianza. Y es un canto a la falta de vergüenza de esa marabunta golpista y descocada atribuir a Pérez la responsabilidad por lo ocurrido. No fue un levantamiento de querubines contra la peste de una gigantesca letrina, sino contra una sociedad en esplendor y cambios para corregir su marcha. Los partidos políticos, apocados, tontos y temerosos por la ofensiva de las elites “luminosas”, quisieron ingenuamente retratarse del lado de los buenos y entregaron la cabeza del Presidente para salvarse. Los partidos eran perros guardianes. Molestaban, hacían ruido, de vez en cuando mordían a alguien y daban mal olor. Una vez liquidados, la casa quedó inerme a los delincuentes y perros de la calle.
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