lunes, 28 de octubre de 2013

¿CONOCEMOS A LAS FARC?
 
Plinio Apuleyo Mendoza
 
Cualquiera podría decir que sí, que las conocemos de sobra, pues sus atrocidades salpican desde hace más de medio siglo diarios y noticieros. Sus jefes, desde La Habana, nos anuncian ahora sus propósitos e inquietudes en torno al proceso de paz. Pero me atrevo a decir que pese a este protagonismo mediático, muchos colombianos ignoran hasta dónde las lleva su verdadero credo ideológico.
Para entenderlo, dispongo de una perla que me encontré recientemente. Se trata de la declaración hecha en 1982, durante un consejo verbal de guerra, por el entonces dirigente del M-19 Luis Otero. Cuando le preguntaron por las razones que tenía su movimiento para explicar el asesinato de policías, los secuestros y extorsiones, se permitió decir: “Todo ello es explicable y obligatorio para un revolucionario. El concepto burgués de pesar, compasión, dolor, no existe. Las revoluciones se hacen con sangre y esta debe vertirla quien estorbe a los propósitos revolucionarios. Nada nos conmueve, el fin justifica los medios”. Y más adelante: “Los secuestros son una forma de conseguir expropiaciones. No nos impresionan las lágrimas de las víctimas ni el lloriqueo de la familia”.
Pues bien, esta es la cartilla que también las Farc y el Eln hicieron suyas, siguiendo la implacable senda trazada por Stalin, Mao y Pol Pot. Con ello asumen tranquilamente todos los delitos de lesa humanidad, de modo que es una ilusión del Fiscal creer que van a aceptar los castigos penales, así sean los benévolos y brumosos de una justicia transicional.
Por otra parte, muchos colombianos desconocen el poder real de las Farc hoy en día y lo que buscan con un acuerdo de paz. Pese a los golpes recibidos por ellas en el campo militar, están lejos de sentirse derrotadas. No lo están. Cambiaron hace años su guerra de posiciones por una guerra de guerrillas con acciones terroristas. Al lado de ella, han logrado una captura gradual de movimientos sociales, de poderosos sindicatos como Asonal Judicial, Fecode y Sintrainagro, de comunidades indígenas y afro- descendientes y de vastas zonas rurales gracias al narcotráfico.
Pero su mayor triunfo se sitúa en el campo de la justicia. Sus jueces y fiscales amigos han conseguido toda suerte de ejecuciones judiciales contra los militares. Los mejores oficiales y suboficiales que les habían infligido derrotas hoy se encuentran tras las rejas gracias a falsos testigos y a denuncias sin prueba alguna.
Abramos los ojos: sintiéndose tan fuertes o más que el Estado, las Farc no van a entregar sus armas ni aceptar sanciones penales. Son sus inamovibles. Y no se detienen ahí. Rechazan límites de tiempo para el diálogo de La Habana, buscan intervenir en nuestro modelo económico y en la estructura misma del Estado. ¿Aceptará tales exigencias el presidente Santos? Lo dudo. Sabiendo que son rechazadas por el 80 por ciento de la opinión, preferirá cuidar su reelección eludiendo cualquier acuerdo de esta índole, pero, eso sí, agitando en su campaña la banderita de la paz. Su vago referendo nos va a preguntar si deseamos que continúen los diálogos o si volvemos a la guerra de siempre. Son astucias electorales. Sólo eso.
Conociendo el perfil y la real situación de las Farc, la única alternativa que aceptarían para firmar un acuerdo de paz sería una ley de perdón y olvido y una asamblea constituyente con una fuerte presencia suya. De lo contrario… Sí, lo que nos han impuesto desde hace 50 años. Y para derrotarlas no bastarían ya las acciones militares. Sería preciso enfrentar su guerra política y judicial, su penetración en las zonas campesinas, en sindicatos y universidades y, por último, rescatar la moral de las Fuerzas Armadas, revisando injustas sindicaciones y condenas. Cierto, nada de eso es fácil. Es terrible la realidad que estamos viviendo, pero es mejor mirarla de frente y no creer en cuentos de hadas.

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