DIEGO BAUTISTA URBANEJA
EL UNIVERSAL
En una buena parte de los análisis que se han venido haciendo de la situación venezolana, ha jugado un papel importante lo que se ha llamado la capacidad de "metabolización" por parte de la colectividad de situaciones económicas y sociales que de otro modo hubieran resultado explosivas.
La idea es de utilidad para comprender por qué cosas como la inflación, el desabastecimiento, la inseguridad, el descenso general de la calidad de vida, no se traducen necesariamente en descontento contra el gobierno, y menos aún en crisis sociales que pongan en peligro la estabilidad política del gobierno. Su naturaleza habitualmente gradual, paulatina, de esos males, permite que sean ellos absorbidos por la población, asimilados por ella, convertidas en parte de su cotidianidad, a la cual se acostumbran. Esto es, son "metabolizados". De hecho, al principio del gobierno de Maduro podía pensarse que ese factor jugaría con fuerza a favor de la estabilidad de un gobierno que nacía con gran fragilidad. En todo caso, tener ese elemento en cuenta ayuda a disminuir la perplejidad que de otro modo experimentaríamos, al ver cómo un país se deteriora tanto, sin que ello constituya una catástrofe para el gobierno responsable de ello.
De allí entonces la advertencia de que no pueden los opositores del gobierno confiar en que el mero deterioro de la calidad de vida se va a traducir políticamente, sin que medie un trabajo político que impida que la población asimile la situación y la acepte de modo conformista. Al caso concreto hay que añadir el factor de que parte de esa población no quiere desencantarse de "la revolución", lo cual facilita el proceso de absorción, de "metabolización".
Ahora bien, esa tesis ha de tener sus límites. Una sociedad, es de suponer, no puede deteriorarse indefinidamente, sin que se agote su capacidad de digerir más o menos tranquilamente ese declive incesante.
El país está llegando a esos límites. Ya no puede digerir tanto deterioro. La sensación es que están cediendo todos los mecanismos que permitían la asimilación de las situaciones negativas que afectan a todos. De que las compensaciones parciales, las corridas de arruga, las prestidigitaciones simbólicas y verbales, ya no pueden con el estropicio. Que la caída es demasiado libre y veloz como para que la población pueda adaptarse a ella y convertirla sin grandes problemas en parte de la cotidianidad. Al mismo tiempo, se instala la percepción colectiva de que el gobierno en efecto no dispone de mecanismos para frenar la caída, y se consolida por lo tanto la expectativa de que las cosas van a estar cada vez peor, todo lo cual impide aun más que la situación en desarrollo pueda ser asimilada.
No nos referimos a la totalidad de la colectividad. Por los momentos, habrá un sector de ella que, por diversas razones, seguirá respaldando al gobierno. Pero hay una parte de la población que ya no tiene cómo absorber todo lo malo que ocurre, y que de una manera u otra, se suma a la oposición ya establecida, para constituir junto con ella una amplia mayoría descontenta sin remedio.
La política de confrontación que Maduro parece haber decidido profundizar, con sus gritos, amenazas y anuncios, y que no hace sino agravar todos los problemas, hace que esa marcha hacia los límites sea todavía más irreversible.
Algunos artículos atrás constatábamos el reemplazo de un líder por una camarilla aferrada al poder. Pues bien, la camarilla está haciendo todo lo necesario para que uno de los dispositivos más eficaces con los que contaba para mantenerse en el poder, deje de funcionar.
Hay además un factor que hace que el metabolismo reduzca su alcance: la ausencia de Chávez. El fracaso que está a la vista de todos tiene a los ojos de muchos que antes estaban dispuestos a asimilar casi que lo que fuera, otra interpretación posible: Chávez se fue y "esto" ya es otra cosa. De modo que, entre que la situación se siente como inaguantable y que es posible no achacársela al ídolo fallecido, no resulta necesario forzar más de la cuenta las capacidades de digestión. Pierde así eficacia ese deseo de no desencantarse al que aludimos líneas arriba.
Todo esto le plantea a la oposición democrática una gran tarea. La de lograr que esos sectores que ya no pueden asimilar el acontecer y han llegado a la conclusión de que esto no puede seguir así, se sientan expresados y representados por la conducción opositora, y se decidan a participar en el canal que ella ofrece.
dburbaneja@gmail.com
La idea es de utilidad para comprender por qué cosas como la inflación, el desabastecimiento, la inseguridad, el descenso general de la calidad de vida, no se traducen necesariamente en descontento contra el gobierno, y menos aún en crisis sociales que pongan en peligro la estabilidad política del gobierno. Su naturaleza habitualmente gradual, paulatina, de esos males, permite que sean ellos absorbidos por la población, asimilados por ella, convertidas en parte de su cotidianidad, a la cual se acostumbran. Esto es, son "metabolizados". De hecho, al principio del gobierno de Maduro podía pensarse que ese factor jugaría con fuerza a favor de la estabilidad de un gobierno que nacía con gran fragilidad. En todo caso, tener ese elemento en cuenta ayuda a disminuir la perplejidad que de otro modo experimentaríamos, al ver cómo un país se deteriora tanto, sin que ello constituya una catástrofe para el gobierno responsable de ello.
De allí entonces la advertencia de que no pueden los opositores del gobierno confiar en que el mero deterioro de la calidad de vida se va a traducir políticamente, sin que medie un trabajo político que impida que la población asimile la situación y la acepte de modo conformista. Al caso concreto hay que añadir el factor de que parte de esa población no quiere desencantarse de "la revolución", lo cual facilita el proceso de absorción, de "metabolización".
Ahora bien, esa tesis ha de tener sus límites. Una sociedad, es de suponer, no puede deteriorarse indefinidamente, sin que se agote su capacidad de digerir más o menos tranquilamente ese declive incesante.
El país está llegando a esos límites. Ya no puede digerir tanto deterioro. La sensación es que están cediendo todos los mecanismos que permitían la asimilación de las situaciones negativas que afectan a todos. De que las compensaciones parciales, las corridas de arruga, las prestidigitaciones simbólicas y verbales, ya no pueden con el estropicio. Que la caída es demasiado libre y veloz como para que la población pueda adaptarse a ella y convertirla sin grandes problemas en parte de la cotidianidad. Al mismo tiempo, se instala la percepción colectiva de que el gobierno en efecto no dispone de mecanismos para frenar la caída, y se consolida por lo tanto la expectativa de que las cosas van a estar cada vez peor, todo lo cual impide aun más que la situación en desarrollo pueda ser asimilada.
No nos referimos a la totalidad de la colectividad. Por los momentos, habrá un sector de ella que, por diversas razones, seguirá respaldando al gobierno. Pero hay una parte de la población que ya no tiene cómo absorber todo lo malo que ocurre, y que de una manera u otra, se suma a la oposición ya establecida, para constituir junto con ella una amplia mayoría descontenta sin remedio.
La política de confrontación que Maduro parece haber decidido profundizar, con sus gritos, amenazas y anuncios, y que no hace sino agravar todos los problemas, hace que esa marcha hacia los límites sea todavía más irreversible.
Algunos artículos atrás constatábamos el reemplazo de un líder por una camarilla aferrada al poder. Pues bien, la camarilla está haciendo todo lo necesario para que uno de los dispositivos más eficaces con los que contaba para mantenerse en el poder, deje de funcionar.
Hay además un factor que hace que el metabolismo reduzca su alcance: la ausencia de Chávez. El fracaso que está a la vista de todos tiene a los ojos de muchos que antes estaban dispuestos a asimilar casi que lo que fuera, otra interpretación posible: Chávez se fue y "esto" ya es otra cosa. De modo que, entre que la situación se siente como inaguantable y que es posible no achacársela al ídolo fallecido, no resulta necesario forzar más de la cuenta las capacidades de digestión. Pierde así eficacia ese deseo de no desencantarse al que aludimos líneas arriba.
Todo esto le plantea a la oposición democrática una gran tarea. La de lograr que esos sectores que ya no pueden asimilar el acontecer y han llegado a la conclusión de que esto no puede seguir así, se sientan expresados y representados por la conducción opositora, y se decidan a participar en el canal que ella ofrece.
dburbaneja@gmail.com
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