jueves, 3 de octubre de 2013

EN REVERSA

DIEGO BAUTISTA URBANEJA 
Una de las peores cosas que le pueden ocurrir a un régimen político, o que él puede hacerse a sí mismo, es llevar a la población a un determinado nivel de vida, y luego no ser capaz de mantenerlo. La misma población que vio ascender sus niveles de consumo y bienestar se volverá contra él. Tendrá razón en hacerlo. La política de los países no es un rosario de agradecimientos de la población a sus gobernantes por los favores recibidos. Al contrario, es una permanente exigencia a niveles de vida cada vez mejores. 
La suerte final del puntofijismo puede ser interpretada de ese modo. Después de cuatro lustros de constante ascenso social y económico, vinieron lustros de descenso casi ininterrumpido en relación a la altura a la que se había llegado. No era cosa, a finales de los noventa, de recordar todo lo que se había subido hasta, digamos, 1976, sino todo lo que de había bajado desde entonces.
Cambiando lo cambiable, la misma tragedia está experimentando el actual gobierno. Durante unos años, gracias a los estrambóticos precios que llegó a alcanzar el petróleo, los sectores más numerosos de la población, aquellos de menos recursos, vieron elevar sus niveles de bienestar. Las transferencias directas en dinero, la oferta de alimentos y bienes a precios tremendamente subsidiados, y otras formas de reparto, hicieron que los ingresos de esos sectores crecieran más que lo que crecía la inflación. En términos netos, se hicieron más ricos. Nada de eso se fundamentaba en una mayor producción de la economía ni en una mayor productividad de la población. Al contrario, ambos indicadores disminuyeron su nivel. Lo que había era una entrega directa de renta petrolera a esos sectores, que vieron así elevar sus niveles de vida, de consumo, de alimentación. Llegaría un momento en que eso no podría continuar. Es la muy manida frase de los economistas, cuando dicen que tal cosa no es "sostenible". 
Pues bien, ese momento llegó, y para colmo encontró a un hombre como Maduro a la cabeza del gobierno que tiene que hacerle frente. En realidad, la hora había llegado ya en vida de Chávez. Pero es ahora que adquirido su pleno desarrollo, cuando es el desdichado delfín el que está al timón. La dirección de las cosas va en reversa, como la guagua de Juan Luis Guerra, y va a ir en esa dirección a cada vez mayor velocidad. 
Como es ley de la vida, el final de las mejoras llegó primero a los más desposeídos. Como ilustra muy bien el experto agroalimentario Rodrigo Agudo: en el pueblo El Papelón, a sesenta kilómetros de Guanare, pusieron un mercalito. Los habitantes de El Papelón podían comprar allí, a muy buenos precios, los bienes esenciales. Eso era en los buenos tiempos. Ya el mercalito de El Papelón cerró. En Guanare todavía hay, pero ya les llegará el turno. 
Se acabaron los reales. El país está "limpio". Esa es, sin atenuantes ni adornos, la situación. Para colmo, el gobierno está batiendo sus propios récords de incompetencia, y tiene a su cabeza a un señor que cada vez que declara da pena ajena. Supongo que se la produce a sus mismos colaboradores y personas cercanas. "¡Por Dios, Nicolás!".

No sólo se han alcanzado niveles Guinness de incompetencia, sino que el gobierno luce profundamente dividido respecto a cuál vía tomar. En algunos casos, como el de Cabello, lo que realmente pasa por esas cabezas es un misterio insondable. En otros casos, como el del gabinete económico, la disparidad de criterios está a la vista. 

Todo lo aquí dicho no es sino un aspecto más de lo que ya se comenta por todas partes: que esto no da más. Sólo que es un aspecto que toca la fibra de lo que se supone es el punto fuerte de este régimen, el apoyo de los más pobres. Son ellos los que sufrirán un cambio más abrupto de la situación que habían alcanzado. Los habitantes de El Papelón tendrán que recorrer de nuevo sus sesenta kilómetros, a ver qué encuentran en Guanare, en los mercalitos que allí queden o donde sea. 

Mientras Maduro da todos los días muestras de no saber qué hacer, el nudo de la situación económica se aprieta cada vez más. Los economistas que tienen algo que decir se han cansado de advertir lo que está en ciernes, a menos que el gobierno proceda a rectificaciones de mucha monta.

Mientras tanto, a la oposición democrática le corresponde preparar cada vez más sus equipos técnicos y sus programas de gobierno, mostrarse políticamente unida, socialmente amplia, y democráticamente respetuosa con quienes sigan siendo partidarios de un régimen al que la realidad está arrinconando de modo tan inmisericorde.


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