domingo, 27 de octubre de 2013

LECTURAS DOMINGUERAS
Venezuela no es Caracas

 LEANDRO AREA
ES PEOR. A menos que el país sea tan nada más paisaje. Pero en mi ingenuidad citadina y libresca, en la melancolía por lo no encontrado, en mi escala, imaginé gentes y parajes; los unos justos, saludables y alegres; los otros bucólicos, espectaculares, labrados. Imaginé igualmente espacios rebosantes de rebaños, hortalizas, tractores, luego de  63 años de vida personal transcurrida entre dictadura, democracia y socialismo del siglo XXI. En esta charada soñé con encontrar una Venezuela, superada de la historia vernácula en la que nos embaulan, plagada de héroes taciturnos, forjadores de hazañas, militares, donde en vez, la épica ciudadana del trabajo y el esfuerzo colectivo fuesen pauta de vida, y no el bululú que transitamos.

 ASÍ MISMO ASPIRE encontrar, lástima, una cultura política ,"¿dónde crees tú que vives?", distinta, ya emancipados de las mañas heredadas de tanto poder ladino con olor al museo que arrastramos cual fausto apolillado. Pensé que en el interior de la República respiraría cierta paz, algún sosiego, frente al alud de realidad que nos condena al reloj capital. Imaginé ordeñar mi vida de acuerdo al tañir de las campanas de la iglesia vecina que dirían cuándo, cómo y dónde debía encontrarme para cumplir deberes. Pensé que las regiones, los estados, atesoraban una majestad que los hacía inmunes a las plagas que nos consumen. Que los partidos, por más contaminados que estuvieran, por triunfos o fracasos, guardarían para sí un mínimo de orgullo con el cual respetar orígenes y fundamentos. 

EN ESE DELIRIO, palabra percutada, tuve la ilusión de medir carreteras y caminos que surcaran un país de progreso; calles que facilitaran el andar de gentes, animales, vehículos. Pensé en los elegidos que administran lo público portando como estandarte el don para resolver distancias y cristalizar acuerdos. Esperé valores, posiciones, conductas, pero lo que encuentro es una rebatiña de intereses en una nación donde sobra con qué celebrar piñatas de asistencialismo por doquier. Quise ver los resultados de la inversión hecha en los últimos cincuenta años,por ejemplo,  y hallé cascajo. Ambicioné también mirar de qué cosas vivíamos más allá del petróleo y me supo a cazabe, a queso de telita, a dulce abrillantado, a panela de "San Joaquín", a silla manufacturada con cuero de chivo, a fritanga. Orgullos nacionales.


 ACOSTUMBRADOS A ACEPTAR las ventoleras cotidianas de nuestros gobernantes, para después salir a pedir cacao electoral, pintones, no hemos sido capaces de crecer como pueblo. Somos huérfanos que no pobres; requeridos de llenar ese vacío con elocuentes hierbateros, caciques, vivos y corsarios, de aquí y de acullá, para no enfrentar la angustia de crecer. Enseñados a tenerle miedo a los guapos del vecindario, cuando nos aculillan con "...y ultimadamente qué", hemos dejado hacer a los demás, nos hemos abstenido, por miedo o facilismo. Nos han dicho que ellos sí, que nosotros no. Y ahora fíjese usted la envergadura de destino que nos espera si no asumimos el pedazo de vida que nos falta o nos queda. De eso se trata ya, de construir el espejo colectivo donde mirar a los hijos que vienen sin la vergüenza que cargamos ahora.

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