JEAN MANINAT
EL UNIVERSAL
Caracas ha tenido el dudoso honor de ser la ciudad donde se desarrolla el tercer capítulo de la tercera temporada de Homeland, la exitosa teleserie americana acerca de la atracción fatal, y ardientemente consumada, entre un héroe de guerra, el sargento Nicholas Brody, quien retorna de Irak después de soportar ocho años de cautiverio bajo la llave férrea de Al Qaeda, y la agente de inteligencia de la CIA, Carrie Mathison, quien sospecha que durante ese tiempo Brody no sólo se convirtió al islamismo, sino que ahora trabaja para la organización terrorista, con la tarea de urdir y llevar a cabo un mega atentado similar, en sus consecuencias, al de las Torres Gemelas. Un argumento algo más retorcido que aquel del inocuo y ensimismado soldado Ryan. Y, por tanto, más adictivo.
Nada más natural, seguro se estará diciendo usted, que escoger para la filmación del episodio en cuestión, a la capital donde se asienta el gobierno del Presidente que tantos magnicidios, operaciones terroristas, conspiraciones internacionales, monjas asesinas, payasos letales, mortíferos niños ninjas y panaderos amasadores de cachitos de jamón envenenados, ha detectado y denunciado como parte de una trama terrible en su contra, en los escasos y azarosos meses que lleva gobernando. Además, los guionistas de la serie, seguro también se estará diciendo usted, se encontrarían gozosos y agradecidos de departir e intercambiar ideas con los guionistas isleños que han venido a socorrer el ingenio ausente en Miraflores, y que tanto han hecho reír a los servicios secretos serios y menos serios con sus pintorescas invenciones.
Bien podría uno pasar un rato en el vacilón, si no fuera porque el zoom in caraqueño, que aplica la serie, se enfoca en el edificio que por alguna razón de empuje bíblico su constructor denominó Torre de David, y es hoy un símbolo de lo que la desidia gubernamental puede llegar a producir y la ofuscación ideológica de sus jerarcas normalizar: la pobreza y la miseria repartida verticalmente. Junto a la triste indignación que se siente cuando se constata que para los productores de la serie, la metáfora de lo que fue una hermosa ciudad es hoy un vericueto interminable de escaleras y cuartos que colindan con el abismo, de un apiñamiento de seres humanos, basura e inseguridad; surge entonces la pregunta acerca de cómo ha logrado esta infamia urbana, no única en su género ciertamente, adquirir "renombre" internacional: ser la obra cúspide que nos lega el socialismo del siglo XXI. Ya algunos intelectuales, engordados en la IV república y enchufados en la V, han cantado sus loas a este "nuevo tipo de organización vecinal", una especie de "gobierno comunal" modélico digno de admiración, pero al cual ni de bromas llevan de visita a sus nietos, como antes se les llevaba al Museo de los Niños.
La Caracas que una vez fue admirada como un centro urbano pujante, marcada por su vocación de ser una ciudad moderna y vital, entretejida por autopistas y pases a desnivel, centros culturales y torres que convocaban el mal de alturas con sólo verlas a la distancia, es hoy un conglomerado maltrecho que subsiste gracias a la vocación de servicio de sus alcaldes más comprometidos y a la respiración boca a boca que le dan sus pertinaces moradores.
La degradación urbana que han sufrido las ciudades del país va de la mano de la catástrofe económica a la cual han conducido la falta de conocimiento y la repulsa por consultar e informarse que ha caracterizado a este gobierno. Basta con "googlear" un poco para ver los esfuerzos que se hacen en las capitales vecinas por recuperar las zonas históricas, al tiempo que se desarrollan nuevas obras arquitectónicas. Se apuesta por ciudades limpias y sustentables que ofrezcan calidad de vida a sus habitantes y gracias a su prestigio atraigan turismo e inversiones. Pero la visión de futuro de quienes nos gobiernan está tiznada por el apego a los arcaicos e inhumanos conglomerados de origen soviético, o a la semidestruida y ruinosa capital que alguna vez fue la ciudad más bella del Caribe.
La Torre de David es un monumento a la desidia alzado en el centro de una ciudad exhausta. Es un símbolo del fracaso de un modelo de gobernabilidad y gestión económica que, pretendidamente, a nombre de los más desvalidos, los ha hecho aún más menesterosos y dependientes de las dádivas del Estado, en vez de otorgarles los instrumentos para superarse y prosperar.
Quienes todavía ven con desdén el próximo proceso electoral del 8D: "no cambiará nada", deberían pasearse por lo que va quedando de nuestras ciudades y preguntarse sí vale o no la pena acompañar el esfuerzo de los alcaldes que todavía pelean por sus urbes y aupar a aquellos que vienen con nuevos bríos para defenderlas.
La Torre de David, es una fea estaca clavada en el ojo de la sociedad. Un recordatorio atroz de lo mucho que habrá que mejorar, el momento venido.
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