Elias Pino Iturrieta
Después del desmantelamiento de Colombia, la república de Venezuela partió del principio de la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Para convertir en realidad el precepto, la Constitución de 1830 tomó una decisión revolucionaria en su momento y respetada por la legalidad en adelante, que debía marcar el rumbo de los asuntos públicos hasta nuestros días: la abolición del fuero militar y del fuero religioso. De acuerdo con la carta magna, ni la exhibición de charreteras ni el hecho de llevar tonsura establecían diferencias a la hora de hacer trámites en las oficinas públicas, a la hora de solicitar cargos o distinciones, cuando se deseaba participar en política y negocios o cuando se debían ventilar causas particulares en los tribunales. Desaparecieron las instancias especiales, los caminos que apenas podía transitar un grupo selecto de personas, las peculiaridades que antes distinguían a los miembros de corporaciones o instituciones singulares de la sociedad.
Hecho trascendental debido a que se convirtió en realidad después de la Independencia, obra de militares que podían pasar factura por la sangre derramada, y mientras la Iglesia mantenía un influjo que venía del período colonial y que no estaba dispuesta a perder. Páez ejercía la Presidencia, pero no solo apoyó la propuesta de igualdad ciudadana sino que también la defendió con las armas contra factores retardatarios. En 1835 los oficiales del Ejército Libertador se levantaron contra el gobierno de José María Vargas reclamando el restablecimiento de sus fueros, pero el Centauro los metió en cintura. La lección funcionó, por lo menos en términos formales, debido a que en el futuro ninguna administración se atrevió a proclamar la peculiaridad de los uniformados, ni a concederles preeminencias por el hecho de pertenecer a las fuerzas armadas. Las guerras civiles y las dictaduras los llevaron a cargos de importancia, entre ellos la jefatura del Estado y los gabinetes ministeriales, pero nadie les otorgó favores ni les hizo concesiones con la excusa de que eran militares. De los curas, ni hablar. Tuvieron peor suerte y se conformaron con su destino, debido a que los liberales los tenían entre ceja y ceja.
No se trata ahora de ofrecer una inoportuna lección de historia, sino de llamar la atención sobre la extralimitación de Maduro con los militares que lo acompañan o rodean, sobre la dejación de principios republicanos que ha llevado a cabo por su conducta frente a ellos. Primero ordenó la creación de una banca especial para los negocios de los uniformados –como si sus tratos fueran distintos y más dignos de atención que los tratos de los civiles–; después les hizo simbólica ofrenda de la espada peruana del Libertador –como si a ellos correspondiera preponderancia en la custodia de la patria–, y más tarde les repartió una flotilla de automóviles debido a la cual poseen, de manera exclusiva, con alivios provenientes de las arcas públicas, recursos de locomoción que están vedados para el resto de los venezolanos. Ahora les concede la fundación de un canal de TV para cuyo arranque ha sacado del erario 5 millones de dólares. El hecho de convertirlos en insólitos poseedores de un medio habitualmente dedicado a la información general y al entretenimiento no sólo es un disparate, una fábrica digna de chacota, sino también una enormidad sin precedentes en la vida de las repúblicas sensatas y civilizadas. En el caso venezolano, un retroceso deplorable si se hace memoria del itinerario de avanzada que se inició en 1830.
Milicos TV se presta para fáciles burlas, para un vodevil que se evita ahora para no descuidar la gravedad de lo que realmente significa en términos de preferencia entreguista e injustificable a una institución de la sociedad que no merece, bajo ningún respecto, bajo ninguna apreciación de naturaleza republicana, los privilegios que se le conceden. Maduro convierte a los milicos en venezolanos de excepción, sin mirar hacia los derechos de quienes pronto contemplarán un espectáculo antediluviano a todo color y en pantalla plana. Maduro restablece un fuero borrado hasta hoy de los anales de la historia patria, o es rehén de los milicos. Cualquiera de las explicaciones pone los pelos de punta.
EL NACIONAL
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