sábado, 26 de octubre de 2013

LA GRAN FARSA



                 Américo Martin

Tuve con Heinz Dieterich unas incomprensiones que quizá no se aclararán nunca. Pero como finalmente las circunstancias lo han colocado en términos en alguna medida próximos a los míos, haré el comentario de rigor sin otro interés que tomar sus palabras como una prueba más del desmoronamiento del modelo fundado con atabales y pífanos por Hugo Chávez. Y coreado por una parte de la izquierda intelectual del mundo, en la que se ubicaba –y lo sigue haciendo- Heinz.
Por ciertas opiniones que explané sobre Raúl Castro y sus anunciadas reformas al sistema fidelista, Heinz me expresó que le parecían muy importantes y me hizo saber que las enviaría a sus amigos en la isla. Como le advertí que en las esferas dirigentes del gobierno sentían aversión por mí y en la oposición seguramente era un ilustre desconocido, me respondió –para mi sorpresa- que no imaginaba cuántos intelectuales del partido y funcionarios del Estado podrían compartir lo que yo había escrito. Comenzamos a intercambiar ideas y nos prometimos conversar en una próxima visita suya a Caracas, que nunca se realizó tal vez por lo que explico de seguidas.
Resulta que antes de nuestros prometedores intercambios yo había escrito a cuatro manos con Freddy Muñoz un libro sobre el Socialismo del siglo XXI, concepto éste falsamente novedoso del marxismo. La nueva fórmula procuraba superar las causas del hundimiento del “socialismo real” cuyo naufragio fue absoluto: incluyó todas sus variantes a lo largo de noventa años. Freddy y yo jugamos limpio. No desmantelamos lo que Chávez o sus epígonos entendían por socialismo. Eran tan evidentes sus incoherencias y disparates que habríamos sacado la tarea sin profundizar en el fenómeno mismo.
Pero convinimos que de todos los que con abuso de pedantería y pompa solemne habían pretendido definirlo, el único que de veras lo había intentado con seriedad era Heinz Dieterich y en menor grado Haiman El Troudi, todavía alto funcionario del gobierno de Maduro que ya no se ocupa del tema. Por algo será.
Lamentablemente el libro, escrito antes de mis cordiales conversaciones con Dieterich, fue editado después, de modo que sin mi culpa Heinz pudo sentirse de alguna manera engañado, pese a que –salvo mi referencia crítica a él- en contenido fue todo y lo mismo.
“Dieterich –escribí en ese libro- es el único que ha tratado de proporcionar una visión totalizadora del socialismo del siglo XXI. Pierde credibilidad con sus excesivas loas a Chávez, pero en conjunto creo que su argumentación puede debatirse aun desestimando aquellas”
Pero ya lanzado sin frenos por la autopista del ditirambo –agregué- “jura que Chávez trasciende a Simón Bolívar y actúa en forma semejante a Napoleón Bonaparte”. Solo que evocando a Hegel –acoté- asegura que el gran corso fue “el alma de su época” mientras que Chávez lo sería de la nuestra, lo que opaca severamente la obra del emperador. ¡Pobre Bonaparte! Su obra se habría contraído a los estrechos límites de una clase minoritaria, en tanto que su aventajado sucesor venezolano es “la especie humana” en cuerpo presente.
Las objeciones opuestas por Freddy y por mí al modelo chavista no solo fueron plenamente confirmadas por la realidad, sino que con una honestidad intelectual muy apreciable, Dieterich se ha acercado a ellas.
Es verdad que la muerte del caudillo pudo haberle facilitado la tarea, pero en justicia su condena del modelo antes tan venerado por él había comenzado en vida de Chávez, no obstante haber tocado el cielo con el rocambolesco y disparatado gobierno de Maduro.
Con más énfasis que nosotros, Dieterich llega a ponerle fecha de caducidad a la desdichada aventura de Maduro: “Si el gobierno no toma medidas inteligentes y drásticas de manera inmediata en lo económico y político, tiene los meses contados”, sentenció en uno de sus escritos. ¿Y cuándo sobrevendría el desastre en criterio de Heinz?
“Bajo esa premisa –escribió- considero que no llegará más allá de marzo/abril 2014. Los escenarios de la eventual caída son evidentes: movilizaciones callejeras dirigidas por Washington y la derecha, o una alianza destituidora y sustitutiva entre Fuerzas Armadas y Gobernadores”. El exabrupto pueril de esas movilizaciones “dirigidas desde Washington” no le resta importancia al comentario.
A mí no me gusta hacer pronósticos de esa índole. Me parecen como adivinanzas o juicios del tarot, y no lo digo por Heinz. Lo digo por quienes lo asaltan a uno en cada esquina para preguntar cuándo saldremos de esta tragedia. Yo confío en las tendencias y me aferro a la Constitución y las elecciones. En y con ellas la alternativa democrática, sin haber obtenido el triunfo total, ha crecido tan sostenidamente como ha venido retrocediendo el gobierno, especialmente en la singular era del madurismo.
“La política de Maduro y Cabello – remata Dieterich- se debe al intento surrealista de prolongar el modelo político-económico de Hugo Chávez, ya agotado estructuralmente en el 2010. Como el modelo no tenía nada de socialismo, el Comandante nunca tuvo la intención de destruir a la burguesía. Sólo quería que aceptara la legalidad de su gobierno. Que Maduro y Cabello ahora traten de realizar la tarea que el Comandante Chávez siempre evitó, es poco viable. No tienen su estatura, ni la voluntad, ni la ciencia para hacerlo. Tienen los dólares, los tanques, los medios y mayoría parlamentaria, pero carecen de software”
La farsa bolivariana toca a difuntos. “Llueve y escampa”, había dicho el presidente Carlos Andrés Pérez en frase más afortunada que su acosado gobierno. El enigma quedará resuelto con el gran cambio hacia la democracia.

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