ANGEL OROPEZA
Todo buen asesor comienza su trabajo con lo más básico, que es identificar las debilidades y fortalezas de su cliente. Supongamos por un momento que usted ha sido contratado para formar parte del muy bien pagado grupo de asesores del señor Maduro. ¿Qué le diría a su angustiado cliente?
Lo primero es revisar los activos. ¿Dónde es fuerte el señor Maduro? ¿En lo económico? Ciertamente, y mucho. El suyo es un gobierno multimillonario sentado sobre un país en crisis humanitaria. ¿En lo institucional? Pues sí, dado que controla a placer 5 de los 6 poderes del Estado. ¿En lo mediático? También, al punto que si quiere lanzar la mentira del día o amenazar a alguien, le basta con encadenar toda la red radioeléctrica del país. ¿En capacidad de represión? Sin duda, ya que a su conocida indolencia se le suma el control de al menos una parte de la Fuerza Armada y de los aparatos represivos del Estado. Si éstas son sus fortalezas, ¿dónde están entonces sus debilidades?
Las principales debilidades son tres. Las dos primeras son su imagen internacional, muy deteriorada y con cada vez mayor dificultad para conseguir apoyo y comprensión de otros países, y las inmensas fracturas internas que sufre hoy el oficialismo. Pero la tercera debilidad es la mayor y más preocupante: su muy precaria base de apoyo popular y electoral, al punto que Maduro, cada vez más solo y rechazado, perdería de manera abierta cualquier elección que se convocase hoy en Venezuela.
Dada esta correlación entre fortalezas y debilidades, lo lógico es que los asesores instruyan a Maduro para que huya despavorido de cualquier escenario que contemple enfrentarse en el terreno electoral. ¿Qué debe hacer entonces? Pues imponer al CNE que obstaculice y prorrogue al máximo los pasos para el Referendo Revocatorio, ordenar al TSJ para que tranque todas las salidas pacíficas a la crisis, y exasperar a la población con la agudización intencional de sus problemas. ¿Qué persigue con todo esto?
Por una parte, apostar a la postergación de lo que más teme, que es al referendo revocatorio. Pero, por la otra, intentarprecipitar la crisis para intentar capitalizarla a su favor, provocando o una respuesta equivocada de sectores opositores o una reacción popular de tal magnitud y rabia que le dé la excusa para reprimir e intentar hacerse de mayores cuotas de poder. Si le va bien en la jugada, tendría un pretexto de legitimación para aplicar con mayor reciedumbre su radicalismo e intimidación. Si le va mal, y la situación lo desborda, se colocaría como el principal agredido y, se intentaría colocar como la primera opción de un eventual retorno al poder. Una estrategia que implica jugar con la paz del país sólo para cuidar un puesto.
Enfrentar esta estrategia supone inteligencia, perseverancia, y sobre todo no errar el objetivo. Ello pasa, por ejemplo, por no prestarse al juego del gobierno y caer en la estupidez de torpedear la necesaria unidad de los factores de oposición. La mejor forma de ayudar hoy a Maduro es sumarse al coro de algunos “opositores”, siempre tan útiles al gobierno, aquellos que admiraban el “radicalismo” de Escarrá, de Ricardo Sánchez o de William Ojeda, y que gritan otra vez que la MUD es “colaboracionista” por insistir en luchar contra el gobierno justo allí donde éste es más débil, que aquí no hay salida electoral, y que hay que olvidarse de dar la pelea en el único terreno al que el gobierno le tiene pavor.
Es difícil imaginarse una mejor forma de ayudar a un régimen en fase terminal que enfilando las baterías no contra él, sino contra quienes han sido exitosos en la estrategia de cercarlo, arrinconarlo, quitarle pueblo y obligarle a agotar sus últimas cartas de represión y amenaza, a punta de organización popular y avance electoral, que es la única estrategia que funciona. La única que, como dice Machado, pone la vela donde sopla el aire.
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