Hace poco, se celebró el cuadragésimo aniversario de la aparición de una obra del escritor y pensador venezolano Carlos Rangel que considero clave para el entendimiento de lo que hemos vivido los venezolanos, no sólo en los últimos 17 años, sino mucho antes de eso también. Por cierto, aplica también a la casi totalidad de nuestros pueblos latinoamericanos.
Vayan a continuación algunas referencias sobre el tema que me lucen destacables y que ojalá impulsen a algunos hacia la lectura del libro en su totalidad.
Según Rangel, el mito de lo que él denomina el "Buen Salvaje" se sustenta en lo que los descubridores y conquistadores, desde Colón en adelante, observaron en los nativos que encontraron en el “Nuevo Continente”.
Rangel escribe sobre la percepción de estos conquistadores: “Si el hombre fue bueno y es la civilización quien lo ha corrompido… no puede haber mayor maravilla que encontrar ese tiempo primitivo coexistiendo con nuestro tiempo, y constatar que en efecto hombres incontaminados por la civilización, han permanecido inocentes”.
Esos nativos, según Rangel, eran Buenos Salvajes. Prueba de ello es que Colón escribió a los Reyes Católicos: “Certifico a sus Altezas que no existe mejor tierra ni mejor gente: aman a su prójimo como a ellos mismos y hablan la lengua más suave del mundo”.
Para entender el paso del Buen Salvaje al Buen Revolucionario, Rangel se apoya en la tesis del “milenarismo” como consecuencia del “reino perfecto” que Cristo prometió: un reino de mil años. Ese “milenarismo” religioso se convertiría en “revolucionismo” secular, como producto de los "tiempos de degradación de grandes mitos profundos y eternos".
La supuesta culpable de la degradación de la sociedad sería una civilización corruptora cuya influencia central fue el establecimiento de la propiedad privada, una institución supuestamente “antinatural”. Según esta tesis, antes de existir la misma, “los hombres habrían sido iguales y dichosos, y volverán a serlo automáticamente al quedar ella abolida”.
¿Qué surgió después de esto?
El concepto de salvación total.
Rangel argumenta: “Mediante una transformación súbita, la vida en la tierra quedará devuelta a la perfección que tuvo antes de la caída (o antes de la propiedad privada)… las explosiones de fe milenaria (o revolucionaria) han estado invariablemente acompañadas por el ascenso fulgurante de profetas y mártires, dotados de cualidades especiales: elocuencia, valor, magnetismo personal, carisma…”.
Es decir, los Buenos Revolucionarios.
No sé por qué, pero todo esto me va resultando familiar...
“De este modo, el Buen Salvaje se convierte en el Buen Revolucionario, aventurero romántico, Robin Hood rojo, Don Quijote del comunismo, nuevo Garibaldi… Cid Campeador de los condenados de la tierra… el Che”.
Por supuesto, para 1976, fecha de publicación del libro, Chávez no era más que un cadete.
Rangel afirma que “…el milenarismo y el revolucionismo están reñidos con el espíritu racionalista que hizo la grandeza de Occidente pero en cambio son supremamente tentadores para quienes se sienten preteridos, marginados, frustrados, fracasados, despojados de su derecho natural al goce igual de los bienes de la tierra de que supuestamente disfrutaban los Buenos Salvajes de América antes de la llegada de las fatídicas carabelas”.
“Eso explica que la América triunfadora, los EEUU, haya hecho un uso muy moderado del mito del Buen Salvaje y tenga una resistencia sana (mayor que la de Europa) al mito del Buen Revolucionario. Y explica también que la América fracasada, la América Latina, sea especialmente vulnerable a ambos mitos”, añade Rangel.
Esto en buena medida explica lo ocurrido con muchos de los gobernantes de nuestros países, y de buena parte de los pueblos que los apoyan. Es Perón en Argentina, y Chávez en Venezuela, pero también Castro en Cuba, Velasco Alvarado en Perú, Allende en Chile, y pare Ud. de contar.
Es la costumbre facilista de culpar al capitalismo como sistema y a la propiedad privada de todos los males y desgracias que sufrimos en América Latina.
El culpable siempre es otro. Nunca terminamos de asumir nuestras propias responsabilidades.
Rangel nos indica que “los colonizadores anglosajones vinieron en busca de tierra y libertad, no de oro y esclavos… pero el conquistador español creó una sociedad de la cual los indios, reducidos a la servidumbre, formaban parte orgánica e indispensable, los hombres por su trabajo, las mujeres por su sexo”.
Carlos Rangel agrega: “En consecuencia, los latinoamericanos somos a la vez descendientes de los conquistadores y del pueblo conquistado, de los amos y de los esclavos, de los raptores y de las mujeres violadas. El mito del Buen Salvaje nos concierne personalmente, es a la vez nuestro orgullo y nuestra vergüenza”.
Sin duda, tomar conciencia de dónde venimos y de por qué actuamos como actuamos es parte de una solución global y definitiva que por fin nos saque, como nación, de ese círculo vicioso que nos lleva continuamente a repetir los mismos errores y, en consecuencia, los mismos fracasos.
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