sábado, 21 de mayo de 2016

ESPAÑA: EL MITO DE LOS IDUS DE MAYO

Ignacio Camacho
IGNACIO CAMACHO

ABC


Se rebelaron contra un Gobierno de Zapatero pero eran, sin saberlo, hijos del zapaterismo. De su discurso líquido sobre la sociedad indolora, de su zalamera complacencia clientelar, de su alergia al mérito, el esfuerzo y el sacrificio. Acostumbrados al infinito poder provisorio de un Estado-niñera entraron en un ciclo de indignación cuando se acabó de golpe el bienestar sobre el que se habían acolchado. Se sentían estafados por la evaporación de las promesas de felicidad gratuita, perpetua y obligatoria, y ante el derrumbe de la Jauja subvencional apelaron a la utopía como honorable disfraz moral de un prosaico desengaño.
Si en mayo de 2011 hubiese gobernado el PP, el 15-M sólo habría sido la tradicional movilización social contra la derecha. Pero como era la izquierda, dueña de la superioridad moral, la que había fracasado, el malestar por la quiebra se convirtió en una protesta genérica contra el abuso de las élites. Aunque ese rechazo transversal y multitudinario aglutinó mucho desencanto sincero, mucho idealismo de buena fe y mucha voluntad honesta de regeneración, el motor de la sacudida funcionó con el combustible ideológico de un anticapitalismo radical, de una sesgada impugnación de las bases del sistema. Un oportunista designio de ruptura que expresaba el grito de «democracia real», verdadero insulto contra la legitimidad representativa inexplicablemente tolerado por una sociedad apocada ante el falaz prestigio narrativo de la metodología asamblearia.
El éxito quincemayista sólo se explica desde la sobrevaloración que le concedió el pensamiento hegemónico, siempre proclive al remordimiento de sus propios principios. El magnetismo de los discursos revolucionarios permitió la construcción de un relato catastrofista de España, amplificado en la televisión por la megafonía de la política espectáculo. La propaganda nihilista acabó por constituirse en una especie de profecía autocumplida, una sugestión general triunfante que agravó el colapso de las instituciones y se impuso en la conciencia de la opinión pública. Aún sigue instalada en el marco mental dominante pese a la evidencia de que los nuevos actores políticos, herederos del descontento de las plazas, se han asimilado muy pronto a los tradicionales y, aferrados a la batalla por el poder, se muestran incapaces de aportar soluciones al bloqueo.
Pero tanto la derecha encogida como una izquierda socialdemócrata presa de mala conciencia se achicaron desde el primer momento ante el empuje de la prédica inflamada que acabó cuajando en un proyecto extremista de populismo autoritario. Eso es lo que queda del 15-M: una alternativa rupturista con el propósito de liquidar el régimen de libertades. Más que el sistema, ciertamente catatónico, lo que ha fracasado es un país cuya inteligencia colectiva se deja arrastrar con tan dócil facilidad por los mitos de la demagogia.

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