TRINO MARQUEZ
En la jerga política del planeta se
ha popularizado el vocablo antipolítica para designar a esos sectores que
consideran que la política es una actividad demoníaca, indigna y censurable.
Todos los políticos son unos ladrones, sentencian esos descontentos. Son
corruptos, truenan las voces de esas almas que pretenden situarse por encima
del bien y el mal. Esta forma de antipolítica resulta un poco naíf, tonta. Se
torna muy peligrosa cuando sus seguidores eligen mandatario a un personaje
ambicioso y ladino, que engaña a sus ingenuas víctimas para hacerse con el
poder y luego cometer toda clase de fechorías, entre ellas eternizarse en el
poder. Hugo Chávez se ha convertido en emblema de este Caballo de Troya.
Arremetió contra la política y los partidos tradicionales en nombre del nuevo
ideal democrático donde la política y los cogollos quedarían desterrados. Los
millones de votos obtenidos le sirvieron para montar un régimen autocrático con
una oligarquía formada por su partido, dueño y señor de todos los recursos del
Estado. El antipolítico sacó sus colmillos y pasó a convertirse en el amo
absoluto del poder.
La
otra forma de la antipolítica es el gorilismo, que usa el garrote para dirimir
cualquier diferencia con el adversario. Francisco Franco, el caudillo de España
por la Gracia de Dios, acuñó una frase ahora famosa. Les decía el dictador a
quienes se le acercaban en busca de un consejo: “haga como yo: no se meta en
política”. Esto lo sugería quien durante cuarenta años gobernó a la Madre
Patria con puño de hierro. Ni una decisión en el ámbito del Estado, de la
política, se tomaba sin su anuencia. Las protestas eran sofocadas por la
Guardia Civil sin contemplaciones. La oposición fue encarcelada, desterrada e
ignorada. Franco es un caso entre los miles que pueden citarse. En las
dictaduras, la política en su genuino sentido queda suprimida. Desaparece el
espacio para la negociación, el diálogo, los acuerdos. Queda proscrito ese arte
desarrollado hace miles de años por los griegos y los romanos, para dirimir las
diferencias presentes en la vida social sin necesidad de recurrir a la violencia
fratricida.
El
país vive su crisis más profunda y prolongada desde la Guerra Federal. Más
de sesenta muertos, miles de heridos y
detenidos ha arrojado la resistencia contra la dictadura de Maduro. El país avanza hacia la sirialización, libianización
o balcanización, como quiera llamársele, sin que esa marcha hacia el caos y la
desintegración preocupen al gobierno. El régimen se niega a buscar con la
oposición una salida concertada al descalabro provocado por el socialismo del
siglo XXI. La única alternativa que propone para lograr la paz y el bienestar
es una constituyente comunal fraudulenta, inaceptable para los sectores
democráticos que ven en ese adefesio la reedición del drama cubano en
Venezuela.
Nicolás Maduro
tiene en sus manos las llaves de las puertas que pueden destrancar el juego. Si
reconoce que representa una minoría inferior al 15%, acepta que únicamente
podrá imponer la constituyente pasando por encima de centenas o miles de
cadáveres, y admite que debe retomar el camino de la política para abordar los
conflictos actuales con la visión de un estadista, podrá apaciguar la nación y
enrumbarla por el camino de la recuperación institucional, económica y social.
El apoyo de la GNB, del TSJ y del CNE le permitirán conservar el poder por un
período que nadie puede prever, pero no pueden garantizarle la armonía
indispensable para que el país se estabilice y progrese.
La
antipolítica desata monstruos y provoca desastres en cualquiera de sus dos
vertientes fundamentales: la ingenua y la troglodita. La política es el arte de
moverse con destreza en medio de situaciones complicadas. A Maduro le ha tocado
lidiar con un país que no acepta su forma de gobernar. Se ha encargado de
trasgredir la Constitución y esa infracción tiene un costo que no puede
evitarse: el descontento, la resistencia y la lucha.
La experiencia
de Cuba no se repetirá en Venezuela. El totalitarismo comunista forma parte del
esquema geopolítico que predominó durante la Guerra Fría. Esta etapa culminó y
con ella el fidelismo como forma de destruir la política, es decir, la
civilización.
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario