viernes, 21 de julio de 2017

A PROPÓSITO DE LOS CHAVECITOS DE ESQUINA

MILAGROS SOCORRO

Después de la jornada del 16 de julio, cuando más 7.500.000 venezolanos suscribieron una declaración de rechazo a la dictadura, así como de voluntad de terminar esta oscura etapa e iniciar una nueva, de retorno a la democracia y a las libertades, este día 20 el país acató el llamado al paro cívico convocado por la Unidad Democrática. En esta ocasión, las adhesiones fueron aún mayores, puesto que al no tener que firmar ni dejarse ver en una cola, muchos que no acudieron el domingo sí se sumaron el jueves.
Ambos eventos transcurrieron con el signo del éxito. Inmenso. Verdaderamente abrumador. Y también con la marca de haber sido organizados por la coalición de partidos opositores. Fueron, pues, actos políticos, pacíficos, planificados y diseñados como parte de un proyecto mucho más amplio, que los incluye y articula.
El panorama venezolano dio un cambio muy visible ese domingo 16 de julio. El número de voluntades expresadas con firma y huella digital no es una opinión. Es un hecho muy concreto y contundente. Y, otra vez, un hecho político de gran pegada: colectivo, orquestado, sin solistas, mesías ni iluminados. Sin violencia. Una voz coral que se expresó con potencia y afinación.
La inmensa y bien coordinada (en tiempo récord) consulta popular no evitó la proliferación de trancones, esos actos “espontáneos”, focos de caos que suelen montar en las zonas opositoras para impedir el paso de los residentes. Siguieron produciéndose, sin llamado de la Unidad, sin liderazgo reconocible y, por tanto, sin una fuerza que reditúe la acción. Sin orden, sin mayor resultado. Pero ahí han estado. La diferencia es que después del 16J han salido muchas voces a denunciarlos. El contraste entre el acontecimiento nacional, de alto voltaje político y notable repercusión internacional, y las agitaciones fuera de agenda arrojaron sobre estos una luz que los mostró como son: expresión de antipolítica, brotes de abuso en los que cualquiera se erige en jefe y atropella a quienes intentan oponérsele. Se han visto casos de seria agresión física.
Sé de lo que hablo. En 2014 sufrí un ataque perpetrado por unos desconocidos que clausuraron la esquina de mi calle y pretendían restringirme el paso. Era la primera vez que veía a aquellos hombres, a quienes no dudé en señalar de infiltrados por el régimen para desprestigiar la lucha opositora y hacernos más difícil la vida a quienes nos le oponemos. La violenta reacción de aquellos tipos fue apoyada por algunos vecinos, efectivamente. Pero a los que estaban parados en la esquina, junto a las tablas que habían terciado como alcabala, no volví a verlos. Fue una experiencia muy desagradable y traumática. La revivo cada vez que veo gente apilando piedras para confiscar la libertad de tránsito de los demás. ¿No te gusta? ¡Te la calas! No se evalúa si en verdad tiene un efecto en la lucha por la liberarnos de la dictadura. Mucho menos importa si reproducen en cada cuadra aquello de lo que dicen abominar. Contra Chávez, mil chavecitos. Porque sí, porque ellos los libertadores y no les importa lo que diga la MUD.
Todos hemos visto atropellos cometidos en ese contexto. Pero unos pocos nos plantamos y los denunciamos. En 2014, cuando fui víctima del acoso callejero de infiltrados con respaldo de mis vecinos, hice pública mi indignación y fui objeto de reconvenciones. “No es el momento…”. “No hay que darle argumentos al adversario…”. “La gente tiene que desahogarse…”. Como si la rebelión fuera una tanda de cine, con horario y fecha de estreno. Solo tengo un adversario: aquel que pretenda violar mis derechos. Con la excusa, método, ideología y discurso que sea. Y quien quiera desahogarse, que dé diez paso en retroceso y luego se arroje de cabeza contra un muro, pero que no descargue su ira y sus frustraciones contra los inocentes.
Pero era 2014, año nacional de la antipolítica y los salvadores de la patria. Ahora es distinto. El 16J es un parteaguas. Inauguró la era de la política. Y los políticos tendrán que acogerse a ese mandato. Los líderes tendrán que serlo. Tendrán, pues, que ejercer la pedagogía. Ponerse en la delantera y no en la cola de las masas.
Estos chavecitos de esquina, a quienes oímos maltratar con obscenidades a quienes no se les doblega y los vemos esponjarse cuando un vecino les ruega para que los deje seguir camino al médico, no solo son hijos de la antipolítica desparramada por Chávez y de la soberbia que este impuso como modelo. En realidad, tienen padre y madre. Son hijos de Chávez, de quien aprendieron que el mundo es de los arrechos, de los gritones, de los que se imponen por la fuerza y desconocen el trabajo paciente y la labor de persuasión, pero también son hijos de esa oposición que dio ejemplo de falta de disciplina; de los que salen de las asambleas unitarias a dar declaraciones de signo contrario a lo acordado; de los opositores que fingen unidad porque saben que de otra manera están peinados, pero no la ejercen, no se la creen y no la respetan; de los dirigentes que salen de venados a decir que las guarimbas son “más contundentes” que las acciones concertadas por ellos mismos; de los voceros de oposición que no tienen el guáramo de defender las manifestaciones y permiten que se las iguale con los trancazos; de esa oposición que ha estimulado la desconfianza, porque exhibe sus suspicacias con respecto a sus compañeros en la Unidad, porque no tiene una conducta transparente y de auténtico desprendimiento en aras del beneficio común.
Los chavecitos de esquina encontraron modelo en el chavismo necesitado de galácticos y en la oposición inconsistente, que no termina de comprometerse con la política, con la persistencia, con la resistencia pacífica e inteligente. Unos y otros fantasean secretamente con otro Boves. Los chavecitos lo saben y ahí están, haciendo méritos, levantando barricadas, ¿para cortarle el paso al tirano? No, mijo. A la gente. A una gente que ya tiene dos décadas castigada por las imposiciones abusivas.
La oposición pusilánime ha permitido que logros formidables, como los del 16J y el 20J, sean opacados por la anarquía, por los radicales sueltos de madrina. Y da la impresión de que les tienen miedo a los chavecitos de esquina, porque no vemos que los llamen a capítulo, ni que se deslinden de sus tropelías, ni que desplieguen un mínimo gesto pedagógico dirigido a ellos. En vez de eso, les hacen la corte y los dejan correr.
Por lo menos, después del domingo que revocó a Maduro (aunque el único que lo sabe es él), se abrió el debate en torno a los trancones no convocados por la MUD. Es una discusión, en realidad, en torno a la política, la disciplina y un plan de trabajo serio, sostenible y a largo plazo. Un plan que tranque la vía a los tiranitos que creen que hacen historia porque cierran una calle. Eso sí, en zona opositoras.

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