domingo, 16 de julio de 2017

EL ATAQUE DE LOS DOBERMANS

CARLOS RAUL HERNANDEZ

EL UNIVERSAL

Sorprende la descomplicación con la que personajes que reciben el amor de la gente a granel, de un momento a otro se convierten en objeto de invectivas implacables de quienes hasta allí los veneraban. La razón es que expresan opiniones o actitudes políticas que los fans no comparten, generalmente porque no llegan a entender las razones. Ocurrió una vez con Capriles cuando no quiso convocar “a la calle”, y así evitó una posible matanza que hubiera dejado todo igual, pero peor, y ahora hay conatos a propósito de Leopoldo López. El esperpento llega hasta la inhumanidad de repudiar a una mujer irreducible en la lucha durante estos años por la libertad de los presos políticos, entre ellos su esposo, por el elemental gesto de agradecer a quienes facilitaron desde el gobierno que éste regresara a su hogar.
Los doberman muerden a quién no actúa de acuerdo con sus ensalivados prejuicios que confunden con principios, por ignorar cosas o medio conocerlas. Es penoso comprobar que el mundo entero, mandatarios, organismos internacionales, intelectuales, Ongs celebraron la vuelta de López y fue precisamente en Venezuela donde mereció airadas sanciones “morales”. Y gracias a la negociación  y particularmente al expresidente Zapatero, –oscuro objeto de deseo para los Buñuel locales– esto se hizo realidad y debemos agradecerlo. Será difícil olvidar que muchos mostraron patológica alegría de que estuviera preso y sin misericordia tenían como único oficio y también como hobby –pocos trabajan– chotear a su compañera y a su madre. La mayoría de los que revelan semejante anomalía emocional, jamás en su vida han visto una cárcel por dentro sino en películas.
 

Verdugos de cotillón
Es una extraña era en la que es suficiente curriculum para sentirse conductor político oler gas lacrimógeno a diario y haber recibido unos golpes, cosa que para quienes han pasado su vida en la lucha vivieron en bachillerato y la universidad. En medio del fanatismo, muchos que varias veces votaron por la revolución, se declaran verdugos de quien es, de seguro, nuestro más importante intelectual, porque alguna vez firmó un papel para recibir a Fidel Castro, como lo hicieron decenas de miles de intelectuales y artistas. Todo lo bueno que hizo antes y después, que pesa quinientas millones de veces más que sus críticos sumados, no basta para obtener “el perdón” de verdugos trashumantes sin obra conocida, en una sociedad descompuesta que se hizo prolija en medios de comunicación de nombres que amenazan con contusiones y cortaduras. Prohibido publicar algo sin mentar madres.

Muchos importantes pensadores del mundo, en algún momento fueron seducidos por los mitos de la revolución. Los verdugos supernumerarios, lenguas sin obra diría Esquilo, pretenden que no hay lugar para reflexionar serenamente, sin paroxismo, pese a que el país se disuelve porque otros furibundos homólogos suyos alcanzaron el poder. Venezuela no era así y esta perversión generalizada es parte del legado. En las sociedades decentes la gente discute sin que el aborrecimiento y el escarnio personal sean la esencia. Los políticos se enfrentan en los parlamentos y luego almuerzan juntos sin que posiciones diferentes sean rencores irreconciliables, aunque de vez en cuando medien unas trompadas que están en las reglas del juego. El encono ilimitado en las controversias es producto de ambientes sórdidos, terroristas, y almas incompletas. Y los perseguidos copian el comportamiento de quienes los persiguen.
 

Debates enfermos
Quien no comparte mis necedades es un agente del mal, la traición, el demonio, la contrarrevolución y ahora del comunismo. Borges describe el ambiente febril de las inquisiciones en el debate entre dos teólogos, Juan de Panonia y Aureliano, tensión y terror  porque el que resultara vencido sería considerado hereje y moriría en las llamas de un Auto de Fe. Siglos después igualmente la derrota sobre los fines de la revolución hizo fusilar por contrarrevolucionarios a 23 de los 27 miembros del Comité central que tomó el poder en Rusia en 1917. La esencia de las revoluciones es destruir todo a su paso –la “sociedad capitalista”– y crear la cultura de la destrucción que rinde homenaje a la violencia, la partera de la historia, desde el insulto y la abyección hasta el cachiporrazos y  paredones contra quienes rechazan el griterío de la barbarie disfrazada de ideas. 

En los ambientes degradados las discordancias son enfrentamientos entre el mal y el bien, pero en las democracias son la normalidad. Los espíritus enfermos buscan enemigos por diferencias no substanciales, palabras o énfasis en un discurso –una necesidad patológica de identidad– y estamos obligados moralmente a desafiar tal demencia. No aceptar chantajes al pensamiento y reivindicar sin temor palabras proscritas, como acuerdo, entendimiento, salida negociada, diálogo, reconciliación, encuentro. Es debilidad imperdonable temer a los Doberman enanos, porque ellos no piensan sino muerden. Y por otro lado, hay que agradecer que Leopoldo López esté al calor de los suyos, y enaltecer a su mujer frente a quienes pretenden escarnecerla por hacer lo debido. Mucha gente espera verlo de nuevo en acción para discutir sus puntos de vista y posiciones polémicas.
@CarlosRaulHer

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