domingo, 9 de julio de 2017

EL REPUBLICANISMO DE 1811

ELIAS PINO ITURRIETA

ELNACIONAL

1811 no solo importa porque marca la fecha del inicio de la Independencia de Venezuela, es decir, de un fenómeno fundamental para la sociedad. Cuando los valores proclamados por el Congreso de la Confederación triunfan contra los realistas españoles, pero también contra los realistas nacidos en el país, comienza una historia protagonizada por actores venezolanos en un mundo cambiado del todo por las independencias de las otras naciones del vecindario. Es obvio, por lo tanto, que el 5 de julio conmemorásemos un hecho trascendental. Para no volver a una machacada obviedad, ahora se tratará de mirar con ojo distinto algunas propuestas y conductas de entonces, sin cuya valoración se mantiene el carácter de festividad vacía desde el cual la memoria más habitual ha confinado los hechos.
Sentirán mal comienzo en el empeño, cuando un texto que ofrece análisis distanciados de los usuales se detenga en el republicanismo que entonces se fundó. ¿No es la más obvia de las realizaciones de los padres fundadores? Si juzgamos por la oposición que produjo entre los líderes más importantes de la época, la óptica debería cambiar. La forma de administración de la sociedad que sale de los escaños de 1811 va recibir los embates de su tiempo sin que por ello pierda vigencia, sin que desaparezca de la sensibilidad del pueblo hasta nuestros días. Los padres fundadores proponen un concierto armonioso para el ensayo de los primeros pasos, una administración equilibrada a la cual controlaran los frenos y los contrapesos, un trabajo con cabezas renovadas cada cierto plazo, una cartilla que se haría más atrevida solo cuando el apremio de las circunstancias lo recomendara. Que los realistas se opusiera al proyecto y lucharan por borrarlo de la faz de las colonias tiene sentido, pero el hecho de que los propios patriotas se empeñaran en su desarraigo sin lograrlo, le concede cualidades de permanencia y reto sobre las cuales conviene insistir, aun cuando se meta uno con virtudes consolidadas.
Las ejecutorias de 1811 no son solamente condenadas por gentes como Monteverde y Boves, sino también por el propio Bolívar y por quienes desconfían de las deliberaciones del principio. El Libertador las echa a la basura en 1813, cuando habla de “repúblicas aéreas” que convertirá en terrenales a través de su dictadura personal y del holocausto que dispone en su Proclama de Guerra a Muerte. En 1819 insiste en su antipatía ante el plan fundacional, cuando propone en Angostura la creación de un Senado hereditario que civilice poco a poco a los venezolanos, que los haga republicanos por cuentagotas. En 1827 también muestra hostilidad frente a la alternancia republicana cuando propone, para paliar la crisis que conmueve a Colombia, la Presidencia vitalicia que había creado en Bolivia. Sin embargo, los diputados de Angostura se hacen de la vista gorda ante la dinastía de senadores, y el Congreso de Cúcuta prefiere ideas como las caraqueñas de los orígenes. Después, en 1830, cuando la república recobra su autonomía, solo un puñado de venezolanos se entusiasma con la idea de una monarquía sin corona. La mayoría prefiere volver a los planes aparentemente diminutos y menos lustrosos de la primera fundación.
El republicanismo de 1811 se caracterizó por hacer las cosas en su oportunidad, esto es, por no caer de bruces en sentido absoluto frente a los principios sin considerar los escollos de la realidad. Por eso no tomó una decisión definitiva sobre la emancipación de los esclavos, ni acerca de una división del mapa que diera relevancia a las regiones ante la capital, mucho menos sobre la libertad de cultos o la igualdad de los ciudadanos. Si el propósito de la Independencia era primordial, los diputados prefirieron dejar los asuntos peliagudos en manos de la posteridad, tuvieron el tino de no emplearse a fondo con el tradicionalismo que conspiraba contra el objetivo esencial de divorciarse de España. De allí que esta idea de plazos o cuotas para la sustentación de una nueva vida se comenzara a concretar o estuviera presente en el Congreso de Angostura y en la Convención de Valencia que nos separó de Colombia. El futuro diseñado por la praxis originaria también nos involucra a nosotros, los venezolanos de la actualidad.

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