lunes, 2 de octubre de 2017

AFIRMAR LA ESPERANZA

MARTA DE LA VEGA



Esperanza, según el Diccionario de la Lengua Española (ed. Larousse 2016), es la confianza de que ocurra lo que se desea o pide, o que aquello a lo que se aspira sea alcanzable para alguien. También significa hacer creer de manera infundada que se puede lograr lo que se pide o pretende. En la primera acepción del término, se trata de la expectativa de un hecho no solo posible sino realizable. En la segunda, es ilusión sin base cierta, populismo demagógico.
Cuando Prometeo, en el mito griego del origen de la inteligencia humana y la cultura, roba a los dioses el fuego para entregarlo a los hombres, a pesar del castigo que la furia divina de Zeus le impondrá, ilumina el horizonte humano con la razón, que es luz de la naturaleza. El fuego no solo funda la civilización, al mejorar las condiciones materiales de vida de los hombres: cocción de alimentos y protección. También es símbolo de razón, lenguaje y esperanza, que rompen oscuridad, resignación y fatalismo. La esperanza abre caminos al futuro. Implica el deseo de la transformación, del cambio favorable y del logro hacia una mejor situación.
Zeus prosiguió su sed de venganza contra Prometeo, cuyo nombre significa “previsor”, el que piensa en el futuro y se prepara para ello. Entregó al hermano menor de Prometeo, Epimeteo, el que actúa y luego piensa y jamás se ocupa del después, un cofre que guardaba todos los males, conocido como la caja de Pandora, y a su portadora, quien tenía una insaciable curiosidad. Al abrirlo, pese a las advertencias, los males escaparon y se esparcieron por toda la tierra. Solo quedó en el fondo del cofre, la esperanza. Esta no es solo un consuelo para que acabe la adversidad. Es un motor de acción para la lucha transformadora de las condiciones que aplastan el ánimo y agobian a los individuos.
En el ámbito de la ciudadanía, la esperanza es clave, pero no como vana ilusión para estirar la paciencia y el aguante frente a una realidad insostenible, sino para construir con acciones responsables, sin improvisación ni voluntarismo, una situación deseable de cambio. En el plano político, el ejercicio de la voluntad soberana se expresa con el voto. Es parte de los avances dentro de un sistema democrático luchar para que se dé en condiciones transparentes, libres y confiables. ¿Y qué hacer si no hay democracia? ¿Qué hacer si los que dominan las instituciones quieren imponer la violencia en lugar de la política? ¿Qué hacer si el régimen se sale del cauce constitucional, incumple las normas electorales y de participación política, transgrede la Constitución y viola los derechos humanos, civiles y políticos de los ciudadanos? ¿No se vota? Incluso si las trampas y el ventajismo buscan sembrar desesperanza y estimular la abstención, es siempre mejor votar que abstenerse. La abstención tiene fuerza moral pero ninguna eficacia política, sobre todo en la situación actual, sin instituciones que funcionen. Con un gobierno que no respeta ni compromisos ni reglas de juego, en un país donde imperan discrecionalidad y corrupción para ejercer el poder, con libertades cercenadas y un Estado que no es espacio público al servicio de todos sino guarida de malandros, el voto es nuestra esperanza. Es el arma política por excelencia, no la única pero se contrapone a la violencia de las armas de fuego. Y es un derecho esencial de la democracia. No dejemos que nos lo arrebaten. Vamos a ejercerlo, más allá del miedo. Hoy más que nunca, como escribía recientemente Ramón Piñango, recuperar la esperanza de la gente es una altísima prioridad política, con hechos, no con palabras.

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